los viajes de juanma y carol
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Australia

Melbourne y la Great Ocean Road

Melbourne fue la gran sorpresa del viaje. No llevábamos ninguna idea preconcebida de la ciudad; tan solo sabíamos que allí es donde se celebra el Open de Australia de tenis y una carrera del Campeonato de Fórmula 1. Así que nos llevamos una grata sorpresa cuando descubrimos una gran ciudad, con un gran río (el Yarra), sus rascacielos, sus casas de estilo victoriano, moderna, cosmopolita, con un mercado increíble… 

Lo primero a nuestra llegada fue buscar alojamiento. Pasamos por delante de un Hotel Ibis y no nos lo pensamos dos veces: en Europa siempre que necesitamos un hotel nos conformamos con un Ibis o con un Etap, porque sabemos que la calidad va a ser igual en todas partes y el precio suele ser bastante ajustado. Sin embargo en el Ibis de Melbourne nos aguardaban dos sorpresas: la primera fue que el precio (139$ por noche) era más alto de lo que habíamos pagado hasta entonces. Aún así decidimos quedarnos (estaba anocheciendo y nos daba pereza seguir buscando). La segunda fue que la habitación no tenía nada que ver con las de Europa: era una suite muy moderna, con un salón espacioso con nevera y cocina, y una habitación con una cama enorme. Eso justificaba el precio.
Esa noche simplemente salimos a cenar (en un abarrotado restaurante libanés en el que cenamos muy bien) y dejamos el turismo para el día siguiente.

Iniciamos la visita en Federation Square, donde se encuentra la oficina de turismo. Entramos a pedir algo de información y nos atendió una señora simpatiquísima que nos dio un montón de folletos y de descuentos para las distintas actividades turísticas que ofrece la ciudad. En Melbourne hay dos edificios desde los que se puede obtener una panorámica desde lo alto: la Torre Rialto y el Edificio Eureka. La gran pregunta que le hicimos a la señora fue: ¿Cuál de las dos nos recomendaba? La señora fue muy educada y nos dijo que cualquiera de ellas. Así que nos decidimos por el Edificio Eureka porque la vista era desde el piso 88 (creemos recordar que más o menos como el Empire State de Nueva York). 
Y desde luego no decepcionó: se ve toda la ciudad fenomenalmente bien (a nosotros, que nuestro deporte televisivo favorito es el tenis, nos encantó ver todas las instalaciones del Open de Australia desde lo alto). 
La señora de la oficina de turismo también nos comentó que había un autobús y un tranvía turísticos que daban una vuelta por la ciudad y eran gratuitos, pudiéndose uno subir y bajar donde y cuando quisiera. 
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Federation Square es una plaza bastante curiosa y moderna. El suelo no es completamente liso, sino que es ondulado, y los edificios que hay en ella son todos muy modernos. De ahí nos encaminamos al Princes Bridge, desde donde se obtiene una magnífica panorámica del río y de un montón de edificios y rascacielos.
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 Paseando por la vereda del río y disfrutando de la vista, llegamos hasta el Edificio Eureka (el de los 88 pisos); después de subir y bajar, seguimos nuestra ruta hasta el Crown Casino, un enorme casino que opera las 24 horas del día y que a las 12 de la mañana estaba abarrotado. Resistiendo la tentación de jugarnos unos dólares a la ruleta, volvimos al Princes Bridge por la orilla contraria y llegamos hasta la Flinders Station, una estación de trenes descomunal. 
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Ahí tomamos el bus turístico para ir a la zona de Little Italy, donde comimos estupendamente y pudimos practicar con los camareros nuestro casi olvidado italiano. Por la tarde, le tocó el turno al centro de la ciudad, un conglomerado de calles rectas paralelas y perpendiculares, llenas de galerías comerciales y de tiendas por todas partes. Algo incomprensible para nuestra cultura mediterránea fue el hecho de que los comercios cerrasen todos a las cinco en punto. Supongo que quienes trabajen en dicho sector estarán encantados con ese horario. O tal vez en España estamos mal acostumbrados.
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Cuando empezaba a anochecer dimos un agradable paseo por los Fitzroy Gardens. Resulta envidiable la cantidad de zonas verdes que hay en las ciudades australianas. 
Melbourne cuenta con un mercado enorme: el Queen Victoria Market. En este mercado, los miércoles por la tarde-noche ponen una gran cantidad de chiringuitos de comida internacional y también tiendas de todo tipo. Esta vez tuvimos suerte (no como en el Fishmarket de Sídney) y era miércoles, así que desde los jardines Fitzroy, pasando por Chinatown, nos encaminamos al mercado. Estaba tremendamente animado y entre los muchos chiringuitos de comida que había, teníamos nuestra representación: uno ofrecía platos de fideuá por 10$ y otro daba tapas y pinchos de tortilla. Nosotros, sin menospreciar al personal, la comida española la preferimos en casa, así que optamos por la mexicana..
Great Ocean Road

