Sudáfrica
SafariEl primer lodge se encontraba en Sabi Sand Game Reserve, una reserva privada unida al parque Kruger, pero que no pertenece al estado, sino a unos cuantos inversores que son los que tienen los lodges allí. De esta forma, los animales circulan libremente al estar unido al parque, pero a la reserva solamente pueden acceder los visitantes que vayan a pernoctar en algún lodge del interior. Lo que consiguen con eso principalmente es darle un punto de exclusividad al entorno evitando las aglomeraciones de turistas. Esta zona se encuentra hacia el suroeste del parque, y nos habían dicho que desde la Orpen Gate, que se ubica un poco más hacia el norte, se tardaba unas 5 horas en llegar. Nos pareció una exageración, ya que aunque el límite de velocidad en el interior del Kruger es de 50 km/h, la distancia era de unos 130 kilómetros, así que no veíamos por qué nos daban esa estimación. Nosotros, por si acaso, madrugamos bastante y a las ocho de la mañana llegamos a la Orpen Gate. Una vez rellenado el papeleo y pagadas las tasas entramos finalmente en el parque: comenzaba el primer safari de nuestra historia. En el interior del Kruger hay un par de prohibiciones bastante obvias: alimentar a los animales y bajarse del automóvil salvo en los campamentos. De hecho, recomiendan ir con las ventanillas subidas, lo cual al final nos supuso andar todo el rato subiendo y bajando para hacer una fotografía cada vez que veíamos algún animal. En el interior del parque recorrimos la carretera que va de norte a sur y salimos por la Paul Kruger Gate, ya que no se puede acceder a Sabi Sand desde el interior. Durante ese trayecto nos encontramos con una gran cantidad de animales: búfalos, monos, elefantes, cebras, jirafas, un avestruz (que cruzó la carretera delante de nosotros con toda la tranquilidad del mundo), kudus, unos cuanto hipopótamos en una charca lejana, ñús, una leona, un tucán, e impalas, muchos impalas, que a la postre sería el animal que más veríamos en nuestra estancia en la zona. Según nos dijo un ranger más tarde, el impala es el único animal que se puede asegurar que se va a ver en un safari por el parque. También vimos un baobab, conocido como el árbol de África.
Cuando llegamos a Idube Game Reserve, que así es como se llamaba el primer sitio que teníamos reservado, eran las dos de la tarde. Habíamos tardado exactamente cinco horas desde la Orpen Gate.
Nada más llegar a Idube ya nos dimos cuenta de que estábamos en un sitio especial. Se acercaron un par de personas que nos dieron la bienvenida y nos dijeron que cogiéramos del coche todo lo que fuésemos a necesitar, ya que ellos llevarían el coche al aparcamiento. Una vez sacamos nuestros bártulos, insistieron en que los dejásemos allí, que ellos los transportarían a nuestra habitación. Nos sentaron en una mesa donde nos esperaban sendos cócteles de fruta exquisitos, y donde rellenamos una hoja con nuestros datos y otra del estilo de la que te hacen rellenar en los hospitales: les exonerábamos de cualquier cosa que nos pudiera suceder durante nuestra estancia allí. Estaba claro: nos encontrábamos en medio de la Naturaleza Salvaje. Nos condujeron a nuestra habitación, donde ya nos esperaban nuestras pertenencias y nos dijeron que podíamos ir a comer cuando quisiésemos, porque a las tres y media salía nuestro safari en jeep (game drive lo llaman ellos). El alojamiento estaba muy bien. Era un pequeño chalé individual con una habitación y un baño bastante grandes, y un porche en el que teníamos una mesa y dos tumbonas. Había también una ducha al aire libre en la parte trasera, pero aunque a mediodía hacia bastante calor y se podía estar en manga corta, no pensábamos utilizarla. Una vez dimos cuenta de la comida, que fue tipo buffet y estuvo muy bien y muy variada, nos dispusimos para hacer nuestro primer safari. El jeep era un típico vehículo de safari, con un asiento en la parte delantera, en la que se sentaba el rastreador, el asiento del conductor, donde iba el ranger que conducía y explicaba, y detrás tres filas, cada una un poco más elevada que la anterior para favorecer la visión. Cada fila contaba asimismo con tres asientos. Nos sentamos en la fila detrás del ranger, el cual llevaba en el salpicadero un rifle bastante imponente (al menos para nosotros). Esa tarde fuimos siete turistas en el jeep: detrás de nosotros se sentó un matrimonio hispano-ruso, y en la tercera fila un matrimonio alemán con su hija. Todos los game drives tenían una duración de tres horas, con una pequeña parada para tomar un té o café con unas pastas y galletas, y quien se sintiera valiente, aliviar la vejiga detrás de algún arbusto. Decimos lo de la valentía porque en medio de la sabana uno nunca sabe qué puede encontrarse a la vuelta de un matorral. En ese primer game drive vimos una pequeña manada de elefantes, un grupo de monos, dos rinocerontes hembras con una cría (a las que se les unió un rinoceronte macho que quería un poco de juerga con la hembra que no era la madre de la cría), un kudu y una manada de búfalos.
