Chile
Recorrido por la PatagoniaParque Nacional Torres del Paine
Una vez aterrizamos en Punta Arenas tomamos un autobús directamente desde el aeropuerto que nos llevó a Puerto Natales. Esta ciudad es la puerta de entrada a dos Parques Nacionales: Torres del Paine y Bernardo O’Higgins. Nosotros hicimos una visita de un día a cada uno de ellos: al Torres del Paine en autobús y al Bernardo O’Higgins en barco. Dedicar un día a visitar el Parque Nacional Torres del Paine es como estar una hora en el Museo del Prado. La visita que hicimos estaba bastante bien organizada y nos permitió disfrutar de las zonas más impresionantes accesibles en transporte público, pero sólo sirvió para hacernos una leve idea del maravilloso enclave que es este sitio. Para poder disfrutar de este parque en toda su inmensidad se debe hacer una visita como mínimo de dos días. Nosotros pagamos un poco nuestra ignorancia: son destinos un tanto desconocidos y no podíamos imaginarnos el espectáculo paisajístico que es Torres del Paine.
La visita de un día es apta para todos los públicos
y formas físicas. Comenzamos con una parada en la Cueva del Milodón, en la que
se cree que habitó un perezoso gigante. Da la sensación de que aquí se mezcla
un poco la leyenda con la realidad.
Tras esa parada nos adentramos en el parque propiamente dicho. Las dos primeras paradas fueron junto a los lagos Sarmiento y Nordenskjöld, respectivamente. En la tercera tuvimos que caminar un poco para poder ver el Salto Grande, desde donde se obtiene una magnífica vista del Paine Grande.
Después hicimos un alto en el camino para comer en un chiringuito junto al lago Pehoé, y desde ahí pudimos fotografiar los famosos Cuernos del Paine.
La última parada fue para ver el lago Grey, sin duda el más espectacular de todos. En este lago van a derretirse los témpanos que se desprenden de los glaciares y es fácil ver alguno flotando. En esa zona hacía un viento formidable, y al parecer es así la mayor parte del tiempo.
Por todo el parque vimos manadas de guanacos,
animales similares a las llamas que al parecer escupen. También vimos algún que
otro zorro.
Dicen que en este parque las condiciones climáticas pueden cambiar tan deprisa que pueden darse las cuatro estaciones del año en un solo día. Nosotros tuvimos suerte y nos hizo un día soleado y no muy frío. El Parque Torres del Paine ofrece unas panorámicas y unos paisajes que nos pareció un auténtico espectáculo para la vista. Cualquier adjetivo que escribiésemos se quedaría pequeño para describir la inmensidad de ese Parque. Esperamos poder volver algún día y dedicarle el tiempo que se merece. A nuestra vuelta a Puerto Natales fuimos a cenar algo muy típico de Chile: un sándwich llamado Barros Luco. Es una especie de pepito de ternera pero en pan redondo, con queso caliente. Se le puede añadir algún ingrediente más, y nosotros optamos por el tomate y el aguacate (allí le dicen “palta”). Es muy popular por todo el país y según parece, recibe su nombre de Ramón Barros Luco, que fue Presidente de Chile entre 1910 y 1915. Seguro que el buen hombre no tenía previsto pasar a la posteridad de esta manera. Parque Nacional Bernardo O’Higgins Al día siguiente nos acercamos al muelle de Puerto Natales, donde nos esperaba el barco en el que haríamos la excursión al Parque Nacional Bernardo O’Higgins. La excursión consistía en un paseo en barco para visitar los Glaciares Balmaceda y Serrano. Ese día había amanecido lluvioso y con muchas nubes bajas, pero esperábamos tener suerte y poder ver los glaciares. La única manera de acceder a esa zona es por mar, navegando por el seno Última Esperanza. Durante todo el trayecto hasta el Glaciar Balmaceda no paramos de ver pequeñas cascadas de agua por todas partes. Se notaba que, a pesar del fresco que hacía, la nieve y el hielo se estaban descongelando.
La vista del Glaciar se hacía desde el barco, sin
descender, y, a pesar de las nubes, pudimos verlo. Según nos comentaron, era un
glaciar en claro retroceso, como casi todos los glaciares del mundo (dicen que
el único que no lo hace es el Perito Moreno, en Argentina). Nos sorprendió el
color tan extraordinariamente azul que tenía.
Una vez hechas las fotos de rigor, el barco continuó
la marcha hasta el Glaciar Serrano. En esta ocasión había que descender del
barco y hacer una pequeña caminata para llegar hasta el glaciar, pues estaba en
el interior de una pequeña laguna a la que la embarcación no podía acceder. La
lengua de este glaciar sí llegaba hasta el agua y era bastante espectacular.
La siguiente parada fue en una típica “estancia”,
nombre que en el Cono Sur dan a lugares semejantes a la “hacienda” mexicana o
al “rancho” del oeste estadounidense. Allí comimos en un gran salón
comunitario, y después pusimos rumbo de vuelta a Puerto Natales. En el camino
de vuelta nos ofrecieron un vasito de pisco con hielo milenario, que ya era un
viejo conocido nuestro.
Durante el trayecto en el barco tuvimos el placer de conversar con mucha gente, pero recordamos con especial cariño a una señora francesa ya entrada en años, afincada hace mucho en Venezuela, que nos contó muchas historias muy interesantes de América del Sur, que había recorrido prácticamente en su totalidad. Nos comentó que lo que más le había gustado de ese vasto continente fue la Patagonia Chilena y Perú. Desde entonces hemos incluido Perú en la lista de futuros destinos. A nuestro regreso a Puerto Natales fuimos a cenar a un asador porque no queríamos despedirnos del sur sin probar el cordero asado. Allí lo asan de una forma muy curiosa, abierto, ensartado frente al fuego. Fue una cena espectacular, cordero asado con un poco de ensalada, regado con un magnífico vino chileno. Final
Con pena de no haber podido pasar más tiempo en la Patagonia, tomamos nuestro avión de vuelta a Santiago de Chile, donde nos esperaba la familia para pasar todos juntos la Nochebuena. Para nosotros fue una cena un tanto atípica, pues no estamos acostumbrados a pasar la Nochebuena cenando en el jardín en manga corta. Un tiempo más tarde, ya de vuelta en España, el joven hijo de un primo nos preguntó qué era para nosotros un privilegio. Empezamos a tratar de explicarle el significado de la palabra, pero él nos interrumpió, diciendo que eso ya lo sabía. Quería saber qué considerábamos un privilegio en nuestra vida. No lo dudamos: el crucero por la Patagonia Chilena. Y así, le explicamos que durante ese crucero, navegando por lugares inhóspitos donde casi nunca pasaban embarcaciones, paseando por islas sin colonizar en las que el hombre apenas había pisado, disfrutando de paisajes admirados por no mucha gente, sin duda alguna, nos habíamos sentido unos privilegiados. Y aún hoy, después de haber pisado los cinco continentes después de ese viaje, lo seguimos pensando. |
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