India
Varanasi (o Benarés)
Al día siguiente nos condujeron
al aeropuerto y nos subimos a un avión de vuelta a la India, aunque esta vez no
a Nueva Delhi sino a Varanasi. La ciudad de Varanasi anteriormente se llamaba
Benarés, que es como casi todos la conocemos, lo que pasa es que alguien (quizá
el Gobierno de la India, no sabemos) decidió cambiarles el nombre y ponerle
Varanasi, que al parecer es su nombre auténtico. Pasa lo mismo que con Pekín: ahora
la capital de China se llama Beijing, aunque a muchos se nos olvide y sigamos
denominándola de la otra manera.
Pues bien, a nuestra llegada a Varanasi la guía y el conductor nos estaban esperando con un cartel con nuestro nombre (todo seguía saliendo bien). Formaban una pareja curiosa: durante los dos días que estuvieron con nosotros, el conductor no paró de mascar tabaco indio ni un momento, y cada vez que hablaba no le entendíamos nada porque no podía vocalizar, y casi era mejor así, porque cada vez que lo conseguía, casi se le salía la mitad de lo que tenía en la boca y paraba el coche, abría la puerta y lo escupía en la calzada. Y la guía, que fue la única mujer entre todos los guías y conductores que tuvimos durante nuestra estancia en ambos países, era muy pequeñita e iba siempre vestida con sari, que se cambiaba cada vez que nos encontrábamos. El caso es que una vez nos recogieron en el aeropuerto y nos llevaron al hotel, nos dejaron toda la tarde libre y quedamos en que nos recogerían al día siguiente a las 4 de la mañana para hacer la típica excursión en barca por el Ganges y ver el amanecer. Una vez hicimos el check in en el hotel preguntamos en recepción si se podía llegar al Ganges caminando y nos dijeron que no, que debíamos coger un tuctuc, y que no pagáramos más de 700 rupias. Así que salimos a la calle y no tardamos en localizar uno, ya que generalmente siempre hay varios esperando en la puerta de los hoteles. Le preguntamos cuánto nos costaría que nos llevase hasta el Ganges y dijo que 700 rupias, cosa que nos extrañó, porque estábamos preparados para regatear, pero como era el precio que nos recomendó el señor de la recepción del hotel lo dejamos estar. Y ahí vivimos nuestra auténtica primera experiencia de lo que es realmente la India. Cualquier cosa que tratemos de explicar acerca de cómo conducen o del tráfico, no conseguiría demostrar lo que se siente viendo aquello. Pero lo vamos a intentar: hay autobuses, camiones, coches, tuctucs, motocicletas, rickshaws (que son las bicicletas que llevan detrás una especie de góndola donde se sientan los pasajeros), bicicletas y caminantes. Todo ello a miles. Pero también hay vacas, perros, cabras, ovejas y demás fauna, también en grandes cantidades. Luego en general la gente va por su carril, pero a veces van en dirección contraria (algo que también vimos en las autopistas, verídico). Por supuesto esto las personas, porque los animales no conocen el código de la circulación, pero tampoco conocen el miedo, y atraviesan las calles con una parsimonia apabullante. De vez en cuando nos cruzábamos con algún policía que intentaba regular el tráfico, pero como todo el mundo tocaba la bocina, no se oía si el buen señor tocaba el silbato o no. Cuando creíamos que no podíamos salir de nuestro asombro, pasó un convoy enorme del ejército, y luego nuestro conductor se detuvo junto a un vendedor ambulante y le pidió algo de beber. El vendedor rayó un poco de la barra de hielo que tenía, echó agua de una botella y después una especie de sirope naranja. Se lo entregó a nuestro conductor quien con toda la tranquilidad del mundo se lo bebió a sorbitos, mientras nosotros esperábamos. Una vez acabada su bebida continuamos con nuestro trayecto hasta que de repente el conductor paró y nos dijo (o al menos eso creímos entenderle) que el resto hasta el río debíamos hacerlo caminando. Y ese fue nuestro primer trayecto en tuctuc. Luego vendrían otros muchos, pero o bien por ser el primero o por lo que fuese, los demás nos sorprendieron menos. En fin, esperamos haber conseguido demostrar lo que fue un choque cultural en toda regla. Efectivamente, parecía que la calle donde nos dejó el conductor del tuctuc estaba cortada porque había millones de personas caminando por el centro de la calzada, la mayoría en la misma dirección. Así que decidimos ir donde nos llevara la corriente, y aunque parezca un juego de palabras fácil, la corriente nos llevó hasta el río. Durante nuestra caminata hubo un par de personas que se nos pegaron y nos contaron un poco su vida, hasta que en un momento dado nos comentaron que si queríamos pasar a ver su tienda. Amablemente respondimos que no, y continuamos caminando. Esto también fue una constante en nuestra estancia en la India: gente que se ponía a nuestro lado a charlar con nosotros, hasta que llegábamos a su tienda y nos ofrecía que entráramos a comprar algo.
Una vez llegamos al río, decidimos empezar a caminar por los Ghats, bordeando el río. Los Ghats son en realidad unas escaleras que descienden hasta una zona de agua, generalmente un río, y toda la vertiente del Ganges en la que se encuentra Varanasi está llena de Ghats. Así que caminar entre los Ghats significa estar todo el rato subiendo y bajando escaleras mientras se va avanzando, entre otras cosas porque en las escaleras es fácil encontrarse una gran cantidad de gente. Y es que debemos recordar que Varanasi es una de las ciudades sagradas más importantes para el hinduismo, con lo que hay siempre mucha gente en la ciudad por ser esta el lugar de peregrinación más importante de la India. Además de que, según su creencia, para salir del ciclo de reencarnaciones deben morir en una ciudad santa y sus cenizas deben ser arrojadas a un río sagrado, y el Ganges es el río sagrado por excelencia para los hinduistas. Con lo que el trajín de gente que tienen todo el año se escapa a nuestro entendimiento.