El ranger nos contó que en el grupo de monos el macho más viejo es el jefe del grupo y durante la noche no duerme para vigilar, de tal forma que si ve/siente/huele peligro, despierta al resto; también nos comentó que un rinoceronte puede estar hasta un mes cortejando a la hembra hasta que consigue su propósito, en el que se demora hasta media hora (por eso, nos dijo, en oriente se usa la ralladura de cuerno de rinoceronte, porque creen que tiene efectos parecidos al viagra). Esa tarde también estuvimos siguiendo el rastro de un leopardo, que al parecer estaba fresco (el rastro), pero no dimos con él.
Cuando el sol empezó a ocultarse comenzó a hacer un fresquete bastante importante, que no fue nada comparado con el frío que pasamos en el safari de la mañana siguiente.
Al llegar al lodge nos dejaron un poco de tiempo de relax y luego fuimos a cenar. La cena era en la boma: se trata de una zona circular rodeada de una valla hecha con troncos y en cuyo centro hay una hoguera; alrededor de esa hoguera se sitúan las mesas formando un círculo, donde los turistas nos sentamos a cenar. El ambiente está muy logrado, ya que la única luz que hay proviene de la hoguera y de unos pequeños candiles que ponen en las mesas. Quizá el pequeño inconveniente es que al ser al aire libre hace un poco de frío, que tratan de paliar poniendo una manta en cada silla. La cena consistió en un entrante y un primero que no se podían elegir, y para el segundo plato había buffet. Tras la cena nos fuimos a dormir, porque a la mañana siguiente nos despertaban a las seis para nuestro safari matutino, que comenzaba a las seis y media. A las seis de la mañana hacía mucho frío. A esas horas nos ofrecieron un te o café con unas pastas y algo de fruta, ya que el desayuno se servía a la vuelta del safari. La alineación del jeep volvió a ser la misma, repitiendo rastreador y ranger. Durante esa mañana nos aprendimos el nombre de ambos: el rastreador se llamaba Lannet y el ranger Andries. Lannet, además de ir capeando el frío como podía, se dedicaba a buscar huellas por el suelo y animales en lontananza. Los rastreadores están entrenados para eso, ya que son capaces de ver cualquier tipo de animal a kilómetros de distancia. El ranger también, y eso tiene casi más mérito porque tiene además que ir conduciendo y manejando la radio: todos los lodges de Sabi Sand están comunicados entre sí por la radio, de manera que van comentándose unos a otros los animales que ven y dónde los ven. Eso esta fenomenal, porque al fin y al cabo los animales van a su ritmo y no están esperando en un sitio para que lleguemos los turistas y les hagamos la foto. Y gracias a la radio y a la comunicación es como vimos esa mañana nuestra primera pareja de leopardos. Estuvimos siguiendo el rastro junto con otro vehículo, porque habían vuelto a ver huellas frescas. Fuimos poco a poco acotando la zona con el otro jeep hasta que llegamos al sitio. Eran un macho y una hembra y les vimos aparearse a unos diez metros de distancia. Fue algo sencillamente espectacular (nos referimos a verlos en acción, no al acto en sí, eso habría que preguntárselo a los leopardos). La hembra estuvo un rato zarandeando al macho, que se hacía el remolón, hasta que finalmente se produjo la cópula. Otra de los cosas buenas que tiene gastarse la pasta e ir a una de estas reservas privadas es que tienen unas estrictas normas a la hora de estar delante de los animales, de tal que forma que solamente puede haber dos o tres vehículos alrededor de éstos, dependiendo de la zona y/o de los animales. Así se evitan las aglomeraciones en torno a los animales como las que tuvimos más tarde en el parque. Y claro, esa exclusividad hay que pagarla.
