Sudáfrica
Ciudad de El Cabo y alrededoresTanto el camino entre Hermanus y Betty’s Bay, como una parte del de Betty’s Bay a Franschhoek, lo hicimos bordeando la costa, donde disfrutamos de unas vistas impresionantes. Una vez dejamos la costa e iniciamos nuestro camino hacia el interior, comenzó el espectáculo de los viñedos. El triángulo formado por Franschhoek, Stellenbosch y Paarl debe ser una de las zonas del mundo con mayor cantidad de viñedos por metro cuadrado. Evidentemente, esta información no está contrastada, simplemente es una apreciación, pero desde luego da la sensación de aproximarse a la realidad. Llegamos al atardecer a Franschhoek, y fuimos directos a Cape Vue Guest House B&B, que es donde teníamos la reserva. La casa estaba rodeada de viñas, las cuales según nos contó la simpática dueña, eran de su propiedad, y la casa era una enorme casa de campo. Teníamos una habitación bastante grande con entrada privada. Esa noche teníamos una reserva para cenar en The Common Room, un espacio perteneciente a Le Quartier Français, resort adscrito a la lujosa cadena Relais & Chateaux. El sitio cuenta con dos espacios gastronómicos: The Tasting Room y The Common Room, el primero para cenar un menú sorpresa y el segundo para cenar de tapas. Habíamos elegido el segundo porque al día siguiente teníamos otra reserva en otro restaurante y no queríamos vaciar nuestros bolsillos y llenar nuestro estómago en exceso, en menos de 24 horas. La cena en The Common Room fue toda una sorpresa. Nos atreveríamos a decir que fue una de las mejores cenas de picoteo que hemos disfrutado nunca. La mayoría de los platos de la carta eran tipo tapas, de tal forma que entre salado y dulce pedimos un total de ocho cosas diferentes, lo que nos dio para hacernos una idea magnífica del sitio. Lo mejor de la noche fueron el risotto y las costillas ahumadas. Además el servicio fue muy simpático: queríamos acompañar la velada con una botella de vino espumoso (lo que aquí llamaríamos un cava y un poco más al norte un champán) y tenían dos marcas. Como no sabíamos cuál pedir, el camarero, en vez de aconsejarnos, nos trajo una copa de cada una para que eligiéramos la que más nos gustase, cosa que hicimos. Todo un detalle, para una magnífica cena. A la mañana siguiente, después de otro magnífico desayuno, como fue habitual en todos los bed & breakfast en los que nos alojamos, fuimos hasta la vecina Stellenbosch para dar una vuelta por el centro: teníamos que hacer tiempo hasta que abrieran las bodegas de la zona, ya que queríamos visitar un par de ellas antes de comer. Es sencillamente imposible elegir entre tal cantidad de bodegas, así que el azar lo hizo por nosotros: en una revista que leímos en el avión de Johannesburgo a Port Elizabeth recomendaban unos cuantos vinos. Buscamos las bodegas que nos quedaban más cercanas y seleccionamos dos. Comenzamos por Boschendal. Llegamos a la zona donde se catan los vinos y nos dieron una lista con todos los que elaboraban para que eligiésemos cinco de ellos. La cata costaba dos euros: íbamos a probar cinco vinos por dos euros. Como hacía buen tiempo nos sentamos en el jardín, y allí nos sirvieron los cinco vinos elegidos con sus respectivas notas de cata. Por eso de que teníamos que conducir, pedimos una cata para los dos, ya que queríamos una segunda ronda en otra bodega. En Boschendal elegimos dos blancos, un blanco de uva tinta que parecía un rosado, y dos tintos.
Cuando terminamos nuestra cata particular marchamos en busca de la segunda bodega: Kleine Zalze. Allí hicimos la misma operación: una cata para los dos, seleccionar cinco vinos de la lista, y salir al jardín. En este caso fueron dos blancos, dos tintos y un oloroso, y no hubo nota de cata por escrito: la sumiller salió al jardín para comentarlo directamente con nosotros. Esta vez fue un poco más barata que la anterior: un euro y medio la cata de los cinco vinos.
Cuando finalizamos los vinos, agradecimos a la sumiller su trabajo, y nos despedimos de esa zona vinícola, que no de los viñedos, ya que nos fuimos a comer al siguiente sitio que también habíamos reservado desde España y que se encuentra en otra zona de bodegas, en Constantia, muy cerca ya de Ciudad de El Cabo. El restaurante era el otro de los tres sudafricanos que aparecen en la lista de los cien mejores restaurantes del mundo: La Colombe. Allí vivimos otra experiencia culinaria inolvidable. El menú lo tenían escrito en una pizarra, así que el camarero se acercó con ella y nos explicó en qué consistía cada plato.
