los viajes de juanma y carol
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Rumania

Bucarest

La mañana de nuestro penúltimo día en Rumania condujimos hasta Targoviste, ciudad que tampoco merece mucho la pena. Lo único digno de ser visitado es un complejo en el que hay una iglesia y una torre a la que se puede subir para ver la zona desde lo alto. Una vez concluimos nuestra rápida visita, pusimos rumbo a Bucarest.
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A nuestra llegada a la capital tuvimos un pequeño problema. Resultó que la reserva que habíamos hecho no era en un hotel sino en un edificio de apartamentos, y por tanto no tenían recepción. Así que al llegar llamamos por teléfono al número que teníamos y nos dijeron que necesitaban una hora hasta que alguien llegara hasta allí para abrirnos. Aprovechamos el tiempo que teníamos que esperar para comer algo. Cuando al fin llegó una chica, hicimos el check in (por llamarlo de alguna manera), y comenzamos nuestra visita. Empezamos caminando por un bulevar hacia el centro de la ciudad, y pasamos por el Teatro Nacional, que tiene un pequeño parque en su entrada en el que había una composición escultórica bastante original, y donde vimos un mojón indicando que ese era el Km. 0 de Bucarest; seguimos hasta la Plaza Unirii, enorme plaza en la que hay un parque y unas avenidas muy anchas llenas de fuentes sin agua: al parecer el colega Caucescu mandó destruir los edificios que ahí había para hacer esa plaza tan enorme. Desde la plaza subimos una calle hasta llegar a la Catedral Patriarcal Rumana. 
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Continuamos por el Bulevar Unirii hasta llegar a la Plaza de la Constitución, donde se encuentra el descomunal edificio del Parlamento Rumano. Está considerado el segundo edificio más grande del mundo, así que con ese único dato nos ahorramos un montón de calificativos respecto a su tamaño. También diremos que según la guía, se tarda aproximadamente unos 20 minutos en bordearlo caminando. Sea como fuere, las dimensiones y ubicación del edificio hacen que sea una vista bastante espectacular. 
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De ahí nos acercamos al vecino parque Izvor, que se encontraba abarrotado de gente, y en el que aprovechamos para descansar un rato en uno de sus bancos.
Tras esa paradita, fuimos hacia la zona de Lipscani, sin duda la más animada de la ciudad, a pesar de que muchas calles estaban sin asfaltar porque se ve que están haciendo una profunda renovación del barrio. Todos los bares estaban abiertos y las terrazas se encontraban a rebosar. Hicimos otra parada, en esta ocasión para tomar algo en uno de los innumerables locales. Tras eso comenzamos la vuelta hacia nuestro hotel/apartamento, y para no volver por la avenida que habíamos bajado, fuimos por la calle Victoriei, que nos pareció una de las más cuidadas de toda la ciudad. Pasamos por el monumental edificio de la Caja de Ahorros Rumana; por el pasaje Villacrosse, lleno de garitos donde fumar pipas de agua; y llegamos a la Plaza Revolutiei, quizá la más elegante de Bucarest. 
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Allí puede verse el edificio del Comité Central del Partido Comunista, en el que Caucescu dio su último discurso en público; la galería de Arte Rumano; el Atheneum, una sala de conciertos con forma circular; y en el centro de la plaza, una estatua ecuestre de Carol I. Esta plaza nos encantó. Además, como ya estaba anocheciendo, había una mezcla de luz natural y artificial muy agradable.
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Comenzamos nuestro último día en Rumania volviendo a la Plaza Unirii y caminando de nuevo hasta el parlamento. 
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Después hicimos un itinerario sugerido que venía en la guía por la parte histórica de Bucarest, que fue poco menos que una pérdida de tempo, ya que no vimos prácticamente nada que mereciera la pena. Para desquitarnos, volvimos a la Plaza Revolutiei que tanto nos había gustado el día anterior, y terminamos comiendo en Caru cu Bere, probablemente el más famoso restaurante de la ciudad, y con razón.
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Solamente por ver el local ya merece la pena ir. La comida estaba bien, pero quizás no acertamos pidiendo, porque hemos de reconocer que comimos mejor en otros sitios. En cualquier caso es un sitio al que hay que ir: de hecho suele estar siempre abarrotado, y esta vez no fue una excepción. Había dos músicos amenizando la comida, afortunadamente de una manera mucho más sutil que la que sufrimos en la cena de Sinaia.
Tras esto, volvimos a por nuestro coche y pusimos rumbo al aeropuerto, donde tomamos el avión que nos trajo de vuelta a Madrid.

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