Junto a la pareja de leopardos vimos un kudu, o lo que quedaba de él, colgando de un árbol. Nuestro ranger Andries nos comentó que los leopardos, cuando cazan una presa, la suben a lo alto del árbol para evitar que los carroñeros, que van al olor de la sangre, les quiten su comida. Así el leopardo puede comerse el animal en varias tandas: lo deja colgando del árbol y vuelve más tarde a rematarlo, cuando vuelve a tener hambre. Antes de ver a los leopardos vimos dos kudus y un ground hornbill, y después dos leones macho que iban caminando. Andries nos dijo que eran hermanos, no sabemos si porque les sacó algún tipo de parecido o por qué, pero nos lo creímos. Del ground hornbill, cuya traducción en español no hemos conseguido concretar (en algún sitio le llaman calao, y en otros bucorvus, aunque en realidad ese parece su nombre en latín), nuestro ranger nos contó que es una especie de la que hay pocos ejemplares, ya que ponen dos huevos y cuando nacen, uno de los dos polluelos mata al otro, de manera que solamente sobrevive uno.
A nuestra vuelta al lodge, fue el momento del desayuno, que estaba compuesto de un variado buffet. Tras esto, le tocó el turno al bushwalk, que consistía en hacer el safari caminando. Ahí fuimos un grupo reducido: el matrimonio alemán (sin la hija), Andries y nosotros. Antes de comenzar, Andries, que portaba el rifle, nos dio unas normas de obligado cumplimiento durante la caminata, tras lo cual nos echamos a andar.
Vimos a los omnipresentes impalas, antílope africano parecido a una gacela; vimos waterbucks, llamados en español antílopes acuáticos y que se defienden de sus predadores introduciéndose en el agua, y por último vimos dos rinocerontes. Eso ya fueron palabras mayores. Despacio y con todo el sigilo del que fuimos capaces nos acercamos bastante a ellos, al menos según nuestra opinión: aunque nos hubiéramos acercado un poco menos tampoco hubiese pasado nada; no era cuestión de hacerse los héroes a esas alturas. Tras contemplar de cerca ambos animales emprendimos el camino de vuelta.
Hasta la hora de la comida estuvimos leyendo un rato sentados en las tumbonas de nuestro porche y viendo como pastaban facoceros, nyalas y algún que otro kudu en la hierba del lodge. También se nos plantó al lado un red hornbill o calao de pico rojo, suponemos que familiar, aunque sea lejano, del ground hornbill que habíamos visto por la mañana.
Para el game drive de la tarde se marchó la pareja hispano-rusa y apareció un grupo compuesto por tres malayos y un australiano que resultaron ser tremendamente simpáticos y entretenidos. Los muy optimistas aparecieron en manga corta y tuvimos que avisarles del frío que iban a pasar. Y es que la temperatura engañaba, porque a las tres de la tarde hacía un sol espléndido y casi calor, pero cuando se iba el sol y se estaba en el jeep, el aire fresco que iba dando era criminal. Afortunadamente, en los asientos dejaban unas mantas en las que nos enfundábamos en cuanto el sol desaparecía. Ese tarde fue muy prolífica y vimos un rinoceronte hembra con un cuerno enorme (de casi un metro) con una cría de una o dos semanas de edad; dos leones macho tumbados durmiendo la siesta a la sombra; un grupo de cebras y otro de jirafas; una pequeña manada de elefantes, dos de los cuales estaban jugando y casi se cargan un árbol; y cuando ya había anochecido, un ratel, familia del tejón, y del que Andries nos dijo que es uno de los animales más feroces de la zona, capaz de hacer frente a leones y leopardos cuando estos tratan de cazarlo.
