Vuelta al mundo
Japón
Ya hemos comentado en los preparativos de este viaje que dar la vuelta al mundo en sentido oeste suponía perder un día. Fue en este tramo entre San Francisco y Tokio donde lo perdimos. Salimos un día a las cuatro de la tarde y llegamos el día siguiente a las siete de la tarde: 27 horas para un viaje de menos de doce. El lado positivo de esta circunstancia fue que nos ahorramos una noche de hotel… Tokio Aterrizamos en la capital nipona en el aeropuerto de Haneda. Tokio tiene dos aeropuertos internacionales: Haneda, que esta prácticamente en la ciudad y Narita, un poco más lejos. Lo bueno de aterrizar en Haneda es que pudimos ir en metro hasta nuestro hotel. Esa noche cenamos algo por los alrededores y nos fuimos a dormir. Estábamos encantados de volver a Japón: el viaje de tres semanas que hicimos por el país en el verano de 2010 lo recordamos como uno de los que más nos ha gustado de nuestra vida viajera. La primera visita del día siguiente fue a la Skytree, el edificio más alto de Japón. En nuestro viaje de 2010 la vimos a medio construir, así que era una novedad para nosotros. |
La vista de Tokio desde lo alto es muy amplia. Dicen que en días despejados se ve el monte Fuji. Desde el mirador se puede observar lo inmensa que es esta ciudad y la enorme cantidad de edificios que la pueblan.
Se ve muy bien el vecino barrio de Asakusa y el río Sumida. También algún que otro pequeño cementerio adyacente. En el piso de abajo hay un mirador con suelo de cristal que permite hacerse una idea de la altura.
Con los pies nuevamente en tierra firme caminamos hasta Asakusa. Lo primero que hicimos fue buscar una panorámica similar a una fotografía de 2010 que teníamos en la que se veía la torre inacabada. Recordábamos que estaba al otro lado del río Sumida y que se veía la torre de la cervecería Asahi en primer plano. No fue demasiado complicado conseguir una imagen parecida.
Nos adentramos en Asakusa por Nakamise, la calle comercial por excelencia de este barrio. Estaba ya abarrotada de gente, así que fuimos caminando tranquilamente viendo los puestos hasta llegar a la gran puerta que marca el inicio del templo Sensoji.
Cuando nos saturamos de estar rodeados por una multitud nos marchamos al barrio de Ginza. Los fines de semana a mediodía se corta Chuo Dori, la calle principal de esta zona. A esas horas hacía un sol de injusticia, por lo que aunque los peatones teníamos toda la avenida para pasear, estábamos todos agolpados en el lateral donde daba la sombra.
Lo primero que hicimos en Ginza fue ir a comer sushi. Queríamos comenzar nuestra estancia japonesa como es debido. Encontramos un lugar llamado Itamae-sushi, que pese a ser una cadena, ofrece sushi de calidad a precios más que razonables.
Una vez saciados recorrimos la zona y nos permitimos el lujo de entrar en algunas de sus exclusivas tiendas solamente por el mero hecho de contemplarlas, porque comprar no íbamos a comprar nada.
A pesar del calor húmedo que hacía (ese fue probablemente el día que pasamos más calor de los 42 que estuvimos recorriendo el planeta), continuamos haciendo turismo y nos desplazamos hasta Ueno. Dimos un paseo por el lugar y llegamos hasta el santuario Toshogu, al que no pudimos acceder porque estaban cerrando. Tuvimos que conformarnos con contemplar el pabellón desde fuera, aunque pudimos apreciar la pagoda de cinco pisos y los faroles de piedra que adornan la avenida que conduce al santuario. |
Continuando nuestra caminata por el parque Ueno, pasamos junto al zoo y llegamos hasta el estanque Shinobazu. Este lugar es todo un espectáculo: esta completamente cubierto de flores de loto, hasta tal punto que apenas se ve el agua. Además en esa época comenzaban a florecer, lo que añadía un punto extra a la vista.
