India
Jaipur-Delhi
Jaipur
Al día siguiente salimos con destino Jaipur, pero en el camino hicimos una parada en Fatehpur Sikri, ciudad fantasma que fue construida en 1569 y abandonada 15 años más tarde por la falta de agua. Está toda construida en piedra de arenisca roja, tan habitual al parecer en la India y que le confiere al conjunto un color rojizo muy característico. Una vez concluida la visita
pusimos rumbo a Jaipur, capital del estado de Rajastán y conocida como la
ciudad rosa ya que fue construida en estuco rosado, y se volvió a pintar los
edificios de ese color en 1905 para darle la bienvenida a un príncipe que la
visitó.
Llegamos al hotel después de comer, y no teníamos visita guiada hasta el día siguiente, así que decidimos ir a dar una vuelta por la ciudad. Estuvimos deambulando un buen rato y anduvimos perdidos otro tanto, hasta que apareció un joven conductor de tuctuc que nos ofreció una vuelta por la ciudad. Como no sabíamos dónde estábamos, decidimos aceptar. El chico nos llevó en primer lugar a ver un templo Sij; después nos acercó hasta el Palacio del Agua, construido en medio de un lago y al que solamente puede accederse en barca, como es obvio; más tarde nos llevó a ver cómo cuidaban los elefantes que suben hasta el Fuerte Amber (uno de los cuales tendríamos ocasión de probar al día siguiente); y después nos condujo a una tienda de telas aparentemente para que viésemos como se hace un estampado, pero en realidad para intentar que comprásemos algo. Una vez salimos de la tienda nos condujo de vuelta al punto de partida.
Una vez allí, seguimos dando una
vuelta y después de cenar, volvimos al hotel en otro tuctuc. A mitad de camino
hacia el hotel, el conductor paró, se bajó y miró un rueda, que al parecer
estaba pinchada. Nos dijo que bajáramos, levanto el cacharro hasta dejarlo
apoyado en dos ruedas, nos pidió que lo sujetáramos, y cambió la rueda en un
tiempo récord, que ya les gustaría a los de la Fórmula 1 tardar tan poco.
Inmediatamente continuó la marcha, y llegamos al hotel enseguida.
La visita guiada de la mañana
siguiente comenzó con una parada frente al Palacio de los Vientos. De ahí nos
llevaron al Fuerte Amber, situado en las afueras de la ciudad.
Como el fuerte está ubicado en lo alto de una colina, colocan a todos los turistas en una fila para ascender la colina a lomos de un elefante. Cuando llegamos a la entrada del palacio, estaba nuestro guía esperándonos para que le diéramos la cámara y sacarnos una foto encima del elefante.
El fuerte está construido en arenisca roja y mármol blanco, y tiene un montón de pinturas y trabajos de orfebrería realmente espectaculares. Nos resultó uno de los lugares más interesantes de todos los que visitamos en la India.
En nuestro camino de vuelta a la ciudad volvimos a pasar por el Palacio del Agua, que en esta ocasión pudimos ver con la luz de la mañana, y después nos llevaron a un local muy parecido al que habíamos estado el día anterior con el chico del tuctuc. Nos enseñaron cómo hacer un estampado, aunque en esta ocasión pudimos hacerlo con nuestras propias manos, y después nos llevaron a una sala a intentar vendernos alguna alfombra. Cuando comprendieron que no teníamos intención de llevarnos ninguna, nos permitieron irnos y continuar con nuestra visita a Jaipur. Le tocó el turno al Palacio de
la Ciudad, en el que al parecer en la actualidad viven el Maharajá de Jaipur y
su familia. Hay una puerta de acceso por la que solamente pueden pasar ellos, y
la visita se restringe a una serie de zonas y salas comunes, pero lógicamente
no a las zonas donde viven ellos. De hecho comenzamos visitando el salón de
audiencias, el cual se cierra a las visitas para su utilización oficial cuando
viene algún destacado dignatario.
En el palacio hay dos enormes urnas de plata, que aparecen en el libro Guinness de los récords como las urnas más grandes del mundo. Tienen capacidad para 4.000 litros cada una.
En fin, el palacio está lleno de pequeños detalles, dibujos y demás, que hace que sea una visita también de lo más interesante. Después nos llevaron a un observatorio; el recinto estaba lleno de curiosos objetos y artilugios que utilizaban los astrónomos de la ciudad hace varios siglos. La mayoría eran relojes solares, pero había algún que otro aparato para medir la altitud, o para señalar el norte geográfico.
