Chile
Crucero por la Patagonia
Hacia el
sur
Desde Santiago volamos a Punta Arenas, lugar desde donde partía nuestro crucero. Al aterrizar, lo primero que hicimos fue ir a la agencia que organizaba el crucero por la Patagonia para hacer el check-in. Bueno, en realidad, lo primero que hicimos fue sacar los forros polares, los guantes y los gorros de lana, y ponérnoslos. Atrás quedaron los pantalones cortos y las camisetas de manga corta: ahora sí nos parecía que estuviéramos en pleno mes de diciembre. Una vez bien abrigados fuimos a la mencionada agencia. El chek-in consistió en mostrar los pasaportes y rellenar los papeles y firmar. Nos permitieron dejar allí nuestras maletas, y nos dijeron que ellos las llevarían hasta el mismo barco, lo cual fue todo un detalle porque así podíamos dar una vuelta por la ciudad tranquilamente hasta que llegase la hora de ir al puerto. Lo primero que llama la atención en Punta Arenas es el viento tan intenso que hace. Aunque nos habían prevenido, no dejó de sorprendernos. En más de una ocasión, parados en un cruce esperando un semáforo, nos vino una ráfaga de viento que hizo que nos tuviésemos que agarrar al semáforo para no caernos. Aunque pueda resultar exagerado prometemos que fue así. El centro de la ciudad es la Plaza Muñoz Gamero. En medio de dicha plaza destaca el Monumento Conmemorativo del 400 aniversario del viaje de Magallanes. En un lateral del monumento hay una estatua de bronce de un indígena. Se dice que si se le toca o se le besa el pie, trae buena suerte. Nosotros, a pesar de no ser supersticiosos, le tocamos el pie (lo del beso nos pareció un exceso).
Tras dar un paseo por el centro de la ciudad subimos al Mirador Cerro Lacruz, que se encuentra en lo alto de unas escaleras, y desde donde obtuvimos una bonita panorámica de la ciudad. Tras las fotos de rigor, y como todavía nos quedaba tiempo, entramos en el Museo Naval y Marítimo, para ir abriendo boca, ya que íbamos a estar cuatro días dentro de un barco.
Finalmente llegó la hora y fuimos hasta el puerto. Allí nos metieron en una sala de espera, que ya estaba abarrotada, todos impacientes por subir a bordo. Aunque la distancia hasta el barco era un trayecto corto, habían habilitado un autobús, ya que continuaba haciendo un viento de mil demonios. Una vez nos llegó el turno, subimos al autobús y nos bajamos junto a la pasarela de entrada. Allí recogimos nuestras maletas y nos dirigimos directamente a nuestro camarote. En ese momento todavía no lo sabíamos, pero los siguientes cuatro días iban a ser una de las mejores experiencias viajeras de nuestra vida.
El crucero: de Punta Arenas a Ushuaia - Día 1: Una vez comprobamos todos los rincones de nuestro camarote, subimos al salón de la cuarta cubierta para el cóctel de bienvenida. Nosotros optamos por el pisco sour, excelentemente preparado por Emilio, el barman, un tío majísimo (como toda la tripulación, todo hay que decirlo). Allí nos presentaron al capitán y a todos los oficiales, y nos dieron una pequeña charla de lo que nos esperaba durante los próximos cuatro días. Lo primero que nos explicaron fue que no estábamos en un crucero de relax, en el que disfrutar de espectáculos que amenizaran nuestra estancia, y cosas por estilo. Estábamos en lo que llamaron un crucero de expedición, en el que lo importante era disfrutar de la fauna, la flora y la belleza paisajística de la zona, y aprender un poquito sobre todos estos temas. Nada que ver con el típico crucero por el Mediterráneo. Una vez hechas las presentaciones, a modo de bienvenida nos deleitaron con el baile nacional, la cueca, mientras hacíamos tiempo para poder zarpar, ya que el puerto de Punta Arenas estaba cerrado por culpa del enorme viento que hacía. Una vez amainó el viento, comenzamos nuestra navegación y llegó el turno de la cena. Nos sentamos en la mesa que nos habían asignado y conocimos a los que iban a ser nuestros compañeros de mesa durante los próximos días: dos amigas canadienses, que estaban haciendo un tour por Sudamérica; dos hermanos chilenos ya entrados en años y bastante peculiares, uno entusiasmado con que el Rey le dijese a Chávez aquello de “por qué no te callas” y el otro entusiasmado porque el concepto de crucero todo incluido se refería también a cualquier tipo de bebida; y un padre y su hijo, ambos chilenos, siendo el padre director de cine, y que se encontraba invitado en el crucero porque estaba grabando un documental sobre Chile. Una mesa peculiar.