Estuvimos paseando por las pasarelas que hay sobre el estanque y contemplando el lugar durante un buen rato, tras lo cual volvimos a Ginza. Paramos a cenar unos ramen en Ippudo, un establecimiento muy popular entre los locales y que, al igual que le sucedía al restaurante de sushi donde habíamos comido ese día, a pesar de ser una cadena ofrecen muy buena calidad a un precio insuperable.
Con el estómago lleno nos acercamos al bar High Five. Esta visita la teníamos marcada como obligatoria desde el inicio del viaje.
Con el estómago lleno nos acercamos al bar High Five. Esta visita la teníamos marcada como obligatoria desde el inicio del viaje.
El amable señor que regenta este local ha sido galardonado en varias ocasiones con el premio a mejor barman del mundo, lo que hace que su bar sea una parada obligada entre los amantes del mundo de la coctelería. El lugar es más bien pequeño; cuenta con una barra con varias sillas y unas pocas mesas. Detrás de la barra hay cuatro personas: el dueño, otra persona que también elabora cócteles y otras dos que se encargan de ayudar y tomar los pedidos. No tienen carta, por lo que en una pequeña charla con alguno de los ayudantes se explica el tipo de bebida que se desea, dejándose la elección final en manos de alguno de los dos mixólogos. Nosotros pedimos un cóctel con sake y otro con whisky japonés que no fueran muy afrutados. El resultado fue espléndido, pero lo que más nos gustó fue ver cómo elaboran el cóctel: si en las coctelerías norteamericanas se valora la velocidad con la que el barman es capaz de hacer las combinaciones, aquí se toman todo el tiempo que sea necesario para que la bebida esté en su punto justo. Dos culturas completamente diferentes. |
Como el local no estaba muy lleno, el dueño se acercó a nosotros y mantuvimos una amigable charla. Aunque no somos nada mitómanos, tenemos que reconocer que nos trajimos a casa los posavasos con el nombre del local.
El día siguiente era domingo: habíamos leído que ese día de la semana el parque Yoyogi es el lugar de encuentro de diferentes tribus urbanas que van allí a pasar el día y a dar rienda suelta a sus instintos.
Llegamos a Harajuku por la mañana y dimos una vuelta por el parque en el que solamente encontramos japoneses deportistas.
Decidimos hacer tiempo y recorrimos la calle Takeshita. Si el día anterior nos pareció que había gente en Asakusa, no fue nada comparado con lo que nos encontramos en esta calle. Aún así pudimos recorrerla hasta el final contemplando las curiosas tiendas que había a ambos lados.
El día siguiente era domingo: habíamos leído que ese día de la semana el parque Yoyogi es el lugar de encuentro de diferentes tribus urbanas que van allí a pasar el día y a dar rienda suelta a sus instintos.
Llegamos a Harajuku por la mañana y dimos una vuelta por el parque en el que solamente encontramos japoneses deportistas.
Decidimos hacer tiempo y recorrimos la calle Takeshita. Si el día anterior nos pareció que había gente en Asakusa, no fue nada comparado con lo que nos encontramos en esta calle. Aún así pudimos recorrerla hasta el final contemplando las curiosas tiendas que había a ambos lados.
Continuamos por Omotesando y nos acercamos a Maisen a tomar tonkatsu. Llegamos a una hora razonablemente buena, porque no tuvimos que esperar demasiado para comer. Pedimos tonkatsu y katsudon. En ambos casos se trata de una chuleta de cerdo empanada acompañada de col, que en el caso del katsudon va sobre un bol con arroz y huevo revuelto. Nuevamente comimos muy bien.
Tras la comida volvimos al parque Yoyogi a ver si había más animación, pero tan solo encontramos un grupo de rockabilly bailando. Fue curioso, pero desde luego no lo que nosotros esperábamos.
Desde el parque dimos un paseo hasta Shibuya. En este sitio lo único que queríamos era contemplar el famoso cruce que hay a la salida del metro. Dicen que es el cruce por el que pasan más peatones al día en todo el mundo. Si es verdad o no, poco importa: la realidad es que abruma la cantidad de gente que cruza en todas las direcciones cuando el semáforo se pone en verde para los peatones.
