Uzbekistán
Khiva
A la mañana siguiente apareció a la hora convenida el taxista con el que habíamos quedado para el traslado a Khiva. Nos presentó al conductor que nos iba a llevar, cargamos el coche y nos pusimos en marcha. Cuando convinimos el precio del traslado, el taxista nos contó que él tenía un coche de gasolina y que, como la gasolina era muy cara en Uzbekistán, él no haría directamente el viaje. Los traslados de Bukhara a Khiva los realizan coches a gas (es un combustible mucho más barato), por eso la persona que nos llevase tendría un coche de este tipo. A nosotros nos pareció muy bien, porque lo que buscábamos era la comodidad de ir solos en el coche y de que nos recogieran en el hotel de Bukhara y nos dejara en el de Khiva. Tras un rato de trayecto el conductor paró en una gasolinera (nunca mejor dicho) y llenó el depósito. Nos dijo que durante las siguientes tres horas no habría más que desierto y que no encontraríamos ni siquiera una estación de servicio en la que repostar. Cuando acabó el desierto apareció una nueva gasolinera, en la que paró de nuevo. Se ve que el depósito de gas les da la autonomía justa para atravesar ese desierto y por eso han puesto una gasolinera en cada extremo. En un momento dado nos encontramos con un paso a nivel del tren cerrado y tuvimos que parar. Mientras estábamos allí esperando se puso un coche a nuestro lado y resultaron ser los chicos rusos que habíamos conocido en el hotel de Samarcanda. Nos bajamos de los respectivos vehículos y estuvimos charlando un rato. Allí supimos que nos quedábamos en el mismo hotel en Khiva, así que allí nos veríamos. Cuando hubo pasado el tren volvimos a los coches y nos llevamos una curiosa sorpresa: el paso a nivel era en realidad un puente de ferrocarril sobre el río y no había carretera como tal, sino que los coches lo atravesaban por la misma vía del tren. El conductor nos llevó hasta nuestro hotel en Khiva, pagamos la tarifa convenida y nos despedimos. Habíamos reservado una habitación en el hotel Qosha Darvosa, un antiguo caravasar reconvertido en alojamiento. El lugar era muy agradable y las habitaciones muy cómodas. Esa misma tarde comenzamos la visita a la ciudad antigua. Ésta se encuentra dentro de un recinto rectangular amurallado que alberga la zona turística. Nuestro hotel quedaba muy cerca de la puerta norte fuera de la muralla, así que estaba muy bien ubicado. Lo primero que hicimos fue acercarnos hasta la puerta oeste, único lugar donde se vende la entrada global que permite el acceso a la mayoría de las atracciones turísticas de la ciudad. Incluye un total de dieciséis sitios, aunque deja fuera un par de lugares más que queríamos ver, como el mausoleo de Pakhlavan Mahmud, la terraza de la ciudadela, el Kunya Ark o el minarete de la madrasa Islom Hoja. Como teníamos mucho que visitar, decidimos comenzar esa misma tarde antes de que cerraran, empezando por la mezquita Juma. El interior de esta mezquita resulta bastante espectacular: 218 columnas de madera sostienen su techo. Según la guía, seis o siete de estas columnas son originales del siglo X. El techo contaba con dos tragaluces que permitían la entrada de luz. En la ciudad antigua de Khiva hay tres minaretes, a dos de los cuales se puede subir. Uno de ellos es el de esta mezquita. De 47 metros de altura, tuvimos que ascender por unas escaleras bastante empinadas donde por momentos casi no había luz. Finalmente y no sin esfuerzo llegamos a lo alto y pudimos contemplar una bonita vista de la ciudad. Desde allí arriba se podían ver perfectamente los otros dos minaretes.
Esa tarde no nos dio tiempo a entrar en ningún sitio más, porque cerraban todo a las cinco y ya era la hora, así que estuvimos paseando para hacernos una idea del lugar.
