Perú
El Camino del IncaEl Camino del Inca
De las numerosas empresas que ofrecen sus servicios para recorrer el Camino del Inca, nos decidimos por Camping Tours, ya que unos amigos lo habían hecho con ellos y habían quedado encantados. La tarde anterior al inicio de la caminata pasaron por nuestro apartamento para dejarnos dos bolsas de lona y una romana para pesarlas: habíamos contratado un porteador extra y teníamos derecho a llevar hasta siete kilos en cada bolsa. Eso iba a permitirnos hacer toda la ruta bastante ligeros. La mañana de la salida pasaron a recogernos bien temprano y nos llevaron hasta Ollantaytambo. En esta población nos dieron algo de tiempo para las compras de última hora y después nos condujeron hasta el kilómetro 82 de la vía del tren, punto de inicio del camino. Allí conocimos a nuestros compañeros de fatigas, dos españoles y dos ingleses; al personal que nos haría la vida más fácil, seis porteadores, un jefe de porteadores, un ayudante de cocinero y un cocinero; y por último a Rubén, el guía, grandísimo conocedor del camino, de su fauna y de su flora, de todos los restos arqueológicos que fuimos encontrando a nuestro paso, y que se portó de manera excepcional en todo momento, dándonos un sinfín de explicaciones. Así pues, siete porteadores y dos cocineros para seis turistas, y un guía. Una vez pasamos el control, donde tuvimos que mostrar el pasaporte, comenzamos a caminar.
El primer día de caminata resultó ser bastante ligero. Comenzamos con un pequeño desnivel y durante un buen rato estuvimos caminando paralelos al río Urubamba. Vimos desde lo alto el complejo arqueológico de Llactapata, toda una panorámica espectacular, al igual que la vista del nevado Verónica, que con sus 5.682 metros de altitud, nos acompañó durante casi toda la caminata de la tarde.
Ese día caminamos unos 10 kilómetros y cubrimos un desnivel de unos 250 metros, nada comparado con lo que tendríamos el día siguiente.
El segundo día nos despertaron cuando aún no había amanecido. El motivo era simple: teníamos una dura ascensión por delante y era mejor que las horas de calor no nos pillaran en pleno esfuerzo. Comenzaba el mítico segundo día del Camino del Inca, no tanto por su belleza como por su dureza.
Durante aproximadamente cinco horas estuvimos ascendiendo para ganar un desnivel de 1.200 metros: pasamos de los 3.000 metros de altitud en los que se encontraba el campamento de Wayllabamba (donde habíamos pasado la noche), hasta los 4.200 metros, donde se encuentra la cima de Warmiwañusca. Ese tramo fue el más duro de los cuatro días, especialmente la última parte, en la que se tiene contacto visual con la cima a lo lejos y parece que no se alcanza nunca.
Claro que la recompensa después del esfuerzo es enorme: desde la cima hay una espléndida vista de los dos valles, el que se ha subido y por el que se desciende.
Sin embargo para nosotros lo peor fue el descenso hasta el campamento de Pacaymayu, donde se hace noche el segundo día: toda una bajada llena de escalones durante casi dos horas, y donde a pesar de llevar bastones para amortiguar, acabamos con las rodillas hechas polvo.
Ese día comimos en el propio campamento y tuvimos tiempo para descansar, dormir la siesta y recuperarnos del esfuerzo: habíamos caminado unos 9 kilómetros y ascendido 1.200 metros y descendido 600. Así pues, dormimos a 3.600 metros de altitud. Cuando esa tarde se fue el sol comenzó a hacer fresco, que durante la noche se convirtió en un frío helador que hacía que se nos quitaran las ganas de salir a medianoche del saco y de la tienda para nuestras visitas al baño.
El tercer día del camino es el que más tiempo se camina. A nosotros nos pareció el más bonito de todos. El paisaje es sencillamente espectacular: la vegetación va cambiando, ya que nos acercamos a zona selvática. Aunque casi todo el trayecto (excepto la zona última) se hace por encima de los 3.000 metros, se está siempre rodeado de montañas más altas con los picos nevados. Además, es el día en que se ven y visitan más restos arqueológicos. En fin, que lo tiene todo, porque también tiene una subida inicial de una hora y media aproximadamente bastante pronunciada, y luego un sinfín de escalones que descienden que se hacen realmente interminables.
Las primeras ruinas que visitamos fueron las de Runkuraqay, a mitad de camino entre el inicio del ascenso y la cima. Una vez allí, la vista de los dos valles es impresionante. A partir de ahí comenzamos un vertiginoso descenso hasta llegar a Sayaqmarka, el segundo complejo arqueológico del día.