Desde el parque dimos un paseo hasta Shibuya. En este sitio lo único que queríamos era contemplar el famoso cruce que hay a la salida del metro. Dicen que es el cruce por el que pasan más peatones al día en todo el mundo. Si es verdad o no, poco importa: la realidad es que abruma la cantidad de gente que cruza en todas las direcciones cuando el semáforo se pone en verde para los peatones.
Para continuar haciendo un recorrido por las distintas facetas que ofrece la gastronomía nipona, esa noche cenamos shabu-shabu. Los camareros colocan encima de la mesa un pequeño fuego portátil donde ponen una pequeña olla con agua para que cueza, a la que se le añaden verduras de diferentes tipos para ir haciendo un caldo. Se dispone un surtido de diferentes tipos de carne cortada en finas lonchas y se pasan sobre el caldo. El tiempo de cocción de la carne es el que se tarda en decir “shabu-shabu”. Cuando se acaba con la carne, se echa algún tipo de fideo; cuando están cocidos, se comen con las verduras. Entre unas cosas y otras, se pasa un rato agradable y divertido a la vez que se come muy bien y muy sano.
Osaka
En nuestro viaje a Japón del año 2010 nos dejamos algunos lugares sin visitar por falta de tiempo, así que aprovechamos esta ocasión para ir a conocerlos.
El que más nos apetecía era Koyasan, una montaña llena de templos budistas. Vimos que el acceso más fácil era desde Osaka, así que como en el viaje anterior pasamos muy poco tiempo en esta ciudad, decidimos dedicar un día entero a visitarla. Para ello tomamos un Shinkansen (el famoso tren bala japonés) desde Tokio.
Como la última vez escogimos Kita, la zona norte de Osaka, para alojarnos, en esta ocasión nos centramos en Minami, el lado sur. Decidimos quedarnos en las proximidades de la estación de Namba, en un hotel sin pena ni gloria de los muchos que hay por la zona. La estación de Namba es una mini-ciudad subterránea. Uno comienza a caminar por sus interminables pasillos y, si no fuera porque todo está muy bien señalizado, sería imposible orientarse.
Lo primero que hicimos cuando conseguimos salir a la superficie fue buscar un sitio para comer. Encontramos uno de sushi que nos pareció bien y nos quedamos. Cuando terminamos dimos una vuelta por la zona de Dotonbori. Recorrimos Shinsaibashi, una galería comercial cubierta de más de 600 metros de longitud llena de tiendas y restaurantes de todo tipo a ambos lados, entre los que encontramos uno que servía fugu, el famoso pez globo que contiene el veneno suficiente para matar a una persona.
En nuestro viaje a Japón del año 2010 nos dejamos algunos lugares sin visitar por falta de tiempo, así que aprovechamos esta ocasión para ir a conocerlos.
El que más nos apetecía era Koyasan, una montaña llena de templos budistas. Vimos que el acceso más fácil era desde Osaka, así que como en el viaje anterior pasamos muy poco tiempo en esta ciudad, decidimos dedicar un día entero a visitarla. Para ello tomamos un Shinkansen (el famoso tren bala japonés) desde Tokio.
Como la última vez escogimos Kita, la zona norte de Osaka, para alojarnos, en esta ocasión nos centramos en Minami, el lado sur. Decidimos quedarnos en las proximidades de la estación de Namba, en un hotel sin pena ni gloria de los muchos que hay por la zona. La estación de Namba es una mini-ciudad subterránea. Uno comienza a caminar por sus interminables pasillos y, si no fuera porque todo está muy bien señalizado, sería imposible orientarse.
Lo primero que hicimos cuando conseguimos salir a la superficie fue buscar un sitio para comer. Encontramos uno de sushi que nos pareció bien y nos quedamos. Cuando terminamos dimos una vuelta por la zona de Dotonbori. Recorrimos Shinsaibashi, una galería comercial cubierta de más de 600 metros de longitud llena de tiendas y restaurantes de todo tipo a ambos lados, entre los que encontramos uno que servía fugu, el famoso pez globo que contiene el veneno suficiente para matar a una persona.