Al atardecer la ciudad antigua se quedó casi vacía. Da la sensación de que en el interior de sus murallas no viva casi gente; más allá de algún hotel o restaurante, una vez cierran los sitios turísticos y los vendedores abandonan sus puestos, las calles se quedan desiertas. Habíamos reservado tres noches en Khiva, por lo que teníamos todavía dos días por delante. Una opción que barajamos durante la planificación del viaje fue la de dejar un día para visitar el mar de Aral. Estuvimos preguntando en el hotel por la excursión y nos comentaron que era un tanto dura, pues habría que transitar entre 5 y 6 horas por carreteras en mal estado hasta llegar a Moynaq (antiguamente la ciudad portuaria más famosa); la visita duraría una hora aproximadamente tras lo cual se emprendería el recorrido de vuelta con otras 5-6 horas por delante. Teníamos ganas de ver los buques varados en medio de la arena, pues el mar de Aral ha sido uno de los cuatro lagos más extensos del planeta (ahora tan sólo ocupa un 10 % aproximadamente de su tamaño original debido al desvío del agua para regar cultivos). Es un lugar desolador que nos llamaba la atención visitar, pero la duración de la excursión y la dureza de la misma nos terminó echando para atrás. Por ese motivo tendríamos dos días completos para visitar Khiva, así que decidimos que nos lo tomaríamos con calma. Al día siguiente coincidimos con nuestros amigos rusos desayunando y charlamos con ellos un rato. Descubrimos que son también unos apasionados de los viajes y de la cultura hispánica, y estuvimos intercambiando anécdotas de lugares comunes que habíamos visitado. Comenzamos las visitas por el mercado callejero que se instala a las afueras de la muralla junto a la puerta este. Este mercado estaba igual de animado que los que habíamos visto en otras ciudades, pero era mucho más humilde. Nos parecieron muy curiosos los hornos de barro portátiles que había colocados sobre un carro, donde cocinaban samsa, unos bollitos rellenos de carne. También aprovechamos la ocasión para comprar más galletas y cambiar algo de dinero en el mercado negro.
Las visitas monumentales ese día se sucedieron sin descanso. Aunque teníamos dos días y todos los lugares para visitar estaban muy cerca unos de otros, queríamos intentar ver todos los edificios de la entrada común y algunos más no incluidos en ella.
Comenzamos por la madrasa Allakuli Khan y la de Kutlimurodinok, dos edificios espléndidos situados uno frente al otro. De la Allakuli Khan nos encantaron los azulejos de la puerta principal; de la Kutlimurodinok nos gustó la exposición de cuadros que había en su interior, en la que destacaba un autor uzbeco cuyo impronunciable nombre no recordamos, quien pintaba cuadros con un curioso estilo muy daliniano pero con motivos musulmanes. La siguiente parada fue en la madrasa Islom Hoja. Su interior alberga el museo de Artes Aplicadas. Tanto los objetos expuestos como la construcción de la propia madrasa nos gustaron mucho. Bordeando el patio central por todos sus lados hay un pasillo infinito lleno de pequeñas salas, todas ellas con diferentes objetos de cerámica, madera, alfombras, libros… Al minarete no subimos porque no estaba incluido en la entrada global y ya habíamos visto Khiva desde las alturas.
Continuamos por la madrasa Mohammed Rakhim Khan, cuya fachada principal tiene unas dimensiones considerables; después visitamos un par de edificios más cuyos nombres se pierden en la nebulosa del tiempo.
Volvimos al mercado a comer en los puestos de comida que había para así poder tomar un té calentito, porque ese día hacía bastante frío merced a un viento helador.
Tras reponer fuerzas nos acercamos a admirar el minarete Kalta. Este minarete inacabado cubierto de luminosos azulejos ha quedado como el auténtico icono de la ciudad. Aprovechamos que se encuentra junto a la puerta oeste para salir de la ciudad amurallada, contemplar las murallas por ese lado, y de paso hacer un poco el gamberro subiendo y bajando una pequeña parte de la misma.
La penúltima visita del día fue al mausoleo Sayid Alauddin, un pequeño lugar donde se encuentra el sarcófago del monje sufí. Es el mausoleo más antiguo de la ciudad.
Tras eso caminamos hasta la puerta norte, donde subimos una rampa que llevaba al único tramo de la muralla por el que es posible caminar. Aunque las vistas no eran especialmente espectaculares, decidimos recorrer entero el sendero hasta el final. Cuando nos topamos con un muro sin salida, dimos media vuelta y nos fuimos al hotel a resguardarnos del frío y a descansar hasta la hora de la cena.
Esa noche volvimos a encontrarnos con nuestros amigos rusos. Después de charlar un rato nos despedimos, pues ellos se volvían a su país a la mañana siguiente.
Comenzamos nuestro penúltimo día en Uzbekistán visitando el palacio Tosh Hovli. Nada más entrar se accede a un gran patio rodeado de pequeñas cámaras decoradas con azulejos. Todas ellas cuentan con una columna de madera para sostener el techo. El artesonado de estas cámaras está decorado con madera de colores tallada muy espectacular. Desde el patio central fuimos pasando por diversos pasillos a otros patios y visitando varias habitaciones. En total este palacio cuenta con nueve patios y más de 150 estancias.