Esa noche volvimos a cenar en la boma, por donde apareció el dueño de los dos lodges en los que íbamos a estar, Idube Game Reserve, en el que nos encontrábamos, y Lukimbi Safari Lodge, al que iríamos al día siguiente. Mantuvimos una charla bastante entretenida con el hombre, quien nos contó un poco la historia de por qué había reservas privadas en un parque nacional.
En el game drive de la mañana siguiente nos abandonaron los alemanes, así que nos quedamos a solas en el jeep con los malayos y su amigo el australiano. Esa mañana vimos tres leonas descansando con una cría macho. Al parecer, a veces las crías no sobreviven porque las leones después de cazar y comer lo único que hacen es descansar, mientras que la cría está todo el rato jugando y gastando energías, de manera que tiene hambre mucho antes de que las leonas cacen de nuevo. Tras las leonas vimos unos cuantos hipopótamos en una charca, un rinoceronte macho al que pillamos justo en el momento íntimo en que hacía sus necesidades, y después nos encontramos con una nueva pareja de leopardos, diferentes de los del día anterior, que también tuvieron su momento de amor. Nos encantó la elegancia y el estilo que tienen los leopardos cuando caminan. Estos tenían en un árbol los restos de un impala.
Cuando volvimos al lodge fue el momento de desayunar y de recoger nuestras cosas porque nuestra estancia en Idube había terminado y teníamos que ir a Lukimbi. Nos despedimos de todos los empleados, que nos trataron fenomenal en todo momento, y especialmente de Lannet y de Andries, nuestros rastreador y ranger, dos excelentes profesionales y con quienes habíamos disfrutado de nuestra primera increíble experiencia de un safari.
Nos dieron nuestro coche y pusimos rumbo a Lukimbi Safari Lodge. Este lodge se encuentra en una concesión dentro del parque Kruger, de manera que ellos pueden atravesar la zona del parque con sus jeeps, pero los jeeps del parque y los vehículos privados no pueden entrar en la concesión de Lukimbi. A nuestra llegada el ritual fue igual que el de Idube: dejamos el coche para que lo llevaran al aparcamiento, llevaron nuestras pertenencias a nuestra habitación, nos dieron una limonada de bienvenida, rellenamos los mismos formularios y nos enseñaron las instalaciones. Este lodge era un poco más lujoso que el anterior, y de hecho este tenía cinco estrellas. La habitación era también un pequeño chalé individual, pero en este caso bastante más grande, con una zona con un sofá y una butaca. Y una vez más, el programa fue el mismo, ya que los horarios en ambos lodges son iguales: era la hora de comer, que fue un buffet, aunque en este caso con más cantidad y variedad que en Idube, y a las tres y media comenzamos nuestro safari vespertino. Nos encontramos con la pareja hispano-rusa, que al igual que nosotros había aprovechado la “oferta” de dos noches en cada lodge, solo que ellos iban un día por delante. Además de ellos y nosotros, el jeep se completó con una pareja italiana de la zona de Milán, con la que hicimos buenas migas. Evidentemente teníamos nuevo rastreador, Norman, y nuevo ranger, Nick, un joven de veintitrés años que resultó ser también muy profesional y muy entusiasta con su trabajo. Esa tarde, nada más comenzar el safari, nos cruzamos con una numerosa manada de búfalos. Nick nos contó que muchos de ellos tienen tuberculosis, lo que a ellos no les afecta, pero sí a los leones, los cuales cuando dan caza a un búfalo que la padece y se lo comen, se contagian. Después vimos un yellow hornbill, una pareja de mangostas, un rinoceronte y unas jirafas. Las jirafas, según nos comentó Nick, no pueden tumbarse para dormir: debido a sus largas patas siempre tienen que estar de pie, lo que hace que simplemente den cabezadas y duerman unos veinte minutos al día. Por este motivo su esperanza de vida no es muy alta. Cuando volvíamos hacia el lodge y ya era de noche, nos encontramos con dos jóvenes hienas.