Así pues, estuvimos caminando
por los Ghats, viendo imágenes de lo más variopintas, y sacando unas cuantas
fotos. La vista del propio río es espeluznante: de color casi negro, dicen que
es uno de los ríos más contaminados del mundo. Nosotros, por si las moscas,
decidimos no darnos un chapuzón.
Cuando iba anocheciendo
vimos que estaban preparando una especie de ofrenda religiosa al río, y decidimos
quedarnos a verla. Tomamos asiento un poco en medio del meollo, y la gente que
estaba a nuestro alrededor se fue turnando para hacerse una foto con nosotros.
No sabemos el motivo, pues no hablaban nada de inglés, pero no paraban de reír
y de señalarnos, así que les dejamos que disfrutaran. Una vez se cansaron y
comenzó la ofrenda, nos concentramos todos en seguir los cánticos y las
alabanzas.
Después de un rato consideramos
que ya era suficiente y que era hora de llenar el estómago, así que salimos de
aquella muchedumbre y comenzamos a buscar un restaurante que debía estar cerca
y venía recomendado en la guía. No nos resultó muy difícil encontrarlo, y eso
que no debe ser cosa fácil encontrar una dirección determinada en esa ciudad.
Para acceder al restaurante había que subir unas escaleras, al final de las
cuales había una puerta. Cuando abrimos la puerta vimos que el local estaba
vacío y que hacía un poco de frío, ya que tenían el aire acondicionado un poco
fuerte. Como no aparecía ningún camarero, bajamos las escaleras y preguntamos a
una joven que había abajo vendiendo helados si ese era el restaurante y estaba
abierto, a lo que nos respondió que sí. Volvimos a subir, y esa vez tuvimos más
suerte, porque apareció un camarero invitándonos a entrar. A pesar de que
estaba vacío decidimos arriesgarnos y quedarnos a cenar. Poco a poco fue
llegando más gente, casi todos nativos, lo que nos afirmó en la idea de que el
sitio estaba bien. Desde luego, cenamos muy bien. La comida estaba un poco
picante para nuestros paladares, pero era algo de lo que estábamos prevenidos.
Lo combatimos bebiendo lassi, una especie de batido que puede ser salado o
dulce y que tiene un efecto inmediato contra el picante. Además, cuando
terminamos la comida nos pusieron un cuenco con unas semillas y pequeños
caramelos que tenían la misión de refrescar el aliento y combatir el fuego que
hubiera podido aparecer en el paladar, y que resultaron muy eficaces.
Unas pocas horas más tarde (pues
en realidad no fue “a la mañana siguiente”), nuestra guía y el conductor
pasaron a recogernos por el hotel y nos llevaron hasta la zona de los Ghats
donde habíamos estado la noche anterior. El panorama a esas horas por las
calles de Varanasi era un poco desolador. Había mucha gente durmiendo en bancos
y rincones, suponemos que personas sin hogar. También había gente que estaba ya
trabajando y otros muchos que marchaban caminando hacia el Ganges para hacer
sus ritos religiosos. Una vez llegamos al río, había un chaval esperando que
nos ayudó a subir a un bote junto con la guía, y comenzó a remar. El sol
comenzaba a asomar, y el panorama fue bastante espectacular.
Entendemos que se trata claramente de una atracción para turistas, de hecho, había ya numerosos botes en el agua todos llenos de ellos, pero ver la inacabable sucesión de Ghats con la luz del amanecer, con la gente en el agua haciendo sus oraciones, fue una imagen realmente increíble.
El chico de la barca fue remando
río abajo y después río arriba, mientras la guía nos iba hablando un poco de los
nombres y de la historia de algunos Ghats. Tuvimos ocasión de ver también a los
lavanderos, que estaban en el río frotando y limpiando ropa, y sobre los que la
guía nos comentó que pertenecen a una casta determinada que son los que
limpian, porque aunque se supone que el sistema de castas en la India ha desaparecido
desde que el gobierno lo declarara ilegal, en la realidad lo siguen aplicando
tal como habían hecho desde tiempo atrás.
Una vez concluida nuestra
excursión por el Ganges, descendimos de la barca y callejeamos por la ciudad,
donde visitamos unos cuantos templos y una mezquita. Las callejuelas eran
estrechas y estaban plagadas de gente por todas partes que iban y venían sin
parar.
Tras esto nos encontramos con el conductor, quien extrañamente estaba mascando tabaco, y nos condujeron de vuelta al hotel, donde nos dejaron y nos citaron para más tarde. Después de desayunar mientras veíamos en la televisión una pequeña parte de un interminable partido de cricket, que es el deporte nacional de la India, nos fuimos a dormir un rato.
A la hora convenida nos recogieron de nuevo nuestros amigos y nos llevaron a Sarnath, situada a las afueras de Varanasi. Se trata de una de las cuatro ciudades santas del budismo, siendo el lugar donde por vez primera Buda predicó su religión. Allí estuvimos viendo un museo y una de las siete universidades que hay en Varanasi. |