Las calles paralelas al río Dotonbori estaban llenas de locales para comer con carteles un tanto exagerados, que con la iluminación nocturna serían aún más llamativos (entonces no podíamos hacernos una idea de lo que luego fue).
Tomamos el metro para ir hasta el distrito de Tennoji. Allí nos acercamos al templo Shitennoji, que ya había cerrado, así que nos tuvimos que conformar con dar una vuelta por el parque homónimo. Atravesamos el mismo hasta llegar a la torre Tsūtenkaku y subimos a lo alto para ver la vista. Sin ser muy espectacular, nos permitió ver los alrededores desde las alturas, así como el castillo de Osaka, aunque muy a lo lejos.
Como ya había atardecido decidimos que era el momento de volver a Namba. En el río nos encontramos unas barcas con un montón de remeros todos vestidos de la misma forma. No supimos a qué se debía, si a alguna celebración o a un espectáculo para turistas.
Después comprobamos que la zona de Dotonbori era mucho más exagerada de lo que nos habíamos imaginado por la mañana. Para empezar, a pesar de ser ya de noche, había casi más luz que durante el día ya que todos los carteles estaban profusamente iluminados.
La multitud que se agolpaba en el lugar era algo digno de verse. Además, el nivel de decibelios era espantoso. Aquello parecía un experimento social, al que por supuesto nosotros aportamos nuestro granito de arena. Es algo difícilmente descriptible con palabras: hay que estar allí para vivirlo.
Estuvimos paseando por el lugar y después de cenar algo nos acercamos al bar Masuda. Este pequeño local, en el que solamente hay una barra, se inauguró en 1958; es uno de los bares más antiguos de Osaka. Su dueño es el señor Masuda, hijo del señor Masuda, quien abrió el local. Parece que la dinastía no continuará, pues el propio señor Masuda nos comentó en un inglés un tanto rudimentario que su hijo era profesor.
La carta de cócteles es inacabable así que optamos por dos creaciones propias, que resultaron ser bebidas ideadas por el padre. |
El amable dueño nos entregó un par de obsequios cuando nos marchamos, así como la receta del cóctel que más nos gustó de los que nos bebimos.
Koyasan
A la mañana siguiente comenzó nuestro pequeño periplo para llegar hasta Koyasan. Salimos desde la estación de Namba y fuimos en tren hasta Hashimoto. Allí cambiamos de convoy, pues solamente hay una vía (de doble sentido) para llegar a la última parada antes de Koyasan, Gokurakubashi. Hay algunos trenes directos al día (Koya Line). En Gokurakubashi nos pasamos al tren cremallera que asciende por la ladera del monte Koya. Una vez se llega a la estación de Koyasan, subimos al autobús que lleva hasta el pueblo. Hay un billete válido por 24 horas que permite viajar ilimitadamente en este medio de transporte. Al final, desde que salimos de Osaka hasta que llegamos a Koyasan fueron unas dos horas de trayecto; lo peor era que al día siguiente teníamos que hacer el trayecto de vuelta… ¡hasta Tokio!
Koyasan
A la mañana siguiente comenzó nuestro pequeño periplo para llegar hasta Koyasan. Salimos desde la estación de Namba y fuimos en tren hasta Hashimoto. Allí cambiamos de convoy, pues solamente hay una vía (de doble sentido) para llegar a la última parada antes de Koyasan, Gokurakubashi. Hay algunos trenes directos al día (Koya Line). En Gokurakubashi nos pasamos al tren cremallera que asciende por la ladera del monte Koya. Una vez se llega a la estación de Koyasan, subimos al autobús que lleva hasta el pueblo. Hay un billete válido por 24 horas que permite viajar ilimitadamente en este medio de transporte. Al final, desde que salimos de Osaka hasta que llegamos a Koyasan fueron unas dos horas de trayecto; lo peor era que al día siguiente teníamos que hacer el trayecto de vuelta… ¡hasta Tokio!
Nosotros contactamos con la central de reservas del lugar y ellos mismos nos asignaron uno. Nos tocó el Daimyo-in. Nos bajamos del autobús en la parada más cercana y nos acercamos hasta el templo. Sabíamos que no podíamos hacer el registro hasta las tres de la tarde, pero solamente queríamos dejar la mochila para poder hacer turismo más ligeros.
