Tanzania
SerengetiParque Nacional Serengeti
A la mañana siguiente pusimos rumbo al Serengeti. La carretera que une el área de conservación del Ngorongoro con el Parque Nacional Serengeti es, sencillamente, un auténtico desastre. Cuando se lleva un buen rato recorriendo una planicie en la que hay poco más que arena y polvo (algún que otro árbol y jirafas desperdigadas), aparece una puerta sobre la carretera que anuncia la entrada al mítico parque. Pareciera que esa puerta esté puesta ahí para que los turistas nos hagamos una foto con ella, porque no parece que haya mucha diferencia entre ambos lados de la puerta. Al otro lado de la entrada seguimos viendo alguna jirafa, una pareja de dicdics y un azor lagartijero. Tras eso llegamos a la auténtica puerta de acceso al Serengeti: la que cobra una desorbitada tarifa por entrar, transitar y permanecer aquí, especialmente a los turistas. Al lado de esta entrada hay un peñasco al que subimos y desde donde pudimos observar una gran panorámica sobre la gran llanura del Serengeti.
Al principio de recorrer dicha llanura no vimos ningún animal, ni cerca ni lejos. Paramos junto a una roca donde vimos un montón de lagartijas y lagartos, algunos de vivos colores. Hasta que de repente vimos asomar tres cabezas entre la maleza y supimos que habíamos encontrado los primeros gatos de nuestro safari en el Serengeti: tres leonas que parecían estar en actitud de buscar alguna presa.
Después nos cruzamos con dos aves, un pájaro secretario y un toco gris africano, que se estaba comiendo algún insecto.
Más tarde vimos otra leona que estaba observando fijamente a un grupo de gacelas Thomson. La atención era mutua, pero estas gacelas, que casi siempre vimos comiendo, estaban quietas mirando a la leona. El juego siguió un rato hasta que las gacelas se marcharon dando brincos.
Cuando comenzó a haber algún que otro árbol y arbusto vimos una pequeña manada de elefantes y otra pareja de dicdics.
Justo cuando transitábamos junto a un solitario elefante pinchamos una rueda. Tenemos que reconocer que dado el estado de las carreteras (o sería más adecuado decir caminos), que solamente pinchásemos una rueda durante nuestra estancia en Tanzania nos pareció un milagro.
Una vez hecho el cambio de neumático, vimos varios topi, un grupo de hermosas mangostas y varias jirafas. Estas últimas las vimos junto a una charca, donde tuvimos ocasión de contemplar los malabarismos que tienen que hacer estos esbeltos animales para beber agua. En otra charca vecina vimos un nutrido grupo de hipopótamos. Fue una estampa curiosa: los hipopótamos estaban todos apiñados, de manera que cada vez que se movía uno se movían todos los de alrededor y en seguida comenzaban todos a gruñir.
De camino hacia nuestro alojamiento en el parque nos encontramos con una ristra de jeeps parados. Al unirnos a la fiesta pudimos comprobar que había un leopardo subido a un árbol echándose una siestecita. Un poco más en lo alto del mismo árbol vimos que había restos de algún animal, así que estaba claro que estaba descansando después de la comida.
Llegamos al campamento cuando comenzaba a atardecer, así que pudimos disfrutar de esos atardeceres rojizos y mágicos que ofrece la sabana africana.
Hasta ese momento, todos los alojamientos habían estado situados en las inmediaciones de los parques pero fuera de los límites de estos; pero el del Serengeti estaba en pleno centro del mismo. Esto significaba principalmente dos cosas: primero, que al estar tan alejados de cualquier núcleo de población, el nivel de comodidad y de servicios era un poco menor (aunque dadas las condiciones de estar literalmente en medio de la nada, nos parecieron unos servicios más que decentes); en segundo lugar, que si en los otros parques había una cierta probabilidad de que los animales pasaran cerca de la tienda, en esta caso no había duda: durante la noche no dejamos de escuchar sonidos de animales que afortunadamente no reconocimos.
