China
Xi’an
Nuestro siguiente destino fue Xi’an. Teníamos la sensación de que el único interés de Xi’an residía en los famosos guerreros de terracota. De hecho, cuando elaboramos el itinerario tuvimos ciertas dudas a la hora de incluir esta ciudad. No es que no quisiéramos ver los guerreros; la duda era si merecería la pena el desplazamiento solamente para eso. Afortunadamente decidimos ir, porque sin ser una ciudad bonita, encontramos que Xi’an ofrece más cosas interesantes. Cuando aterrizamos en el aeropuerto tomamos un autobús que llevaba hasta el centro y que tardó una eternidad en completar el recorrido. El tráfico era horrible ese día en Xi’an. Pensamos que sería porque estaba diluviando (ya se sabe que los días de lluvia las calles se colapsan más), pero según nos dijeron más tarde en el hotel, el tráfico de esta ciudad es siempre infernal. Nos alojamos en un apartotel llamado Citadines que estaba muy bien ubicado y era muy cómodo. Cuando llegamos seguía lloviendo a mares, así que aprovechando que tenían cuarto de lavadoras y secadoras de las que funcionan con monedas, hicimos la primera colada del viaje. Por la tarde escampó y pudimos salir. Pasamos por delante de la puerta del Tambor y nos adentramos en el barrio musulmán. Había dejado de llover hacía muy poco tiempo y esta zona estaba ya repleta de gente. A lo largo de dos calles perpendiculares se agolpan infinidad de sitios, principalmente de comida y alimentación. En general, había un sospechoso olor a fritura que no invitaba a probar algunos de los platos que ofrecían. Después de mucho deambular, optamos por un plato muy típico de allí: una sopa con carne y pan llamada Yang Rou Pao Mo. La especialidad funciona con un sistema un tanto curioso: primero te dan un bol con una par de trozos de pan árabe, que cada uno se trocea en su respectivo cuenco. A continuación, se devuelve el bol y te lo traen de nuevo lleno de sopa.
Antes de irnos a dormir volvimos a pasar por la torre del Tambor, profusamente iluminada, junto a la cual había unos vendedores de cometas que tenían algunas desplegadas, además de larguísimas: el final se perdía en la oscuridad de la noche. Después nos acercamos a la torre de la Campana, situada en medio de una transitada glorieta y también muy iluminada.
La primera visita del día siguiente fue a los guerreros de terracota, nuestro principal motivo para acercarnos hasta Xi’an. Tuvimos que coger dos autobuses para llegar. En el recinto hay cuatro pabellones a los que entrar. En la guía que llevábamos ponía que el más espectacular es el pabellón número uno, por lo que recomendaba dejarlo para el final. Así que hicimos la visita a la inversa: comenzamos por el pabellón cuatro y acabamos en el uno.
El pabellón cuatro es el más pequeño y es más bien una especie de museo. Tiene vitrinas con diferentes objetos, aunque lo más espectacular son dos cuadrigas de bronce. Los tres restantes son muy distintos, ya que son yacimientos propiamente dichos. El tercero, en forma de L, es enorme, pero los guerreros que se ven están muy diseminados y un tanto destrozados. Tiene algunas figuras en vitrinas que están perfectamente conservadas y que permiten apreciar los detalles y ver el rigor con el que las han construido. Nos gustó especialmente una de un arquero con una rodilla apoyada en el suelo.
El segundo pabellón es mucho más pequeño que el anterior, pero en cambio las figuras de los guerreros y caballos que hay están bastante bien conservadas.
Sin embargo, tal como explicaba la guía, la palma se la llevó el pabellón número uno. Es un hangar descomunal. Ahí no sólo hay multitud de guerreros muy bien conservados, sino que la disposición en hileras hace de este pabellón el más espectacular. Hay una pasarela que bordea todo el recinto; y aunque la parte más espectacular es el frontal de la entrada, la recorrimos entera.
Según pudimos leer, todos esos guerreros están en el lugar exacto donde fueron construidos. De hecho, las labores arqueológicas siguen su curso y parece que los arqueólogos hacen su aparición en el lugar por las noches, cuando los turistas hemos abandonado las instalaciones y los guerreros pueden descansar un rato.
Fue probablemente la visita más espectacular de todas las que hicimos en China.
Por la tarde nos dedicamos a la otra atracción principal que hay en Xi’an: la muralla. Es una construcción rectangular situada en el interior de la ciudad, muy bien conservada y/o rehabilitada. Divide la ciudad en dos: dentro y fuera de la muralla, y es seguramente la más alta y ancha que hemos visto nunca. Se puede recorrer entera (son unos catorce kilómetros). Una vez en lo alto, decidimos alquilar unas bicicletas para abarcar todo el perímetro. Así que llevamos a cabo una actividad que no habíamos hecho nunca: recorrer una muralla en bici. Había bastante gente, tanto caminando como en bicicleta, pero las proporciones de la muralla hacía que se pudiera ir pedaleando con total libertad.
Fuimos viendo todos los edificios a un lado y a otro. Si bien casi ninguno de ellos tiene especial interés, fue una gran oportunidad para apreciar en toda su grandeza una de las cosas que más nos llamaron la atención en China: la enorme sucesión de viviendas en forma de rascacielos. Generalmente, en otros países que hemos visitado, los rascacielos suelen ser oficinas; aquí, los edificios residenciales no desmerecen en altura a los edificios de oficinas. Acompañándonos durante nuestro trayecto había altavoces diseminados por toda la muralla en los que ponían una música ambiental típicamente china. Verdaderamente lo pasamos muy bien.
Desde lo alto de la muralla vimos que junto a la puerta sur (la entrada que habíamos utilizado y donde habíamos alquilado las bicicletas), había una zona de tejados tradicionales muy bonitos; así que cuando hubimos devuelto las bicicletas, decidimos acercarnos por allí. Nos encontramos con un barrio lleno de tiendas y puestos donde se vendían papel y pinceles para hacer caligrafía. Había también sellos y tampones de piedra para grabar la firma.
Era una zona muy agradable, donde encontramos bastante gente probando y comprando pinceles. Así, pudimos disfrutar viendo cómo algún viandante comprobaba sobre un papel la calidad de las cerdas y escribía los caracteres chinos. Nos quedamos embobados ante la pasmosa soltura con la que dibujaban los trazos, ya que algunos de esos caracteres nos parecieron especialmente difíciles. Suponemos que es una cosa bastante natural para ellos, pues la caligrafía es un pasatiempo muy apreciado en China, pero a nosotros no dejó de sorprendernos. A pesar de ser una zona que no venía recomendada en nuestra guía, a nosotros nos pareció un pequeño y magnífico oasis de tranquilidad y tradición.
De ahí fuimos nuevamente a cenar al barrio musulmán, tan animado como la noche anterior. Fuimos lo primero de todo a la Gran Mezquita, pero cuando llegamos ya estaba cerrada. Nos despistamos con la hora por el barrio de los pinceles y se nos hizo tarde. Así que nos quedamos sin visitarla.
Recorrimos nuevamente toda la zona buscando un sitio para cenar, evitando repetir la sopa del día anterior y aprovechando para probar otras “delicias”. Paseamos nuevamente por las torres de la Campana y del Tambor para sacarles unas últimas fotos, ya que a la mañana siguiente partiríamos para Shanghai. Como comentamos antes, Xi’an no nos ha parecido una ciudad bonita. Pese a ello, vale la pena desplazarse hasta allí para visitar los guerreros de terracota, ya que tiene alguna cosa más que hace que el viaje merezca la pena. |