Permanecer un solo día en Melbourne nos supo a poco, pero teníamos un horario que cumplir. Debíamos llegar a Adelaida en dos días, ya que al tercero habíamos contratado una excursión de 2 días a Kangaroo Island, que salía desde allí. Así que cogimos el coche y pusimos rumbo a Adelaida; pero no por la ruta más corta, sino por la Great Ocean Road. 
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Esta carretera panorámica transcurre por la costa entre Torquay, a unos 75km de Melbourne, y Warrnambool, y es una de las atracciones turísticas más destacadas de Australia. En este punto cometimos un pequeño error (nada grave): habíamos leído que antes de comenzar la ruta, merecía la pena pasar por la península de Bellarine. Como estaba de camino, decidimos dar una vuelta por allí y resultó un poco fiasco: es la típica zona de veraneo a la que va la gente de Melbourne, pues en esta península tienen playas y tranquilidad; pero para dos turistas ávidos de nuevos paisajes como nosotros, no resultó nada del otro mundo. Después fuimos a la playa de Bells, donde había montones de surfistas esperando sus olas en un día que, al menos a esas horas, el mar no ponía mucho de su parte. 
El siguiente alto de la ruta fue el faro de Aireys Inlet, donde nos reencontramos con nuestras amigas las moscas, que abarrotaban la zona. Esta parada supuso un aperitivo de la escarpada costa que veríamos más adelante. 
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Para la siguiente parada nos tuvimos que desviar de la Great Ocean Road por una carretera que conduce al Faro más antiguo de Australia, el Cape Otway Lighthouse. El faro ya estaba cerrado (eran las 16:56 horas y cerraban a las cinco), pero el desvío nos permitió ver los primeros koalas de nuestro viaje. Vimos varios, todos encaramados a los eucaliptus comiendo hojas, y uno de ellos con una cría agarrada a su espalda. Tuvimos suerte de verlos despiertos, porque al parecer estos animales dedican 20 horas diarias para dormir.
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Tras hacer unas cuantas fotos a tan simpáticos animales, nos dirigimos al plato fuerte de la ruta: los doce apóstoles, especie de columnas de roca que se han quedado en medio de la playa al erosionarse la zona que les unía al acantilado. Hacía un viento considerable, el mar estaba encrespado y empezaba a atardecer, lo cual en nuestra opinión le dio un punto más de belleza a tan espectacular paraje.
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Un poco más adelante nos paramos en el desfiladero de Lord Arch, llamado así por un barco que naufragó ahí en 1878. Sólo sobrevivieron 2 personas, un chico y una chica, ambos de 18 años, que llegaron a la playa a la que se puede acceder por unas escaleras. La historia no tuvo un final tan romántico como lo hubiera tenido si fuese una película de Hollywood.
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Y aquí fue donde nos dimos cuenta de nuestro pequeño error. Habíamos empleado mucho tiempo por la mañana en la península de Bellarine, y como queríamos llegar a comer al día siguiente a Adelaida, no tuvimos más remedio que dar por finalizada la Great Ocena Road, ya que nos quedaban todavía muchos kilómetros por delante para llegar a dicha ciudad. Así pues, nos pusimos a hacer kilómetros sin parar, y fue entonces cuando vimos los primeros canguros. 
En ese momento nos dimos cuenta de que la típica señal amarilla con un canguro no es algo exótico para que los turistas nos hagamos fotos, sino que es una auténtica señal de que en ese tramo de carretera hay peligro de encontrarse con canguros atravesando la calzada. A nosotros se nos cruzaron dos lo suficientemente lejos como para no poner en peligro nuestra seguridad ni la del animal, aunque con el segundo tuvimos que pisar el freno. Parece ser que al amanecer y al anochecer es cuando más les da por cruzar la carretera y más accidentes se producen.

Llegamos a dormir a Mount Gambier. Aunque esta pequeña ciudad está fuera de todas las rutas turísticas, bien merecería que se la incorporase. Está situada junto a un cráter de un volcán extinguido que está lleno de agua. Se le conoce por el nombre de Blue Lake por el color tan increíblemente azul del agua. Hay un sendero de 3,6km que rodea el cráter con unas vistas impresionantes. 
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Por su parte, la ciudad está llena de cuevas. Hay cuatro tipos de cuevas: unas las han convertido en jardines, otras ofrecen visitas para todos los públicos, las terceras son aptas sólo para espeleólogos y las últimas lo son solamente para espeleólogos submarinos. Nosotros nos tuvimos que conformar con una cueva-jardín, pero nos hubiera gustado visitar alguna de las aptas para todos los públicos.
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