Las tres noches que pasamos en el Serengeti nos alojamos en el Angata Camp, donde estuvimos muy a gusto a pesar de las limitaciones. De hecho, en nuestra segunda noche fuimos los únicos huéspedes, así que nos sentimos un poco como los reyes de la sabana. Otra cosa que fue mágica de este campamento, además de los atardeceres y amaneceres, fue la cantidad de estrellas que se veían por la noche. Las noches que pasamos allí echamos de menos tener un poco más de idea de astronomía, porque nunca habíamos visto tal cantidad de estrellas.
La mañana siguiente fue bastante intensa en cuanto a aves se refiere: comenzamos viendo dos águilas, una steppe eagle (o águila esteparia) y una long-crested eagle (o águila crestilarga); seguimos con un lilac-brested roller (o carraca lila), un african hawk-eagle (o águila azor de África), un francolín y una grey heron (o garza real). Nos asombró mucho el cuello tan largo de esta última ave. Tras esto vimos unos cuantos elefantes, una hiena y un guepardo. Por primera vez en nuestra vida veíamos un guepardo en vivo. Estaba un tanto alejado, por lo que tuvimos que usar los prismáticos y todo el zoom que el objetivo permitía, pero luego se acercó un poco. Iba caminando y cada poco tiempo se subía a algún pequeño promontorio que encontraba para otear el horizonte: era el momento en que mejor lo veíamos.
Cuando nos cansamos de observar al guepardo (y con la esperanza de ver alguno más), continuamos transitando por los infames caminos del Serengeti, hasta que nos encontramos con una auténtica manada de leones. Al principio vimos unas cuantas cabezas asomando: los leones estaban tranquilamente descansando. Poco a poco algunos se fueron incorporando, lo que hizo que fueran apareciendo más cabezas. Los que se habían incorporado empezaron a moverse, provocando que todos los leones que había a su alrededor se levantaran.
Al final llegamos a contar 18 leones, pero a lo mejor se nos escapó alguno. Fueron poco a poco acercándose a un grupo de gacelas Thomson que había un tanto en la lejanía. Mientras tanto, todos los jeeps que estábamos merodeando por la zona nos pusimos a seguir a la manada. Los leones pasaban entre los jeeps como si no les importara lo más mínimo que estuviésemos allí.
Finalmente vieron que las gacelas estaban demasiado lejos y poco a poco se reagruparon y se volvieron a tumbar. Fue un momento realmente increíble: todas esas cabezas apareciendo y empezando a moverse, toda la manada pasando alrededor de los jeeps, verlos en actitud de ponerse a cazar… Fue probablemente la mejor experiencia de todo el safari.
Continuando con nuestro safari vimos un african fish eagle (o pigargo vocinglero), una elegante águila posada en la copa de un árbol. Y otra curiosa estampa: un árbol lleno de garzas reales que estaba en la orilla de una charca en la que vimos un cocodrilo.
Después vimos un lejano leopardo en la base de un árbol. Mientras estábamos observándolo apareció una segunda cabeza de leopardo. Estaban quietos oteando el horizonte, y aunque estuvimos un rato esperando a ver si se movían, fue en vano.
Al pasar junto a otra charca vimos un grupo de hipopótamos fuera del agua y después un Nile monitor (o varano del Nilo). Este enorme reptil se movía a cámara lenta.
Durante la tarde vimos un grupo de jirafas y más tarde unos cuantos buitres que estaban despedazando un babuino. Junto a ellos había un marabou stork (o marabú africano) que evidentemente no estaba invitado al convite, pero en cuanto los buitres se despistaban, metía su enorme pico y se llevaba algo.
Continuamos en busca de más animales y obtuvimos nuestro premio. Nos encontramos con dos jóvenes guepardos que estaban intentando cazar unas gacelas. Estaban en constante movimiento y llegamos a verlas iniciar la carrera, pero fue una falsa alarma; en seguida desistieron. Fue una pena, porque nos hubiera encantado ver correr al animal más veloz del planeta.