Después de la parada para comer, atravesamos un túnel excavado en la piedra y observamos por primera vez en tres días algo de civilización: la ciudad de Aguas Calientes está a vista de pájaro. Junto a ella pudimos apreciar el río Urubamba y el espectacular valle formado por el propio río.
Y también por vez primera vimos el lugar al que nos dirigíamos: la montaña de Machu Picchu, que se distingue por tener en su cima una bandera de la ciudad de Cuzco. Desde ahí se ve perfectamente que Machu Picchu está ubicado en una de las montañas más bajas de la zona.
La siguiente parada fue en el complejo de Phuyupatamarca. Para llegar a él seguimos bajando escaleras, algunas de las cuales tuvimos que afrontarlas de lado porque queríamos que nuestras rodillas llegaran sanas a Machu Picchu.
Atravesamos de nuevo un túnel excavado en la piedra y dejamos de tener a la vista Aguas Calientes y la montaña de Machu Picchu, pero no nos importó porque al día siguiente visitaríamos ambas.
La siguiente visita fue Intipata, un complejo arqueológico muy espectacular, lleno de terrazas agrícolas situadas en medio de la ladera de la montaña. Desde ahí, aunque ya no se ve Aguas Calientes, se sigue disfrutando de la vista del valle del río Urubamba. Para llegar al campamento de Wiñaywayna, donde pasamos la última noche, tuvimos que descender por las interminables y enormes escaleras situadas en medio de las terrazas.
La subida del segundo día fue agotadora, pero realmente llevamos mucho peor la enorme cantidad de escaleras que tuvimos que bajar el segundo y tercer día. Esa noche en el campamento nos despedimos de nuestros porteadores y cocineros, que tan bien nos habían atendido durante todo el camino, puesto que a la mañana siguiente nos levantarían a las tres de la madrugada porque ellos debían salir corriendo para coger el primer tren de la mañana en Aguas Calientes y volver a Ollantaytambo.
El día en que llegamos a Machu Picchu empezamos a caminar de noche. Llegamos al punto de control antes de que lo abrieran. Estuvimos esperando un rato, y tras mostrar el pasaporte al igual que hicimos el primer día, continuamos la caminata.
Poco a poco fue amaneciendo y pudimos guardar las linternas, hasta que llegamos a las escaleras de acceso al Intipunku o Puerta del Sol. Desde allí se suponía que veríamos por primera vez el santuario de Machu Picchu… pero estaba todo cubierto de nubes bajas que no nos dejaron ver nada. El guía nos comentó que eso era muy habitual, pero que no nos preocupáramos porque se despejaría.
Estuvimos esperando un rato y después comenzamos el descenso sobre Machu Picchu. Efectivamente, conforme íbamos descendiendo, se fue despejando, y ante nosotros se abrió una vista espléndida e impresionante de Machu Picchu.
Siguiendo las indicaciones de Rubén, el guía, fuimos primero hasta la entrada del santuario para dejar en la consigna las mochilas que llevábamos, tras lo cual nos hizo una visita explicada de unas dos horas de duración. Después nos entregó los billetes del autobús que nos llevaría hasta Aguas Calientes, donde quedamos en encontrarnos con él, y nos dejó a nuestro aire.
Si decimos que Machu Picchu fue lo mejor de nuestro viaje al Perú, parecerá un tanto obvio, pero es que fue así. Está ubicado en la ladera de una montaña, rodeado por montañas más altas, con lo que la panorámica es increíble. Está bastante bien conservado, y al estar situado sobre la ladera, casi desde cualquier parte hay una vista magnífica. En fin, se nos acabarían los adjetivos para definir lo que nos gustó.
Estuvimos subiendo y bajando por las terrazas y recorriendo toda la zona hasta que el cansancio acumulado se hizo muy pesado. Recogimos nuestra mochila, subimos al autobús y nos bajaron hasta Aguas Calientes. Esta población está dispuesta a lo largo de la vía del tren y es el típico sitio para turistas. Volvimos a encontrarnos con Rubén, quien nos dio nuestros billetes de tren, y nos despedimos de él, dándole efusivamente la gracias por lo bien que nos había llevado los cuatro días.
El tren nos llevó de vuelta hasta Ollantaytambo, yendo siempre paralelo al río Urubamba. A la llegada a la estación de Ollantaytambo nos recogieron en una furgoneta y nos devolvieron a nuestro apartamento en Cuzco. El Camino del Inca fue una experiencia inolvidable, en parte por lo bien atendidos que estuvimos en todo momento por la gente de Camping Tours. Fue un broche de oro a nuestro periplo por tierras peruanas. |