Comenzamos la visita por Karukaya-do, junto a nuestro alojamiento. En este edificio se pueden admirar una serie de pinturas que cuentan la historia de dos monjes que hicieron sus prácticas ascéticas sin saber que eran padre e hijo. Las pinturas no es que fueran una maravilla, pero amenizan muy bien la bonita historia.
Comenzamos la visita por Karukaya-do, junto a nuestro alojamiento. En este edificio se pueden admirar una serie de pinturas que cuentan la historia de dos monjes que hicieron sus prácticas ascéticas sin saber que eran padre e hijo. Las pinturas no es que fueran una maravilla, pero amenizan muy bien la bonita historia.
Después continuamos hacia el templo Kongobu-ji. Esta construcción está compuesta por varios edificios, casi todos ellos unidos entre sí, lo que facilita mucho el recorrido. Se accede al complejo por una gran puerta y al templo principal por un lateral, donde hay que descalzarse.
La visita comienza por el edificio principal, en el que hay una sucesión de innumerables salas de tatami con puertas correderas pintadas. En el interior no se permite tomar fotografías para preservar las pinturas; es una pena, porque los dibujos son impresionantes. En general están bastante bien conservadas, aunque había alguna algo deteriorada.
Siguiendo el recorrido se accede al jardín de piedras, típico jardín zen con piedras rastrilladas. Es el más grande de todo Japón y es una maravilla.
Siguiendo el recorrido se accede al jardín de piedras, típico jardín zen con piedras rastrilladas. Es el más grande de todo Japón y es una maravilla.
Tras pasar el jardín se accede a la sala del té, donde los visitantes que lo deseen pueden tomar una infusión y una exquisita galleta de arroz. Esta sala diáfana es muy grande. Nosotros nos sentamos sobre el tatami a degustar el té y la galleta.
Ese es el final del recorrido. Se vuelve a la entrada por la parte trasera del templo. Nos pareció una visita increíble.
Con los zapatos puestos de nuevo nos dirigimos a Danjo Garan. Este lugar es un complejo de templos situados en una explanada. En el centro se encuentra el Kondo, que fue destruido en numerosas ocasiones y reconstruido otras tantas.
Con los zapatos puestos de nuevo nos dirigimos a Danjo Garan. Este lugar es un complejo de templos situados en una explanada. En el centro se encuentra el Kondo, que fue destruido en numerosas ocasiones y reconstruido otras tantas.
A su alrededor están dispuestos los demás edificios. Por su altura y colorido destaca el Kopon Daito, una pagoda de dos pisos bastante grande. Hay también una campana bastante grande. Más al sur hay un bonito estanque con un par de puentes para cruzarlo.
El complejo es muy bonito: está todo muy bien cuidado y en muy buen estado. Dando un pequeño paseo llegamos hasta el Daimon, la majestuosa puerta de entrada a Koyasan.
Después nos acercamos hasta el mausoleo Tokugawa, compuesto por dos edificios prácticamente iguales, que destacan por unos formidables trabajos de madera en su exterior (al interior no se puede acceder).
Tan solo nos quedaba un lugar por visitar, así que decidimos que era un buen momento para acercarnos al templo y hacer el check-in. El monje que nos atendió hablaba un inglés un tanto limitado pero más que suficiente para hacerse entender. Nos enseñó la habitación donde nos alojaríamos y las instalaciones del lugar y nos explicó los horarios y las costumbres del lugar. Nos dijo que servían la cena a las seis y media.
Como queríamos ducharnos antes de cenar nos fuimos directamente a visitar el Okuno-in. Aquí tenemos que ponernos un poquito cursis y decir que este lugar nos pareció maravillosamente mágico. Se trata de un cementerio situado en la montaña en medio de un bosque lleno de enormes cedros centenarios, con cerca de doscientas mil tumbas. Cientos de linternas de piedra bordean un camino adoquinado que recorre el lugar. Tuvimos la suerte de ir por la tarde, por lo que, entre que estábamos solos, y que la luz de las linternas y de los últimos rayos de sol que se filtraban entre los árboles creaban una atmósfera especial, nuestra visita fue inolvidable.
