China
Shanghai
En Shanghai habíamos reservado un apartamento en un apartotel. Como íbamos a estar cinco noches y necesitaríamos lavadora, nos pareció lo más cómodo. Tuvimos suerte con nuestra elección: en Fraser Residence disfrutamos de un apartamento espacioso, cómodo y con todas las necesidades (entre ellas, una lavadora/secadora que nos vino de perlas). Iniciamos la visita a la ciudad caminando por Fangbang Street para acercarnos al mercado de Fuyou, ya que estaba muy cerca de nuestro alojamiento. La calle Fangbang es una antigua calle tradicional reformada; el mercado de Fuyou es un laberíntico recinto de edificios con los tejados típicos chinos, plagado de tiendas, restaurantes y turistas. Tiene un pequeño estanque en el centro y ahí se encuentra el jardín Yu, que nos quedamos sin ver porque cuando llegamos ya lo habían cerrado. Tras deambular un rato por esa zona decidimos poner rumbo hacia el barrio de Xintiandi para cenar. En nuestro camino pasamos por la calle Shouning, que estaba repleta de restaurantes para comer marisco. Todos tenían puestos en la calle mostrando la mercancía que se repetía en cada sitio: ostras, orejas de mar o abulones, vieiras, cangrejos de río, nécoras, cigalas, estrellas de mar y algún que otro espécimen que no habíamos visto nunca.
Xintiandi es una zona muy moderna, llena de restaurantes, principalmente de comida occidental. Da la sensación de ser el punto de encuentro de los occidentales que viven en Shanghai. Decidimos probar en Din Tan Fung, que tan buen recuerdo nos trajo de nuestra primera noche en Hong Kong; aunque la cena estuvo bien, nos pareció que el nivel del local de Hong Kong estuvo muy por encima.
En Shanghai hay varias torres con miradores a las que se puede subir para contemplar la ciudad desde lo alto. Nosotros elegimos la Oriental Pearl Tower. Esta emblemática torre tiene varias esferas desde las que disfrutar de la vista. Nosotros optamos por la segunda. Está ubicada en la zona de Pudong, donde se halla el distrito financiero y los rascacielos más característicos de la ciudad.
Una vez finalizamos la vuelta completa, bajamos a otra plataforma que hay justo debajo del mirador. Esta segunda plataforma es igualmente circular, pero tiene una particularidad: la mitad del suelo es de cristal. La vista de la ciudad es la misma; el atractivo de esta plataforma reside en mirar hacia el suelo y tener una sensación real de la altura a la que uno se encuentra.
Una vez abajo, caminamos por Pudong contemplando los rascacielos hasta llegar al ferry que cruza el río. La travesía es corta, pero permite contemplar tanto los edificios de Pudong como los del Bund.
Nuevamente con los pies en la tierra en la parte sur del Bund (donde nos había dejado el ferry), desde allí recorrimos el Bund entero hacia el norte, disfrutando a un lado y a otro de la vista, tal como hiciéramos desde el ferry. Nos pareció uno de los paseos marítimos más impresionantes que hemos visto: edificios con un toque clásico a un lado, modernos rascacielos al otro. Cuando llegamos al final del Bund, bajamos del paseo elevado para recorrer la calle en sentido inverso, esta vez por la otra acera. La intención era ir adentrándose en los edificios en los que pudiéramos. Y eso fue lo que hicimos. Siguiendo los comentarios que leímos en la guía, fuimos entrando en las recepciones de los diferentes edificios a los que pudimos acceder. Algunos resultaron más interesantes que otros, pero en general estaban muy bien cuidados y acondicionados.
Una vez hubimos terminado de entrar y salir, desanduvimos un poco el camino para pasear por la calle Nanjing. A partir de un punto esta calle se convierte en peatonal. Esta es la zona por excelencia de las compras en Shanghai. Está plagada de enormes centros comerciales que parece que se hacen la competencia unos a otros (a ver cuál es el más grande o cuál tiene más tiendas). Esta calle desemboca en la plaza del pueblo.
A la altura de la plaza encontramos un centro comercial que tenía dos ascensores panorámicos, así que nos subimos en uno de ellos para observar la plaza mientras el ascensor ascendía y descendía. Tras esto, nos adentramos en el parque, que es bastante grande; en su primera parte vimos un pequeño parque de atracciones, una pequeña pista de atletismo y un estanque. Después vimos tres grandes edificios, entre los que destaca el de la Ópera de Shanghai.
Cruzamos la avenida que divide la plaza del pueblo en dos mitades y al otro lado nos encontramos con el Museo de Shanghai.
