los viajes de juanma y carol
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India

Khajuraho-Agra

Khajuraho

Al día siguiente nos trasladaron nuevamente hasta el aeropuerto, desde donde tomamos un avión con destino a Khajuraho. Como era de esperar, a nuestra llegada había dos personas esperándonos, el guía y el conductor. Nos llevaron al hotel, y de ahí a la visita del día, que era el grupo de templos construidos entre los años 950 y 1050, famosos por estar adornados con miles de esculturas con escenas de sexo. 
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De los 80 templos originales quedan 22, y estos se salvaron de la devastación del imperio mogol musulmán por estar en una zona recóndita. De hecho fueron redescubiertos en 1838 por los ingleses. Las figuras que adornan los templos son en general bastante explícitas, algunas representando situaciones más o menos habituales, algunas mostrando posturas un tanto inverosímiles, aunque no decimos que imposibles.
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El guía nos fue explicando algunas cosas con todo lujo de detalles, así que diríamos que no es una excursión muy apta para personas muy pudorosas. Nos resultó curioso ver que hace más de mil años tenían la osadía de decorar así los templos. Los templos están muy bien conservados, situados sobre plataformas elevadas y rodeados de un parque muy bien cuidado.
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Después nos llevaron a ver el templo de Parasvanath, el último templo jainista que existe en Khajuraho. Después de haber visto los anteriores, este templo nos llamó menos la atención.
De ahí nos llevaron de vuelta al hotel, pues nuestras excursiones en Khajuraho habían terminado. Nos dimos un chapuzón en la piscina del hotel y decidimos salir a cenar. El hotel se encontraba un poco apartado del centro, y aunque en la puerta estaba el consabido conductor de rickshaw, decidimos acercarnos caminando. Fue un poco atrevido por nuestra parte, ya que la iluminación nocturna en la India es, en general, bastante escasa, siendo en algunas zonas nula. Así que tuvimos que caminar por unas calles oscuras e ir concentrados para no meter el pie donde no debíamos; el problema fue que nada más salir del hotel se nos acopló un joven indio que hablaba un poco de español y que se pasó todo el rato dándole al palique con la intención, como adivinamos después, de que entrásemos en la tienda en la que trabajaba. Cuando se hizo la luz, y por fin llegamos al centro, nos despedimos de nuestro acompañante, aunque él insistió en esperar a que terminásemos de cenar por si cambiábamos de idea y queríamos comprar algo después, y entramos en una pizzería, único paréntesis que hicimos en todo el viaje de la comida india. La pizzería venía recomendada en la guía, y por tanto estaba plagada de turistas, pero no por eso las pizzas dejaron de estar muy apetitosas.
Agra

Al día siguiente, en nuestro camino a Jhansi, situado a unos 200km de Khajuraho y desde donde teníamos que tomar el tren hacia Agra, paramos en Orchha, pequeña ciudad medieval en la que visitamos dos palacios abandonados construidos en el siglo XVI que mostraban el glorioso pasado de la ciudad.
Fue una visita corta, tras la cual nos llevaron hasta la estación de tren de Jhansi. Allí había un chico esperándonos, quien nos condujo hasta el anden en el que estuvimos esperando el tren, y se paró supuestamente en el sitio exacto en el que tendríamos que subirnos cuando llegara nuestro tren. La estación tenía un gran ambiente: los guiris nos mezclábamos por todas partes con la gente local conformando un pequeño caos, porque además no faltaban los animales.

Como si de eficiencia nipona se tratase, la puerta por la que debíamos acceder al tren paró exactamente delante de nosotros. El chico que allí nos condujo, nos ayudó a encontrar y sentarnos en nuestros asientos reservados, y nos comunicó que obviamente, cuando llegásemos a Agra habría alguien esperándonos cuando bajásemos del tren. A esa alturas del viaje, visto lo bien organizado que estaba todo, no nos cabía la menor duda de que así sería.
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Y efectivamente, cuando llegamos a Agra, a pesar de la confusión reinante merced a que ya había anochecido y la estación no estaba especialmente bien iluminada, y de que había un montón de gente bajando y subiendo del tren y esperando en el andén, conseguimos encontrar a la persona que nos esperaba y que nos llevó hasta el parking, donde se encontraba el conductor, que no era otro que el que tuvimos el primer día en Nueva Delhi (y cuyo nombre hemos olvidado…). Nos dejaron en el hotel, y quedaron en pasar a recogernos al día siguiente para las visitas de la ciudad.

Y comenzamos las visitas, como no podía ser de otra manera, por el Taj Mahal.
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Cualquier cosa que digamos de este sitio se quedaría corta. Todos conocemos ya la historia del edificio, que es una tumba construida en el siglo XVII por el emperador Shah Jahan en memoria de su cuarta esposa, la emperatriz Mumtaz Mahal. Construido en mármol blanco con incrustaciones de piedras semipreciosas, la perfecta simetría de todos sus componentes hizo que tuviéramos la sensación de estar contemplando una de las construcciones más increíbles del mundo. De todas las construcciones hechas por el hombre que hemos visto hasta el momento en cualquier lugar del planeta, sin duda el Taj Mahal se lleva la palma.
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Para acceder al interior de la tumba nos dieron unos plásticos para ponernos en los zapatos y mantener así inmaculado el suelo. El guía nos fue contando con todo lujo de detalles todas las excelencias del conjunto, lo que le dio un punto más de espectacularidad a lo que se veía a simple vista. En fin, como hemos dicho antes, no hay adjetivos suficientes para calificar al Taj Mahal. Ni siquiera las fotos le hacen justicia.
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Continuamos nuestro recorrido por la ciudad visitando el Fuerte de Agra. Fue construido en el siglo XVI en piedra de arenisca roja, lo que hace que también se le conozca como Fuerte Rojo, aunque esto puede dar lugar a confusión con el Fuerte Rojo de Delhi. Sus muros tienen una longitud de 2,5 kilómetros y están rodeados por un foso de 10 metros de ancho.
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Con la visita del fuerte terminaron nuestras visitas en Agra. El guía se despidió de nosotros pero el conductor nos dijo que quedaba a nuestra entera disposición hasta la noche. Así que lo primero que hicimos fue decirle que nos llevara a comer a un restaurante que se comiera bien y que no fuera el típico sitio para turistas, y el hombre acertó de pleno. Al final, preferíamos ingerir las exquisiteces de la gastronomía india a mediodía, por eso del picante.

Después le dijimos que nos llevara al Mausoleo de Itimad-Ud-Daulah, y tras esto de nuevo al Taj Mahal, pero esta vez al otro lado del río Yamuna, para verlo con la luz del atardecer desde el lado opuesto al que lo vimos por la mañana. Y una vez más volvimos a admirar este espléndido edificio.
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El río tenía poca agua, lo que nos permitió deambular por la zona disfrutando del Taj Mahal, a pesar de que cada persona que pasaba por allí se nos acercaba y se ponía a contarnos su vida. Incluso aparecieron unos con un camello que nos ofrecieron la posibilidad de dar una vuelta subidos en el animal por un módico precio, pero como ya lo habíamos probado en Marruecos, desestimamos gentilmente la propuesta.
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