Como queríamos ducharnos antes de cenar nos fuimos directamente a visitar el Okuno-in. Aquí tenemos que ponernos un poquito cursis y decir que este lugar nos pareció maravillosamente mágico. Se trata de un cementerio situado en la montaña en medio de un bosque lleno de enormes cedros centenarios, con cerca de doscientas mil tumbas. Cientos de linternas de piedra bordean un camino adoquinado que recorre el lugar. Tuvimos la suerte de ir por la tarde, por lo que, entre que estábamos solos, y que la luz de las linternas y de los últimos rayos de sol que se filtraban entre los árboles creaban una atmósfera especial, nuestra visita fue inolvidable.
Dicho esto, vamos con la información práctica: llegamos al lugar desde la última parada del autobús. Allí nos encontramos una avenida peatonal que conduce a la parte más moderna del cementerio. Recorrimos esa avenida hasta el final y continuamos hasta llegar al mausoleo Kobodaishi Gobyo. En su interior hay una sala con más de 10 000 linternas. Desde allí volvimos a la carretera principal por el camino que hemos mencionado al principio; fue lo que más nos gustó.
Se dice que es probable que todos los japoneses tengan algún antepasado enterrado en este cementerio. Teniendo en cuenta que son más de doscientos cincuenta millones en todo el país, eso es mucho decir.
A nuestra vuelta al templo donde nos alojábamos, el monje nos comentó que éramos los únicos huéspedes esa noche, así que teníamos todas las instalaciones solo para nosotros.
A nuestra vuelta al templo donde nos alojábamos, el monje nos comentó que éramos los únicos huéspedes esa noche, así que teníamos todas las instalaciones solo para nosotros.
Nos dimos un reconfortante baño japonés y nos vestimos con los yukatas que nos habían dejado en la habitación para hacer la experiencia más auténtica. Nos sirvieron la cena en una pequeña sala. Ésta consistió en un montón de pequeñas delicatessen vegetarianas (en Koyasan todos los monjes son vegetarianos). El monje nos explicó muchos de los bocados. Aunque no entendimos la mitad de lo que nos dijo, nos lo comimos todo con fruición.
De vuelta a la habitación nos habían extendido los futones para dormir en el suelo. La tranquilidad fue absoluta; tan solo escuchamos croar alguna rana que habría en el estanque del templo.
Por la mañana, antes de desayunar, asistimos a la ceremonia religiosa. Es una de las actividades que forman parte de la estancia, aunque es totalmente voluntaria. En cuanto terminó nos sirvieron el desayuno, que al igual que la cena, fue en base a pequeños bocados. Con mucha pena nos despedimos del monje, del templo y de Koyasan. Nos llevamos un recuerdo increíble del día que pasamos allí.
La vuelta hasta Tokio fue bastante larga. Autobús hasta la estación de funicular; funicular hasta la estación de tren de Gokurakubashi; tren hasta Hashimoto; trasbordo hasta Namba-Osaka; metro (con transbordo) hasta la estación de Shinkansen; y tren bala hasta Tokio.
Tokio
A pesar de todo, como habíamos madrugado bastante para la ceremonia religiosa, esa tarde todavía pudimos hacer algo de turismo en Tokio.
Volvimos al mismo hotel en el que nos alojamos antes de nuestra visita a Koyasan. Recuperamos la maleta que habíamos dejado allí (a Osaka y Koyasan fuimos con una mochila) y nos acercamos a comer a un restaurante de teppanyaki cercano. En la recepción del hotel nos había hecho la reserva, desde donde negociaron para nosotros un menú cerrado. Así que al llegar al restaurante nos sentamos en la barra y esperamos a que nos sirvieran. El menú fue muy variado: sopa, ensalada, pescado, carne y postre. El pescado y la carne lo prepararon obviamente en el teppanyaki. La verdad es que comimos muy bien.