Como comenzaba a atardecer, nos metimos en el metro y volvimos a Pudong, donde habíamos estado esa misma mañana. Decidimos subir a otra de las torres, esta vez sin pagar entrada (o casi). La torre Jinmao, muy cercana a la Oriental Pearl Tower, tiene un mirador de pago. Pero también tiene un bar en el piso 87 con grandes ventanales, en el que lo único que se exige es tomar una consumición. Así que decidimos subir. No resultó tan fácil como pensábamos: primero se toma un ascensor hasta el piso 54; allí se encuentra la recepción del hotel Grand Hyatt, una de las recepciones de hotel más altas del mundo. Desde allí nos indicaron que había que tomar otro ascensor hasta la planta 85, y una vez en esa planta, otro que sube directamente hasta el bar situado en la planta 87. Toda una epopeya. Una vez en el bar (llamado Cloud 9), nos acomodaron en una mesa, pedimos un par de cócteles y nos dispusimos a ver el anochecer en Shanghai. La vista no resultó tan espectacular y diáfana como la que habíamos visto por la mañana, pero lo mejor era que desde ahí podíamos ver la Oriental Pearl Tower. Al marcharnos, no dejamos de ver el famoso atrio del hotel, que es auténticamente de vértigo, tanto desde arriba como desde la recepción (¡en el piso 54!).
Cuando finalmente salimos del hotel estaba diluviando, así que decidimos tomar un taxi para volver a nuestro apartamento.
La mañana siguiente fuimos a la concesión francesa y dimos un paseo por la zona. A mediados del siglo XIX, el gobierno chino negoció con las potencias europeas un acuerdo que originó la Concesión Internacional. Al parecer, en algún momento los franceses decidieron segregarse y gestionar su parte de la concesión por su cuenta. Hoy en día no quedan muchos edificios de aquella época, pero sí algún sitio curioso. Destacaríamos la calle Taikang, en la que hay un laberíntico mercado de artesanía con diferentes cosas que no tienen nada que ver con el todo a cien que estamos acostumbrados a ver en ese tipo de mercadillos. Entramos también en un pequeño mercado de abastos, donde pudimos ver diversos puestos de fruta y verdura, aunque los que más nos llamaron la atención fueron los de pescado y marisco. Terminamos ese recorrido paseando por el parque Fuxing. Por la tarde estuvo lloviendo, así que estuvimos resguardados hasta que cesó la lluvia. Al anochecer nos acercamos hasta el Bund, porque queríamos disfrutar de la iluminada panorámica de los rascacielos de Pudong. Estuvimos caminando por el Bund, haciendo fotos nuevamente a un lado y a otro. Fue una buena manera de despedirnos de la ciudad.
Suzhou Durante nuestra estancia en Shanghai hicimos dos visitas a sendas poblaciones cercanas. La primera fue Suzhou. Situada a poco más de cien kilómetros de Shanghai, para llegar allí tomamos un tren de alta velocidad. Algo que no dejó de sorprendernos en China fue lo barato que es el transporte público. Los viajes de metro solían costar 2 yuanes (veinte céntimos de euro); en este caso, el billete de ida y vuelta a Suzhou nos costó sesenta yuanes por persona (seis euros cada uno). En Suzhou hay bastantes cosas para ver, principalmente jardines. Como nosotros íbamos a pasar el día, decidimos ir visitando lugares un poco sobre la marcha hasta que empezase a atardecer. Comenzamos por el templo del Norte. Lo más característico de este templo es su pagoda de siete plantas, visible desde muchos puntos de la ciudad. Subimos a lo alto de la pagoda para obtener una vista panorámica de Suzhou. Sin ser nada del otro mundo, destaca el lejano distrito financiero (que se veía un tanto brumoso) y el innumerable conjunto de casitas, todas con tejados iguales o parecidos, que hay alrededor del templo. Al bajar paseamos un poco por los jardines y nos fuimos. Las siguientes visitas fueron a los dos jardines más transitados y famosos de Suzhou. Comenzamos por el Jardín de la Política de los Simples, también llamado Jardín del Humilde Administrador (los orientales son muy dados a otorgar nombres muy ceremoniosos a las cosas y a los sitios). Es un jardín bastante amplio, con caminos de piedra para transitar por los diferentes pabellones que hay, todos construidos alrededor de un estanque. Tanto la vegetación como el interior de los pabellones está muy cuidado, especialmente la parte que llaman el Jardín de los Bonsáis, donde han situado un buen número de ellos en tiestos sobre pedestales. A pesar de la gran cantidad de gente que había, y dado el tamaño de los jardines, se podía pasear y disfrutar del entorno.