Cuando hubimos recorrido todo lo que estaba abierto al público por ese lado, salimos y volvimos a entrar por una puerta lateral que lleva a otras dependencias que curiosamente no están comunicadas entre sí. En ese lado pudimos contemplar un pequeño patio con una única cámara más grande que las otras. Estábamos solos disfrutando apaciblemente del lugar cuando llegó un numeroso y ruidosos grupo de escolares con sus profesores, momento que aprovechamos para irnos. Este palacio fue uno de los lugares que más nos gustaron de Khiva.
De ahí continuamos visitando diversos lugares que estaban incluidos en la entrada conjunta hasta que llegamos al mausoleo Pahlavon Mahmud. Este lugar, cuya entrada se paga aparte, alberga los restos del personaje del mismo nombre que se convirtió en el santo de Khiva. Por ese motivo, es un sitio muy concurrido, ya que los fieles acuden al lugar a rezar. Destaca la mezquita al fondo toda recubierta de azulejos, que cuenta con una pequeña sala adyacente donde se encuentra el sarcófago con los restos del santo. En el patio central hay también una pequeña sala toda llena de azulejos con unos cuantos sarcófagos más (no llegamos a saber a quienes pertenecían las tumbas); la estancia era también muy bonita.
Llegados a este punto decidimos acercarnos al mercado para comer algo, al igual que habíamos hecho el día anterior. En esa ocasión fuimos a otro puesto por variar, aunque realmente todos ofrecían más o menos lo mismo.
Tras la comida nos acercamos al Kuhna Ark. Se trata de una fortaleza dentro de la fortaleza. Más allá de un par de salas muy parecidas a las que ya habíamos visto en el palacio Tosh Hovli, lo más interesante de esta fortaleza es la terraza. Para acceder a ella hay que pagar una entrada extra y subir unas cuantas escaleras. Una vez allí se tiene una bonita vista de parte de la ciudad antigua de Khiva.
Estuvimos un rato haciendo fotos y cuando bajamos decidimos pasar de nuevo por el minarete Kalta para contemplarlo.
En ese punto solamente nos quedaban por ver dos atracciones de la entrada global, ambas situadas extramuros. En el mismo lugar donde habíamos comprado la entrada preguntamos dónde se ubicaban. Una estaba cerca, pero para la otra había que tomar un taxi. Decidimos visitar únicamente la más próxima.
Se trataba del palacio Isfandiyar. Tenía una decoración cuando menos curiosa: no había un centímetro de sus paredes o techos sin cubrir por azulejos, cerámica o algún otro material, pero no había ni un solo mueble en las estancias. Estaba vacío. El lugar era pequeño, simplemente dos salas alargadas paralelas unidas por los extremos. El resto del día no tuvo nada de especial. Salimos a cenar y a la vuelta el amable y simpático dueño del hotel nos reservó un taxi para el día siguiente, pues teníamos que ir al aeropuerto para volar a Taskent.
Taskent
El aeropuerto más cercano a Khiva se encuentra en Urgench, a unos 20 kilómetros de distancia en línea recta. Llegamos con tiempo de sobra al aeropuerto, donde tuvimos que sufrir nuevamente un sinnúmero de controles antes de llegar al avión. Al aterrizar en Taskent había una muchedumbre de taxistas y conductores esperando. Estuvimos negociando el precio hasta que conseguimos una tarifa razonable para el traslado a nuestro hotel (atención, porque se ceban con los incautos e intentan cobrar precios desorbitados). Esa misma noche salíamos de vuelta a casa, así que reservamos un lugar barato y sencillo donde poder pasar unas horas y descansar un rato.
A nuestra llegada al alojamiento acordamos con el mismo conductor el traslado hasta el aeropuerto por la noche. Una vez hubimos dejado nuestros bártulos en la habitación salimos a pasear. Teníamos solamente ese día para ver lo más importante de la capital. Fuimos directamente al Chorsu Bazar. Considerado el mercado más grande de Asia Central, este lugar está compuesto por un enorme edificio circular, varios recintos también circulares más pequeños y otra serie de espacios que parecen almacenes. Todos ellos están llenos de puestos; además, en el exterior, entremedias de cada recinto hay todavía más tenderetes. Antes de perdernos por el lugar encontramos una calle llena de locales para comer plov. Finalmente comprendimos el concepto: cocinan un perolo enorme por la mañana y cuando se acaba hay que pedir otra cosa, porque no hacen más. Estuvimos cotilleando las inmensas ollas de cada una de las casas de comidas y escogimos el que a nuestro parecer tenía mejor pinta. Afortunadamente acertamos: un plato tan simple nos resultó exquisito.