A nuestra vuelta a Lukimbi tuvimos la cena en la boma, aquí también había fuego y el recinto era circular pero cada uno estaba sentado en su mesa. Era una versión diferente de la boma. Esa noche, Nick nos comentó que había oído por radio que habían visto que cuatro leones cazaban un búfalo, y que a la mañana siguiente algún león estaría todavía comiendo. Sabía la localización exacta y era en la zona que pertenecía al parque Kruger, no en la concesión de Lukimbi, por lo que nos invitaba a madrugar un poco más de lo previsto para llegar antes de que abrieran las puertas de entrada al parque y comenzara la aglomeración, y así tener una mejor visión del tema. Esa mañana solamente saldríamos la pareja milanesa y nosotros, y ambas parejas aceptamos la invitación. Así que a la mañana siguiente nos levantamos a las cinco y cuarto; era por supuesto todavía noche cerrada y hacía un frío terrible. Aunque era casi una hora antes de lo habitual, ya había té y café con pastas esperándonos. También tuvieron el detalle de ponernos en el jeep, además de las mantas de rigor, unas bolsas con agua caliente (se notaba que estábamos en un cinco estrellas). Cuando estábamos llegando al sitio nos cruzamos con un león, que según Nick ya había comido su parte y se dirigía a buscar agua para después echarse a dormir el resto del día. Gracias a la previsión de nuestros simpático ranger, llegamos al punto exacto donde quedaba un león comiendo lo poco que quedaba del búfalo. La imagen era espectacular: el león royendo los huesos, y al lado un árbol muerto plagado de buitres esperando a que el león terminara, todo iluminado con la luz del amanecer. Nos impactó también el ruido de los dientes del león raspando los huesos. Como muy bien había previsto Nick, poco a poco aquello se fue llenando de coches, hasta que cuando hubo no menos de quince rodeando al león, decidimos irnos.
Durante el resto de la mañana vimos un grupo de ground hornbills y elefantes. Los elefantes, según nos contó Nick, tienen que ingerir más de 180 kilos de comida al día para no debilitarse.
A la vuelta al lodge desayunamos, y después le tocó el turno al segundo y último de los bushwalks que haríamos. En esa ocasión vinieron dos rangers, ambos con su enorme rifle, y fuimos caminando hasta un río en el que según nos comentaron siempre había hipopótamos. Estuvimos observándolos, y ellos a nosotros también, y allí vimos una pareja de gansos haciendo el ídem, y un martín pescador con un cangrejo en el pico que lo estaba golpeando contra una roca para matarlo y comérselo.
De vuelta a nuestra habitación aprovechamos para dormir un poco en las tumbonas del porche hasta la hora de la comida, mientras escuchábamos los sonidos de los animales que pululaban por ahí.
