Japón
Hiroshima y Miyajima
Hiroshima
De camino a la isla de Miyajima hicimos una parada obligada en Hiroshima, ciudad tristemente famosa mundialmente por ser la destinataria de la primera bomba atómica lanzada sobre una ciudad en la historia de la humanidad, allá por el 6 de agosto de 1945. Sabíamos que la visita a esta ciudad tendría un componente emocional importante (del estilo a cuando estuvimos en Auschwitz, en Polonia), así que, preferimos comenzar por el jardín Shukkeien. Si bien no está considerado entre los tres más bonitos de Japón, a nosotros nos pareció uno de los rincones más encantadores del país. En este jardín no podía faltar un estanque con montones de tortugas; había también bastantes puentes, un pequeño bosque de bambú, y un sinfín de tipos de plantas. Continuamos acercándonos al castillo, en el que decidimos no entrar. Evidentemente, creemos que no hace falta explicarlo, todos los edificios y construcciones de Hirsoshima salvo uno son modernos, o cuando menos, posteriores a 1945. Y el único que es anterior, y uno de los poquísimos que quedaron en pie tras la bomba, fue nuestra siguiente parada: el A-bombe Dome, edificio que se encontraba en pleno epicentro de la explosión.
A partir de ese momento, durante el resto de nuestra visita a Hiroshima tuvimos los sentimientos a flor de piel. Fuimos leyendo todos los carteles explicativos que hay por la zona, pasamos por el Museo Conmemorativo de la Paz de los Niños, el Cenotafio por las víctimas de la bomba atómica, que contiene una lista de toda la gente que murió por la explosión o a causa de la radiación, y terminamos en el Museo Conmemorativo de la Paz.
Todos estos edificios se encuentran en el Parque de la Paz. Este último museo contiene a la entrada dos maquetas de Hiroshima, una de antes de la explosión y otra de después. También alberga multitud de documentos escritos, fotografías y restos relacionados con el suceso. Había también muchísimos carteles explicativos. De hecho, fue el sitio en que más información en inglés vimos de todo el país. No leímos todos, pues nos hubiese llevado mucho tiempo, pero nos hicimos una idea del antes, durante y después, de uno de los sucesos por los que menos orgullosa debe estar la humanidad.
Una vez finalizamos la visita al Museo,
tomamos un autobús para volver a la estación, recogimos las mochilas de las
taquillas en las que las habíamos dejado a nuestra llegada, y cogimos el primer
tren con destino a la isla de Miyajima, donde nos esperaba nuestro primer
alojamiento de estilo japonés: el ryokan.
Miyajima Cuando el tren llegó a la estación de Miyajimaguchi nos apeamos para tomar el ferry que nos llevaría a la isla. Ya desde el ferry se observa el Santuario de Itsukushima, cuya puerta de entrada dicen los japoneses que es una de las tres imágenes más bonitas de su país; y es que este santuario se encuentra en una zona con mucha marea, de tal forma que cuando la marea está alta, el agua cubre todos los bajos tanto de la puerta como del propio santuario, lo que produce un efecto que parece que estén flotando en el agua (con un poco de imaginación, se entiende).
Este santuario es una de las grandes
atracciones de la isla. Otra es la de pasear rodeado de ciervos. Nada más
desembarcar del ferry nos topamos con un montón de ciervos remoloneando por
todas partes en busca de algo para comer. Habíamos leído que los encontraríamos
en la isla, pero pensábamos que habría que ir a algún sitio a verlos. Así pues,
durante todo el trayecto desde la terminal del ferry hasta prácticamente el
ryokan donde teníamos la reserva estuvimos viendo como los ciervos intentaban
echarle mano a casi cualquier cosa que la
gente llevara: a un niño le comieron el helado, y a un señor casi le
quitan un puro de la mano.
Habíamos reservado una habitación en el Watanabe-Inn. Cuando encontramos el ryokan y nos presentamos, lo primero que hicieron fue pedirnos que nos descalzáramos, y que nos sentáramos en una mesa. A continuación nos dieron la bienvenida con un té verde y unas galletas. Es lo menos que uno espera si va a pagar más de 300 euros por una noche de alojamiento. Cuando nos terminamos el té, nos subieron a nuestra habitación: era toda de tatami, con una mesa y dos sillas a ras de suelo en medio. Teníamos el inodoro en un compartimento y el lavabo, la ducha y la bañera en otro. La bañera era tipo onsen, con lo que podríamos darnos un baño en la privacidad de nuestra habitación antes de irnos a dormir.
Aunque en el ryokan se estaba de maravilla, decidimos hacer algo de turismo antes de la hora de la cena. Y comenzamos por el Templo Daisho-in, que estaba al lado de nuestro alojamiento, y en el que no paramos de subir y bajar escaleras. Después bajamos hasta el Santuario de
Itsukushima, y decidimos entrar a visitarlo. Si bien este santuario
es poco más que una pasarela sostenida por pilones de madera para cuando sube la marea, el entorno es muy bonito, con la puerta enfrente, y las montañas detrás. Cuando terminamos de recorrerlo, dimos un paseo por delante para ver cómo subía la marea (y hay que ver cómo subía), y acercarnos todo lo posible a la puerta. Después fuimos hasta una elegante Pagoda de cinco pisos y de 27 metros de altura que, al estar en lo alto de una pequeña colina, es observable desde casi todas partes.
Tras eso, se acercaba la hora de la
cena, así que nos volvimos al ryokan, nos dimos una duchita para estar limpitos
para la cena, y decidimos ponernos
los yukatas (que ofrecen en todas las habitaciones de hotel en Japón) para
crear un poco más de ambiente para la cena. A la hora prevista bajamos a cenar
y pudimos comprobar que no habíamos sido tan originales como pensábamos: todos
los demás huéspedes también se habían puesto sus yukatas. La cena fue
sencillamente deliciosa y espectacular. Se trataba de una cena kaiseki, que
viene a ser algo así como de alta cocina japonesa, y que consistió en una
interminable sucesión de platos con auténticas delicatesen, todo ello rociado
con un excelente sake fresquito. Una cena inolvidable.
Cuando volvimos a la habitación después de cenar, habían arrinconado la mesa y las dos sillas y habían extendido en el suelo los futones sobre los que dormiríamos: 300 euros por dormir en el suelo.
Decidimos salir a dar una vuelta por la isla y hacer algo de tiempo para hacer la digestión antes del baño nocturno. Nos acercamos al paseo principal para observar la puerta iluminada. La marea ya había subido del todo, y por ello, tanto la puerta como el santuario tenían agua por debajo y pudimos ver el famoso efecto “flotante”. Había bastante gente haciendo fotos, y muchos de los japoneses que por ahí rondaban iban con el yukata. A nosotros nos dio algo de vergüenza salir por ahí con esa prenda. Una vez pasó un rato volvimos a la habitación a disfrutar de nuestro baño. Tanto el baño, como lo que vino a continuación, fue muy placentero, pero ese relato lo dejaremos para cuando seamos todos mayores de edad. Tan solo diremos que dormimos divinamente, tirados en el suelo sobre el futón.
A la mañana siguiente nos debatimos entre subir al Monte Misen o no, pero ese día queríamos pasar por Okayama y teníamos una cita para cenar en Osaka, así que decidimos dar un último paseo por la isla. Nos despedimos del magnífico ryokan en el que habíamos pasado la noche y volvimos a ver el santuario y la puerta flotantes, los ciervos haciendo de las suyas, y nos dirigimos a la terminal del ferry para volver a Miyajimaguchi, y de ahí ir continuar en tren hasta Okayama. |