Con las pilas cargadas nos adentramos en el Chorsu Bazar. Comenzamos recorriendo el recinto más grande. En él encontramos una gran cantidad de puestos colocados en circunferencias concéntricas y dispuestos por especialidades: la zona del embutido, la de los quesos, las carnes, los encurtidos y las pastas.
En la primera planta solamente había un pasillo circular lleno de puestos de frutos secos. Una vez en el exterior, continuamos recorriendo el mercado; paseamos por la zona de la fruta y la verdura, los cereales y las legumbres, los huevos, y llegamos hasta la zona del pan. Allí nos invitaron a visitar el horno para ver cómo horneaban el pan: una vez amasan la mezcla, colocan las porciones de masa dentro del horno, pegadas a la pared interior. Era el mismo sistema que habíamos visto en Khiva en los hornos portátiles donde asaban las samsas.
De vuelta a la calle pasamos por un recinto lleno de tiendas de ultramarinos; atravesamos una zona donde vendían todo tipo de plantas hasta llegar a la zona de la ropa, donde nos encontramos con el personal que cambia moneda en el mercado negro. Continuamos por la zona de artesanía, regalos y cachivaches varios, y finalmente encontramos un pequeño lugar donde se vendía el pescado, aunque había solamente un par de puestos. Está claro que en Uzbekistán la carne tiene mucha más relevancia en la dieta que el pescado. Será porque la única “salida” al mar del país era el mar Aral y eso ya forma parte del pasado.
Cuando salimos del mercado tomamos la calle Navoi y comenzamos a recorrerla. La idea era ir hasta el centro y visitar lo que nos diera tiempo. Pasamos por la necrópolis Cheikh Antaour e intentamos entrar. Habíamos leído que se encuentra en el interior del recinto de la Universidad Islámica, el segundo centro de enseñanza islámica más importante del país después de la madrasa Mir-i-Arab que vimos en Bukhara. Al llegar a la entrada había una garita y el guardia nos explicó por señas que la entrada a la necrópolis era por el otro lado. Bordeamos las correspondientes calles para llegar al lado opuesto, donde un nuevo guardia de una nueva garita nos explicó por señas que la entrada a la necrópolis era por el otro lado. Estábamos rumiando nuestro desconcierto cuando, para fortuna nuestra, aparecieron dos chicas que salían del complejo universitario y con un inglés magnífico nos preguntaron si nos podían ayudar. Cuando les explicamos lo ocurrido nos dijeron que en realidad la entrada estaba localizada en un lateral. Muy amablemente se ofrecieron a acompañarnos al lugar. Efectivamente, en un callejón a un costado había una pequeña puerta por donde se accedía a la necrópolis.
Las dos chicas eran alumnas de la universidad. Estaban estudiando estudios religiosos y nos contaron la historia de la necrópolis con todo lujo de detalles. Tras eso, nos comentaron que tenían la tarde libre y se ofrecieron a acompañarnos al centro. Aceptamos la oferta y las dejamos que nos hicieran de guías. Durante el resto de la tarde mantuvimos una charla muy animada sobre la cultura y las costumbres uzbecas. También correspondimos explicándoles cosas de nuestro país. Fue un intercambio cultural de lo más interesante. Paseamos por diversos parques, vimos edificios oficiales, atravesamos una calle llena de pintores que exponían sus obras con la intención de venderlas, hasta que finalmente llegamos a la plaza donde se ubican el hotel Uzbekistán y la estatua de Amir Temur. Como no podía ser de otra forma, el final de nuestro viaje por Uzbekistán concluía en una plaza con una estatua de Tamerlán. Nuestras improvisadas amigas nos acompañaron hasta el metro y nos recomendaron pasar por algunas de las estaciones más bonitas, pues el metro de Taskent es una de las atracciones turísticas de la ciudad. Nos despedimos de ellas y les hicimos caso. Después de dar una vuelta por el metro, fuimos hasta nuestra parada y volvimos al alojamiento. Nos duchamos y dormimos unas horitas hasta que nuestro conductor de la mañana llegó puntualmente a recogernos. Nos acercó al aeropuerto donde tuvimos que pasar un sinfín de controles, rellenar varias hojas y entregarlas en más controles, hasta que por fin pudimos despegar y volver a casa.
Sin ser el destino más apasionante en el que hemos estado, volvimos de Uzbekistán con un magnífico sabor de boca. |