Tras la cena volvimos al bar para dar cuenta de otro pisco sour antes de irnos a dormir. A las doce de la noche se cerró el bar, y los pocos que aún quedábamos por ahí nos fuimos a dormir, ya que al día siguiente tocaba madrugar. - Día 2: Tras el desayuno salimos a cubierta para observar el paisaje mientras navegábamos por el Fiordo Almirantazgo. Después recibimos las instrucciones para nuestro primer desembarco. Como navegábamos por latitudes poco transitadas, no había muelles para desembarcar en ningún sitio, por lo que el barco contaba con cuatro zódiacs que eran desembarcadas en primer lugar. Los pasajeros íbamos subiendo a las zódiacs y éstas iban haciendo varios viajes para poner a todo el mundo en tierra. Cuando llegábamos a tierra había dos personas de la tripulación esperando con una pequeña pasarela para facilitar la bajada de la zódiac. Estaba todo muy bien organizado y planeado. Nuestro primer desembarco fue en Bahía Ainsworth. Ahí pudimos contemplar un glaciar por primera vez en nuestra vida, aunque lo vimos a lo lejos: el glaciar Marinelli. También vimos por vez primera una colonia de elefantes marinos, que habían elegido ese lugar para reproducirse. La tripulación, además de hacer las labores propias de su cargo, también daba explicaciones muy interesantes en las excursiones que hacíamos al desembarcar.
Tras contemplar a los elefantes marinos dimos un
agradable paseo por el entorno, donde tuvimos la ocasión de comprobar los destrozos
causados por los castores en la zona.
Una vez terminada la visita volvimos al barco para comer. Tras el almuerzo nos ofrecieron una charla, ilustrada con fotografías que ponían en un proyector, sobre el pingüino magallánico, cuya observación era el principal motivo de nuestro segundo desembarco. Este se produjo para acercarse al Islote Tucker, donde se encontraba una nutrida colonia de dichos pingüinos. Debido a la fragilidad del ecosistema, en esta visita permanecimos en las zódiacs sin descender a tierra.
De vuelta al barco, uno de los tripulantes-guías nos
dio una charla sobre Glaciología, en la que principalmente nos explicó, también
ayudado de fotografías, cómo se constituía un glaciar y los distintos tipos de
glaciares que existen. Fue una de las charlas más interesantes que nos dieron
durante nuestro crucero de expedición.
Aprovecharemos este momento para comentar que en el barco había dos idiomas que podríamos considerar oficiales: español e inglés, y todas las charlas y comentarios los hacían en ambos idiomas, cada uno en un salón o departamento del barco diferente. Tras la cena nos ofrecieron una película documental sobre la vida animal, pero nosotros preferimos pasar la velada dando un poco de trabajo a Emilio y bebiendo pisco sour, ese magnífico brebaje cuya creación se atribuyen tanto chilenos como peruanos. Esto es un motivo más de disputa entre ambos países, si bien en este caso han llegado a un compromiso decidiendo que lo inventaron los peruanos y lo hicieron famoso los chilenos. ¿O era al revés? - Día 3:
Esa noche nos despertamos porque sentimos que el barco se estaba moviendo un poco más de la cuenta. A la mañana siguiente hubo muchas deserciones a la hora del desayuno, suponemos que debido al movimiento nocturno. Nosotros tuvimos suerte y no nos afectó en absoluto, de hecho aprovechamos el “ligero” balanceo para quedarnos dormidos enseguida. Después del desayuno tuvimos una charla sobre las aves de la Patagonia, seguido de la visita a la sala de máquinas, donde nos pusieron unos cascos para mitigar el ruido enorme que había en dicha sala. Antes del almuerzo, y a modo de aperitivo, pasamos por el bar para comprobar si Emilio había perdido facultades en la elaboración del pisco sour, o seguía siendo un maestro. Tuvimos un pequeño momento de lucidez en el que nos preguntamos si no le estaríamos tomando demasiada afición a dicha bebida. Decidimos que no, y seguimos con nuestro cóctel.