Tras la opípara comida, descansamos un rato en el coche antes de emprender nuestro camino a Ciudad de El Cabo, última etapa del viaje. Encontramos sin dificultad el bed & breakfast previamente reservado, y lo primero que hicimos fue subir a la Table Mountain, la montaña que, por su curiosa forma, es sin duda el símbolo de la ciudad.
Para acceder a la cumbre hay que hacerlo en teleférico, y cuando llegamos a la estación donde se coge, ya estaba cerrada. Nos conformamos con la impresionante vista de la ciudad desde ahí, y a continuación fuimos a la vecina colina de Signal Hill. Llegamos hasta el final de la carretera y pudimos observar también la ciudad y la Table Mountain, y aprovechamos para ver el atardecer desde allí arriba.
Cuando el sol desapareció del horizonte, volvimos al alojamiento con idea de aparcar el coche y salir a cenar algo. A nuestra llegada al alojamiento de Ciudad de El Cabo nos dieron unos cuantos consejos sobre la seguridad de la ciudad. Estábamos alojados en un barrio seguro, pues contaba con seguridad privada en las calles las 24 horas del día. Y era cierto que cada vez que entramos o salimos vimos algún aburrido guardia de seguridad paseando por las calles. Nos dijeron que hay varias zonas así en la ciudad y que para moverse entre cada zona cuando hubiera anochecido, si queríamos evitar sustos, era poco menos que imprescindible moverse en taxi, que por otra parte eran muy baratos. Así que esa noche, como solamente queríamos picar algo antes de irnos a dormir, decidimos hacerlo por el barrio y así evitar problemas.
Para el día siguiente habíamos comprado tickets para visitar la isla de Robben Island, tristemente famosa por albergar durante buena parte del siglo XX una cárcel para prisioneros políticos durante el Apartheid. El precio del billete incluía la ida y vuelta en ferry desde Ciudad de El Cabo, la visita del interior de la cárcel con un expreso y una vuelta en autobús por la isla con un guía. La isla se encuentra cerca de la ciudad y durante el trayecto en ferry hay una bonita vista de esta y, especialmente, de la Table Mountain. Una vez llegamos a Robben Island, hubo un poco de caos porque nadie sabía muy bien qué hacer ni adónde ir, y tampoco había gente que explicase nada. Finalmente nos subimos a un autobús y nos condujeron a la prisión. Allí un hombre que había sido preso durante 22 años nos condujo por una serie de dependencias de la cárcel: las celdas comunes, los patios, la cocina y las celdas individuales, donde pudimos ver la que ocupó Nelson Mandela.
El expreso nos contó que, como casi todos los que estuvieron allí encerrados, fue condenado por alta traición; y aunque su pena era de 30 años, “solamente” estuvo 22 porque con la caída del Apartheid cerraron la cárcel y liberaron a todos los que se hallaban en su interior.
Una vez terminamos la visita, volvimos al autobús y dimos una vuelta por la isla, mientras una simpática guía nos comentaba lo que íbamos viendo. Tras esto, nos llevaron al ferry y volvimos a la ciudad. Del puerto fuimos caminando hasta el centro de la ciudad, por donde dimos un paseo. Comenzamos por St. George’s Mall; pasamos por la colorida Greenmarket Square, llena de puestos con artesanía típica y donde se encuentra el antiguo ayuntamiento; caminamos por Long Street, calle llena de edificios victorianos de dos plantas con balcones de hierro forjado; seguimos por Trafalgar Place, donde vimos una especie de mercado de las flores; llegamos hasta una enorme plaza llamada Grand Parade, en la que está el nuevo ayuntamiento; y fuimos hasta el Castle of Good Hope, al que no teníamos muy claro si queríamos entrar para visitarlo y que estaba cerrado, solventando todas nuestras dudas al respecto.
Desde ahí nos acercamos al District Six Museum, en el que se muestra la historia de un barrio en el que vivía pacíficamente gente de diferentes estratos sociales, religiones, colores, etc., y en el que por culpa del Apartheid fueron expulsadas unas 60.00 personas. El museo está repleto de fotografías y objetos de la época que tratan de ilustrar lo que pasó y cómo lo vivió la gente. Había un pequeño grupo que contaba con un guía que iba contando algunas historias, y nos adobamos como quien no quiere la cosa para escuchar y hacer más completa esta ya de por sí interesante visita histórico-cultural.