Tras la comida le tocó el turno al safari de la tarde. Se nos unió otra pareja de italianos con los que habíamos coincidido en Idube, aunque nunca compartimos jeep. En esa salida vimos un búho, otra pareja de mangostas muy juguetonas y unos elefantes con una cría. Ahí hubo un momento de tensión, al menos entre uno de los elefantes y los turistas que íbamos en el vehículo, porque ni el rastreador ni el ranger parecieron inmutarse. Un elefante hembra se colocó delante de nuestro jeep cortándonos el camino y muy cerca de nosotros, y sobre todo de Norman, el rastreador, que iba sentado en la silla sobre el capó, y se puso a olernos y a levantar la trompa. Nick comentó que estábamos fuera de peligro, y que simplemente nos estaba oliendo porque era la madre de la cría y quería saber si éramos un peligro para ellas o no. Suponemos que no suele haber ningún problema con los animales, porque nuestro joven ranger no perdió la calma; de hecho cuando le preguntamos al anterior, a Andries, si había tenido que usar el rifle en alguna ocasión, nos respondió que en los nueve años que llevaba desempeñando ese oficio, solamente había disparado cuando hacía prácticas de tiro. Cuando la elefanta se tranquilizó y se apartó de nuestro camino, continuamos la marcha y nos encontramos con un rinoceronte que estaba haciendo sus necesidades. Según nos dijo Nick, los rinocerontes macho siempre miran dónde ponen sus excrementos para asegurarse de que ningún otro lo haya hecho allí, ya que eso se consideraría un acto de desafío. Después vimos unas jirafas comiendo tranquilamente y que, a diferencia de las que habíamos visto en anteriores ocasiones, no salieron corriendo: se quedaron mirándonos con cara de curiosidad. De vuelta al lodge nos cruzamos con un leopardo que fue auténticamente visto y no visto. Parece que la capacidad que tienen estos animales de ocultarse es prodigiosa.
Una de las cosas que más nos gustaron de los safaris de la tarde fueron las puestas de sol. Casi siempre hacíamos la pausa del café cuando el sol se estaba poniendo, y siempre lo vimos con un color rojizo impresionante, rodeados de naturaleza salvaje y de un ranger contándonos curiosidades y costumbres de los animales que desconocíamos. Es uno de los momentos de los safaris que recordamos con más agrado.
Esa noche nos despedimos de los italianos milaneses, porque ellos se marchaban a Johannesburgo para tomar un avión. Iban a hacer la misma ruta que nosotros por el sur del país, pero a la inversa, así que comprobamos nuestros itinerarios y vimos que seguramente coincidiríamos en Hermanus. Como ellos ya tenían hotel reservado, quedamos en que a nuestra llegada a la ciudad nos pasaríamos por su hotel con idea de vernos para cenar.
La mañana siguiente teníamos nuestro último game drive. Con las tres horas que duraba, sumaríamos en total veinticuatro horas de safari en jeep en los cuatro días. Y hemos de reconocer que esa mañana estábamos tristes; nos daba pena marcharnos y acabar nuestra parte de safari del viaje. Afortunadamente nos quedaba mucho viaje por Sudáfrica, y esperábamos disfrutar de ello también, pero en ese momento, después de haber vivido y visto los safaris, los animales, los alojamientos y la amabilidad y simpatía de todo el personal en ambos sitios, especialmente de los rastreadores y los rangers, estábamos tristes de que se terminara. Esa mañana fuimos solamente con la otra pareja de italianos, y nos volvimos a encontrar la numerosa manada de búfalos que vimos el primer día en Lukimbi, más jirafas, una pareja de steenboks (raficero común en su traducción al español), otro rinoceronte y unos monos. Nos resultó curioso cómo, a pesar de haber visto algunos animales en muchas ocasiones, siempre que veíamos uno era como si fuese una novedad: tal es el poder que ejercieron la naturaleza y los animales en dos urbanitas confesos como nosotros. A la vuelta desayunamos, y cuando ya estábamos preparados para marcharnos, apareció una manada de elefantes que iban a beber a una charca que había al lado del lodge. Estuvimos un buen rato contemplando los animales, hasta que se fueron a seguir comiendo.
Con mucha pena, era el momento de despedirnos y de iniciar nuestro camino de regreso a Johannesburgo, ya que a la mañana siguiente teníamos un vuelo con dirección a Port Elizabeth.
En nuestro camino para salir del parque Kruger nos fuimos encontrando diversos animales como kudus, jirafas, una manada de elefantes que estaban descansando muy juntos a la sombra de unos árboles y una pareja de bushpig, cuya supuesta traducción al español es potamoquero de río (en realidad parece un pariente lejano del jabalí). Una vez salimos del Kruger, el resto del día fue más bien monótono: carretera hasta Johannesburgo, adonde llegamos ya de noche, y nos fuimos a buscar algún hotel cercano al aeropuerto para mayor comodidad al día siguiente.
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