Con esto dieron por terminada la visita de Jaipur y nos llevaron de vuelta al hotel. El guía se despidió porque ya no le volveríamos a ver, y el conductor se ofreció para llevarnos a algún sitio. Decidimos dejar que se marchara, que ya nos apañaríamos con los diversos medios de transporte autóctonos. Después de descansar un rato en
el hotel, decidimos darnos un masaje de ayurveda en un sitio del que habíamos
visto publicidad. A la salida del hotel estaban los tuctuc y rickshaw de turno,
a la caza del turista. Debíamos tener cara de necesitar transporte porque se
nos lanzaron en plancha un conductor de cada. Preferíamos ir en tuctuc, y le
preguntamos al conductor si sabía donde estaba el sitio, a lo que nos respondió
que por supuesto y nos dio una tarifa que nos pareció razonable. Una vez
iniciamos la marcha, cuando no llevábamos ni un kilómetro, paró y se bajó a
preguntarnos la dirección otra vez. Le enseñamos nuevamente la publicidad y
comenzó a preguntar a la gente que por ahí transitaba por la dirección. En ese
momento lo vimos claro: el hombre dijo que sabía donde estaba para pescarnos,
pero en el fondo no tenía ni idea. Finalmente llegamos al sitio, que era
infinitamente más cutre que en las fotos que aparecían en el folleto. De hecho
parecía que hubieran utilizado fotos de otro sitio para la publicidad. A pesar
de todo decidimos quedarnos. Y nos dimos un tremendamente aceitoso masaje
ayurvédico, que no podemos decir si estuvo bien o mal realizado porque nunca
nos hemos dado otro, ni lo haremos. Suponemos que es de lo que se trata, pero a
pesar de que nos limpiamos al final con una toalla, se nos habían pringado de
aceite hasta los pensamientos, así que no vamos a tener la opción de comparar,
porque no vamos a repetir.
Delhi A la mañana siguiente nos recogió el conductor y puso rumbo a Delhi, donde terminaría nuestro periplo por tierras indias. El viaje hasta Delhi fue bastante accidentado. Nos encontramos con varias carreteras cortadas y suponemos que tuvimos que dar algún rodeo. Nuestro conductor tuvo que preguntar varias veces, creemos que por indicaciones del camino, ya que ni el GPS ni los mapas de carreteras deben ser de mucha utilidad en la India. Además pinchamos una rueda, y el pobre conductor casi se asusta cuando ve que nos pusimos a ayudarle. Deducimos que no debe ser algo que haga la gente muy a menudo, pero nos hemos visto en más de una ocasión en esa circunstancia, y no teníamos ningún problema en colaborar. Tardamos casi siete horas en recorrer los 240 kilómetros que separan Jaipur de Delhi. Finalmente llegamos a la caótica ciudad, y después de darnos una ducha, salimos a pasear un rato. No hemos hecho casi referencia a ello, pero siempre que íbamos sin un guía, constantemente se nos acercaba gente y se ponían a caminar a nuestro lado haciéndonos preguntas y contándonos cosas, hasta que llegábamos a su tienda y nos invitaba a pasar. Si a eso le sumamos la cantidad de gente que había siempre por todas partes y los diferentes tipos de animales circulando por cualquier sitio, fue imposible en todo el viaje dar un tranquilo paseo por alguna parte. Así que cuando llegamos a Delhi, cansados de todo ello, decidimos hacer como que no entendíamos inglés y no podíamos comunicarnos con la gente. En vista de que ni así teníamos un momento de descanso, decidimos acercarnos a un parque a sentarnos en un banco simplemente a observar el caos reinante en Delhi. Y ni aún así tuvimos descanso. Cada dos minutos se nos acercaba un señor diferente, pero todos ellos con la intención de limpiarnos los oídos con unas varillas metálicas que portaban a tal efecto. Sencillamente no podíamos creerlo. Visto el panorama, decidimos ir a cenar e irnos al hotel a descansar. Por la mañana cargamos en el coche las mochilas porque esa noche salía nuestro vuelo de vuelta y ya no pasaríamos por el hotel.
La visita de la ciudad comenzó
por la Mezquita de Jamma Masjid, una de las más grandes de la India, y
principal centro de culto para los musulmanes de Delhi. Para acceder hay que
subir unas escalinatas y se llega a un enorme patio con capacidad para 25.000 personas.
Continuamos visitando el Raj Ghat, lugar donde fue incinerado Gandhi y que
tiene una llama que no se apaga nunca. Hasta ahí llegó nuestra visita del viejo
Delhi.
Ya en el nuevo Delhi visitamos
la Tumba de Humayun, espectacular edificio considerado precursor del estilo del
Taj Mahal. La tumba es una de las primeras muestras del arte arquitectónico
mogol.
Continuamos con el Minarete de
Qutab, que es el alminar de ladrillos más alto del mundo y el monumento
islámico más antiguo de Delhi. Dos récords en uno.
Y finalizamos viendo la Puerta de la India, monumento que recuerda a los soldados indios caídos en la Primera Guerra Mundial, y donde finaliza el Raj Path, avenida llena de edificios gubernamentales.
Una vez terminadas las visitas,
y de camino al aeropuerto, nos llevaron a cenar a un restaurante. Esa cena
estaba incluida en el precio que pagamos por todo el viaje, y pensamos que se
trataría del típico local para turistas. Sin duda acertamos, porque aunque
fuimos los primeros comensales en llegar, poco a poco se fue llenando de grupos
más o menos numerosos de guiris. Sin embargo, en contra de lo que habíamos
supuesto, la cena fue sencillamente exquisita y mucho más abundante de lo que
nuestros estómagos fueron capaces de aguantar. Al final, a pesar de nuestras
sospechas y desconfianzas iniciales, el viaje resultó estar perfectamente
organizado.
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