De ahí volvimos a descansar al bed & breakfast, y antes de que anocheciera, para poder ir caminando, fuimos hasta la animadísima Long Street a cenar. Teníamos intención de probar Mama Africa, supuestamente uno de los restaurantes más populares de la ciudad, pero esa noche estaba cerrado para una fiesta privada, así que entramos en un sitio de comida de Nueva Orleans que estuvo bastante decente. Después estuvimos tomando unos cócteles por la zona, y para volver al bed & breakfast tomamos un taxi, que realmente resultó muy barato: poco más de un euro y medio.
Al día siguiente cogimos el coche y nos fuimos de excursión a Cape Peninsula, península situada al sur de la ciudad y en la que, entre otros alicientes, se encuentra el Cabo de Buena Esperanza. Comenzamos nuestro itinerario en Muizenberg, donde destacan las curiosas casitas de colores de la playa. Continuamos por Boulders, colonia de pingüinos situada en las afueras de Simon’s Town y muy parecida a la que vimos en Betty’s Bay en nuestro camino de Hermanus a Franschhoek. En esta ocasión también había unas pasarelas de madera para poder disfrutar de los pingüinos sin tener contacto directo con la zona por donde se encuentran.
Seguimos adentrándonos en el Cape of Good Hope Nature Reserve, donde visitamos el cabo de Buena Esperanza. Comenzamos yendo donde está el cartel indicando esa posición, donde subimos a un peñasco para obtener una panorámica de la zona, y continuamos por Cape Point, donde subimos caminando hasta el faro antiguo. En la subida nos cruzamos con un par de avestruces que miraban a la gente con cara de sorpresa, como si no estuviesen acostumbradas a verla pasar por ahí.
Continuamos bordeando Cape Peninsula y pasamos por Chapman’s Peak, sinuosa carretera que discurre por los acantilados de la montaña y desde donde se obtienen magníficas vistas de la bahía en la que se encuentra Hout Bay, población en la que paramos para ver el malecón.
A nuestra vuelta a la ciudad, y después de descansar un rato en la habitación, salimos a cenar a un restaurante mexicano, el cual, según nos dijeron los propios dueños, es uno de los pocos restaurantes mexicanos en todo el continente africano.
El siguiente día sería el último que pasaríamos en Sudáfrica. Teníamos el vuelo por la noche, así que disponíamos del día entero para seguir visitando. Comenzamos subiendo a la Table Mountain para coger el teleférico. Esta vez no se nos escapó, y aunque tuvimos que hacer más de media hora de cola, la espera mereció la pena. La cabina del teleférico es bastante grande, y realiza un giro de 360 grados durante la ascensión, de manera que sin moverse, toda la gente en su interior pueda abarcar todo el paisaje. Una vez arriba estuvimos paseando por la montaña. Si a la altura de la estación del teleférico la vista de la ciudad es increíble, una vez arriba lo es más aún si cabe. En un día sin nubes la vista abarca un distancia enorme: se ve perfectamente toda la ciudad, Robben Island, la montaña Lion’s Head y por el lado opuesto se vislumbra el lejano faro de Kommetjie, situado en Cape Peninsula.
Estuvimos un buen rato admirando la impresionante vista, y cuando bajamos del teleférico nos encaminamos hacia el colorido barrio de Bo Kaap. En este caso, lo de colorido es literal: la mayoría de los edificios del barrio están pintados de vivos colores.
Estuvimos dando un paseo por sus calles, y cuando volvimos al coche decidimos ir a visitar otra bodega. Escogimos una de las que mayor renombre tienen en las afueras de Ciudad de El Cabo: Groot Constantia. En dicha bodega decidimos hacer una visita guiada que terminaba con una cata seleccionada. El grupo de la visita lo formábamos una madre con su hijo, la guía y nosotros, así que fue casi un evento privado. Nos enseñó la zona donde tienen las cubas metálicas, después las barricas de madera junto a las botellas de estilo champanois, y finalmente nos condujo a una habitación donde hicimos la cata comentada. Como venía siendo habitual bebimos cinco vinos, todos ellos comentados por la guía-enóloga, y con eso dio por concluida nuestra visita. Nos quedamos a comer en uno de los dos restaurantes que hay en la bodega, tras lo cual volvimos a la ciudad.
Nos acercamos al Waterfront, moderna zona del puerto llena de tiendas de marca y restaurantes bien puestos, por donde estuvimos paseando un rato.
Después fuimos hasta Camps Bay, zona playera del suroeste de la ciudad, desde donde vimos los Twelve Apostols, serie de montañas consecutivas que miran al mar, en cuya playa vimos el último atardecer de nuestro viaje.
El resto fue lo común en esos casos: recoger el equipaje, ir hasta el aeropuerto, devolver el coche, hacer el check-in, esperar la salida del vuelo, hacer la escala en Ámsterdam y volver a casa.
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