Tras el almuerzo desembarcamos para visitar el
Glaciar Pía, ubicado en el Canal Beagle. Una vez descendimos de la zódiac,
caminamos hasta llegar casi hasta el mismo glaciar, en lo que fue una imagen
increíble.
Tras la pequeña excursión nos mostraron la diferencia entre un trozo de hielo milenario y otro que no lo era, y nos invitaron a un whisky con el hielo milenario, que previamente se había encargado de recoger uno de los conductores de la zódiac. El whisky sabía igual que con hielo hecho con agua del grifo de casa, pero tenía mucho más glamour beberlo al lado de un glaciar, cerca del fin del mundo, con un trozo de hielo de más de mil años de antigüedad.
De vuelta al barco, continuamos nuestra navegación
por el Canal Beagle y atravesamos lo que llaman la Avenida de los Glaciares,
por tener una gran cantidad de ellos. Nos atreveríamos a decir que fue un
momento mágico, si no sonara muy cursi, así que preferimos decir simplemente
que no hay palabras para describir la sensación de ir navegando viendo esas
maravillas de la naturaleza de tan cerca.
Antes de irnos a dormir nos dieron una pequeña explicación del Cabo de Hornos, nuestra primera parada del día siguiente. Entre otras cosas nos comentaron que las condiciones climatológicas en esa zona son casi siempre muy adversas, y que en general, no llevaban un alto porcentaje de veces que había podido hacer el desembarco.
- Día 4: Y como era de esperar, el día amaneció muy nublado y con lluvia, y las posibilidades jugaron en nuestra contra. El capitán del barco estimó que no se daban las condiciones de seguridad necesarias para efectuar el desembarco, por lo que tuvimos que observar el Cabo de Hornos desde el barco. Como decía el folleto del viaje: “Su ubicación, entre los dos océanos, y la intensidad de los fenómenos atmosféricos que lo rodean, hacen de este paraje una experiencia única e inigualable”. Bien, pues aunque no descendimos, siempre podremos contarle a nuestros nietos que una vez alcanzamos el Cabo de Hornos, punto geográfico más austral del mundo, como acredita el certificado que nos dieron al finalizar el crucero. Para superar el chasco de no haber descendido en la Isla Hornos decidimos tomarnos un pisco sour en el bar, pero todavía no lo habían abierto, así que nos fuimos al salón a desayunar, que seguramente era lo más indicado ya que solamente eran las 9 de la mañana.
Durante el día nos ofrecieron una charla relacionada con toda la zona de Tierra del Fuego, su origen, su fauna, su flora, y sus antiguos pobladores. Después no hubo mucha más actividad hasta la tarde, cuando llegó la hora de desembarcar en Bahía Wulaia. Parece que fue en ese lugar donde el capitán inglés Fitz Roy, junto con el naturalista Charles Darwin, tuvo contacto por vez primera con los aborígenes Yámanas en el siglo XIX. Una vez en tierra hicimos una caminata para llegar a lo alto de una colina desde donde disfrutamos de una espectacular panorámica de toda la bahía. A nuestra vuelta al barco continuamos la navegación hasta llegar al punto final de nuestro itinerario: Ushuaia. Hicimos noche en el barco, y a la mañana siguiente desembarcamos, en esta ocasión por última vez. Dejamos nuestras maletas delante del barco, ya que ellos se encargarían de llevarlas hasta la oficina de la compañía, donde pasaríamos a recogerla una vez terminara nuestra visita a Ushuaia.
Para celebrar el final de nuestro crucero nos fuimos al aeroclub Ushuaia y dimos una vuelta de media hora en una pequeña avioneta, desde donde obtuvimos una magnífica panorámica de la ciudad y sus alrededores.
Una vez terminada nuestra vuelta aérea deambulamos
por la ciudad, haciendo tiempo hasta que saliera nuestro avión que nos llevaría
de vuelta a Punta Arenas, lugar de partida de nuestro crucero. Tras parar a
comer en un restaurante, recogimos nuestras maletas y nos fuimos al aeropuerto.
Terminaba así nuestro inolvidable periplo por Tierra de Fuego.
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