El siguiente fue el Jardín del Bosque del León. Este estaba igual de abarrotado que el anterior, pero al ser de menores dimensiones, se percibía el gentío mucho más. Este jardín es famoso por los apilamientos de rocas que contiene, siendo la más conocida de ellas la de los tres leones entrelazados (aunque hay que echarle un poco de imaginación).
La zona de este jardín que más nos sorprendió es un laberinto hecho con rocas entrelazadas: parece mentira que en un espacio no muy grande hayan sido capaces de construir un laberinto que sube y baja, con escaleras en las rocas. Todo un entretenimiento para los jóvenes y para los que no lo son tanto.
Al igual que el jardín anterior, este está edificado en torno a un estanque, aunque de dimensiones mucho más reducidas. Sin duda, una visita muy divertida. A la salida del jardín paseamos por la calle Pingjiang, una de las más bonitas de Suzhou, ya que discurre paralela a un canal. Está llena de locales tradicionales y modernos muy bien puestos, y cada cierto tiempo hay pequeños puentes que atraviesan dicho canal.
Como todavía teníamos tiempo para visitar un último jardín, decidimos escoger uno un poco alejado del circuito típico, para poder disfrutarlo con menos bullicio y más tranquilidad. Siguiendo la recomendación de la guía, escogimos el jardín de la Pareja Dividida. Mucho más pequeño que los anteriores, está construido nuevamente en torno a un pequeño estanque y tiene también diversos pabellones muy bien acondicionados. En cuanto a la cantidad de gente, ciertamente acertamos. Había un pequeño grupo de estudiantes de bellas artes dibujando algunos rincones del jardín, y unos cuantos jubilados chinos charlando tranquilamente. Siendo bonito, no tiene el interés de los dos anteriores, pero fue un gusto sentarse en un banco a disfrutar del ambiente.
De ahí caminamos hasta la calle Guanquian que nos habían recomendado en la oficina de turismo. En realidad, no es más que una calle peatonal con mucho ambiente por estar llena de tiendas y restaurantes. Como comenzaba a chispear y a atardecer, nos subimos a un rickshaw que nos trasladó, previa negociación del precio, hasta la estación de tren. Desde allí cogimos el primer tren que pasó con destino a Shanghai.
Zhouzhuang A esta impronunciable localidad, cercana a Shanghai, fuimos con una excursión organizada por el apartotel en el que estábamos alojados. Desde un principio teníamos intención de visitar este pequeño pueblo, pero habíamos leído que era una tanto incómodo llegar hasta allí, con cambios de autobuses y demás. Así que cuando vimos un tablón en la recepción anunciando esta excursión de un día en autobús, saliendo y llegando desde el propio alojamiento, no lo dudamos y nos apuntamos. Aunque no somos muy partidarios de los viajes en grupo, no se pueden dejar pasar oportunidades como ésta. El día de la excursión amaneció lloviendo, y así continuó toda la jornada, por lo que a pesar del paraguas, fue una excursión pasada por agua. El autobús no estaba muy lleno y casi todos éramos occidentales. Eso nos dio pie a conocer a unos cuantos expatriados europeos y sudamericanos que vivían en Shanghai y se alojaban en el apartotel. El pueblo en cuestión es una pequeña población con muchos canales, con sus respectivos puentes y con casas tradicionales a ambos lados de los canales. Un sitio muy original. La excursión incluía un paseo en barca por los canales, pero debido a la lluvia las embarcaciones no transitaban, así que nos lo cambiaron por la visita al jardín Nanhu, del mismo estilo de los que habíamos visto en Suzhou: un estanque en el centro y diferentes pabellones y pasarelas que lo rodeaban. Debido a la lluvia estaba bastante vacío; tan solo nuestro pequeño grupo, así que fue una visita tranquila y agradable.
A la salida del jardín dimos un paseo por Zhouzhuang, que se terminó enseguida debido a que es pequeño. Nos dejaron un rato de tiempo libre para deambular por la calle principal, una calle peatonal llena de tiendas y puestos de comida donde se podían degustar las especialidades de la zona.
La última parte de la visita fue, cuando menos, original. Volvimos al autobús y nos llevaron a una zona de invernaderos donde cultivan fresas. La gracia del asunto está en que en el precio de la excursión estaba incluido un kilogramo de fresas por persona; además daban la opción de recogerlas uno mismo. Para los más vagos tenían ya preparadas cajas con el kilo de fresas correspondiente. Nosotros decidimos recoger uno entre los dos, más que nada por la novedad.
Los pocos niños que vinieron a la excursión fueron los que más disfrutaron de la actividad, aunque los adultos no nos quedamos a la zaga. Especialmente cuando volvimos a la habitación y después de lavarlas nos las comimos. Estaban realmente deliciosas.
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