Esa tarde volvimos a disfrutar del atardecer sobre el Serengeti y de la luz de las estrellas.
El día siguiente le pedimos a nuestro guía que nos llevara a algún punto elevado desde donde pudiéramos ver alguna vista del Serengeti. Nos comentó que tenía un amigo ranger que estaba en un puesto de vigilancia sobre una colina y, aunque no estaba permitido el paso, por ser sus amigos nos dejaba subir. Mientras íbamos hacia allá vimos unos cuantos globos aerostáticos descendiendo. Un paseo en globo es una de las atracciones que ofrecen en el Serengeti, pero nosotros no nos lo planteamos, en parte por su elevadísimo coste.
Una vez en lo alto, la vista no fue tan espectacular como esperábamos, si bien el ranger se ofreció a hacer un pequeño safari caminando por la zona. Así tuvimos la ocasión de caminar un rato por el Serengeti (al fin y al cabo nos pasábamos los días dentro del jeep y las noches dentro de la tienda de campaña), y pudimos observar un búfalo, un buitre volando y tomar alguna foto panorámica. Como medida de seguridad, el ranger llevaba un Kaláshnikov. No sabemos si sería el arma más idónea para el momento, pero se ve que no tenía otra cosa a mano.
Al bajar de la colina nos encontramos con tres guepardos que, desgraciadamente, en cuanto nos vieron se marcharon en dirección contraria.
Después vimos una pareja de jirafas jóvenes y una manada de elefantes con varias crías. De ahí fuimos a la “hippo pool” (o piscina de hipopótamos), donde al igual que dos días antes en otra charca, nos encontramos con una enorme concentración de hipopótamos por metro cúbico de agua. En esta ocasión vimos varias crías, y no alcanzamos a comprender cómo hacían para no ser aplastadas por sus congéneres. Junto a los hipopótamos vimos un cocodrilo y en una zona un poco apartada vimos otro. Ambos estaban descansando.
Continuando con nuestro recorrido nos cruzamos con un camión que había sufrido un accidente; vimos otro cocodrilo en otra charca; una pareja de elefantes jugando; una jirafa; un enorme bush hyrax (o damán de El Cabo); dos chacales; más babuinos; una gacela Grant; innumerables gacelas Thomson; y un jabalí verrugoso.
Cuando emprendimos el camino de vuelta al campamento vimos un verreaux’s eagle-owl (o búho lechoso) con una presa entre sus garras; un black-breasted snake eagle (o águila culebrera) justo cuando iniciaba el vuelo; un toco gris africano; y un grupo de babuinos descendiendo precipitadamente de un árbol.
Al llegar al campamento nos encontramos con una pequeña manada de elefantes que estaban cruzando muy cerca. Nos quedamos observándolos mientras ellos no nos hacían ni caso.
Al día siguiente nos despedíamos del Serengeti, pero hasta la salida nos esperaban muchos kilómetros de baches y alguna que otra sorpresa. Lo primero que vimos fue una hiena que caminaba en dirección contraria por nuestro camino y que no tuvo más remedio que apartarse; después volvimos a encontrarnos con la manada de leones de hacía dos días, aunque nos dio la sensación de que habían perdido unidades. Estaban relajados y tumbados, algunos realmente junto al camino, con lo que tuvimos la oportunidad de fotografiarlos a placer. En algún momento estuvimos tentados de abrir la ventanilla y acariciar a alguno, pero finalmente nos abstuvimos.
Cuando continuamos la marcha nos topamos con otra hiena que dormía plácidamente en medio del camino y que se despertó bruscamente en cuanto nos acercamos. Ya cerca de la salida, en plena planicie, dimos con otro guepardo. En esta ocasión tuvimos la oportunidad de verlo muy de cerca. De hecho, se puso a caminar delante de nosotros por el camino, hasta que viendo que le seguíamos, se metió entre la maleza y se largó. Sin duda fue una despedida a lo grande del famoso parque.
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