La vuelta hasta Tokio fue bastante larga. Autobús hasta la estación de funicular; funicular hasta la estación de tren de Gokurakubashi; tren hasta Hashimoto; trasbordo hasta Namba-Osaka; metro (con transbordo) hasta la estación de Shinkansen; y tren bala hasta Tokio.
Tokio
A pesar de todo, como habíamos madrugado bastante para la ceremonia religiosa, esa tarde todavía pudimos hacer algo de turismo en Tokio.
Volvimos al mismo hotel en el que nos alojamos antes de nuestra visita a Koyasan. Recuperamos la maleta que habíamos dejado allí (a Osaka y Koyasan fuimos con una mochila) y nos acercamos a comer a un restaurante de teppanyaki cercano. En la recepción del hotel nos había hecho la reserva, desde donde negociaron para nosotros un menú cerrado. Así que al llegar al restaurante nos sentamos en la barra y esperamos a que nos sirvieran. El menú fue muy variado: sopa, ensalada, pescado, carne y postre. El pescado y la carne lo prepararon obviamente en el teppanyaki. La verdad es que comimos muy bien.
Decidimos ir a pasar la tarde al barrio de Shinjuku. Comenzamos paseando por los singulares edificios que pueblan ese barrio hasta llegar al edificio del Gobierno Metropolitano, donde subimos a una de sus torres para contemplar la vista.
Evidentemente no es una vista tan amplia como la que se contempla desde la torre Skytree, pero como subir a estas torres es gratis, no se puede pedir más.
Cuando anocheció nos dimos una vuelta por la zona de Shinjuku en la que se encuentran los llamados hoteles del amor, hoteles que alquilan sus habitaciones por horas o periodos para que los amantes puedan dar rienda suelta a sus instintos. También había algún que otro local de alterne.
Nuestra última cena en Japón la dedicamos a la tempura. Sin movernos de Shinjuku cenamos en un restaurante llamado Tsunahachi, un local de dos plantas muy concurrido especializado en esta fritura. Nos sentaron en la barra, así que pudimos observar al tempura-man en acción, quien nos la servía nada más freírla.
Con esta cena habíamos probado más o menos todas las especialidades gastronómicas japonesas, así que nos podíamos ir satisfechos.
La mañana siguiente nos levantamos con calma. Hicimos la maleta y la dejamos en recepción hasta que llegase la hora de ir al aeropuerto. Decidimos pasar nuestras últimas horas en Japón en Tsukiji, la famosa lonja de pescado.
Cuando llegamos al interior de la lonja apenas había actividad. O mejor dicho, había todavía mucha actividad pero los trabajadores estaban más bien empaquetando y limpiando.
Decidimos pasear por las animadas calles de los alrededores. Estaban todas llenas de tiendas enfocadas principalmente a la alimentación, aunque no solo.
La mañana siguiente nos levantamos con calma. Hicimos la maleta y la dejamos en recepción hasta que llegase la hora de ir al aeropuerto. Decidimos pasar nuestras últimas horas en Japón en Tsukiji, la famosa lonja de pescado.
Cuando llegamos al interior de la lonja apenas había actividad. O mejor dicho, había todavía mucha actividad pero los trabajadores estaban más bien empaquetando y limpiando.
Decidimos pasear por las animadas calles de los alrededores. Estaban todas llenas de tiendas enfocadas principalmente a la alimentación, aunque no solo.
Encontramos un lugar de belt-sushi que estaba abarrotado y decidimos entrar. Tuvimos que esperar un rato hasta que nos sentaron en la barra. Elegimos un par de menús y luego fuimos cogiendo algunos platillos del cinturón que da vueltas hasta que tuvimos el estómago lleno. No nos pareció de una calidad exquisita, pero sí muy barato. Ese debía ser el motivo principal por el que estaba tan concurrido.
Después encontramos un puesto que vendían mochis y probamos uno. Resultó estar exquisito, así que nos compramos unos cuantos más y nos los fuimos comiendo por el camino.
Volvimos al hotel a recoger la maleta y con cierta pena nos fuimos hacia el aeropuerto. Una vez más lo habíamos pasado en grande en Japón.