los viajes de juanma y carol
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Japón

Nikko, Kamakura y Yokohama

Nikko

Esta pequeña población tiene un pequeño conglomerado de templos y santuarios patrimonio de la Unesco que son admirables. Además se encuentran todos juntos, lo que facilita mucho la visita.

Desde la estación hasta la zona de los templos hay unos veinte minutos caminando, y como imaginábamos que tendríamos otro día de calor agotador, decidimos tomar un bus para no comenzar el día gastando energías de manera innecesaria. El autobús nos dejó junto al puente Shinkyo, primera parada del recorrido. Al parecer alguien atravesó este puente a lomos de dos serpientes, y por eso se hicieron famosos (el puente y quien lo atravesó, pero no las serpientes). El caso es que se trata de un puente bastante bonito que se arquea sobre el río a la manera de tantos otros puentes que vimos a lo largo del país. Desde ahí, tras una buena subida, se llega a la zona de los templos. Lo primero que hicimos fue pasar por la oficina de venta de entradas y, tal y como sugerían todos los foros del tema, comprar el billete combinado para visitar varios templos y santuarios.
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El primer templo que visitamos fue el Rinnoji, que al parecer llegó a contar con 109 edificios, aunque actualmente sólo tiene 15. En su edificio principal hay tres estatuas enormes de tres budas de ocho metros de altura cada una, que son bastante espectaculares. Tuvimos la suerte de entrar junto a un pequeño grupo de japoneses que iban con un monje a modo de guía que iba explicando todas las cosas en un japonés muy clarito. Se hace mucho más ameno cuando te explican las cosas (lo curioso es que el monje también nos miraba a nosotros cuando hablaba, como si pensara que nos estábamos enterando de algo, aunque a lo largo del viaje pudimos comprobar que eso es una constante en los japoneses: ellos te hablan en japonés, y ahí te las apañes…).
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La siguiente parada fue el Santuario Toshogu, situado al final de una avenida flanqueada por 13.000 cedros enormes. A pesar de los millones de turistas que había por todas partes, este fue uno de los que más nos gustó de todo el viaje. 
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Los edificios que conforman este santuario son espectaculares y están plagados de curiosidades: una puerta flanqueada por dos estatuas con las bocas abiertas pronunciando cada una la primera y la última letra en sánscrito; la figura de madera de los tres monos sabios; un establo con un caballo que el estado de Nueva Zelanda regaló a la población de Nikko; una edificación que era tan perfecta que decidieron poner una columna boca abajo para hacerla imperfecta; y todos con una decoración de madera simplemente impresionante.
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Continuamos con el Santuario Futarasan, mucho menos espectacular a los ojos de los turistas, pero al parecer de una gran importancia por ser el más antiguo de la zona y conservar su estilo arquitectónico original. 
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Y finalizamos el recorrido con la visita al Mausoleo Taiyuinbyo, también muy espectacular, ya que se encuentra rodeado por todas partes por altísimos cedros, y hay que subir bastantes escaleras para acceder hasta él. Tanto éste como el santuario anterior estaban mucho menos concurridos que Toshogu, que aunque sin duda es el más llamativo, los otros también se merecen una visita, aunque sólo sea por el hecho de haber llegado hasta allí.
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No sólo son bonitos los templos y los santuarios de Nikko, sino que el enclave en el que se encuentran, en medio de un bosque lleno de árboles por todas partes, hace que el lugar sea único.  
Para volver a la estación de tren decidimos dar un paseo, ya que era cuesta abajo y teníamos hambre, así nos sería más fácil encontrar algún sitio para comer. Y encontramos un sitio en el que solamente había japoneses, lo cual nos dio muy buena espina, y donde comimos una de nuestras mejores comidas en Japón: un interminable menú degustación, lleno de pequeños pero exquisitos platos, fenomenalmente bien presentados, y atendidos por una camarera simpatiquísima que hablaba un poco de inglés. Y todo por 1500 yenes por persona. Nosotros que pensábamos que por ser un sitio muy turístico comeríamos regular y caro, y nos llevamos uno de los mejores recuerdos gastronómicos tanto por calidad, como por cantidad y precio de todo el viaje.
Kamakura

Kamakura es una agradable población que se encuentra no muy lejos de Tokio. Descendimos en la estación de Kita-Kamakura para visitar los Templos Engaku-ji y Kencho-ji que, merced a que habíamos madrugado un poco, estaban bastantes solitarios y tranquilos. 
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Después continuamos por el Santuario Hachiman-gu, situado en lo alto de unas escaleras y con dos estanques de nenúfares bastante bonitos. Seguimos dando un agradable paseo por la calle principal de Kamakura, llena de tiendas muy bien puestas, donde degustamos unas galletas rellenas de boniato que estaban riquísimas. 
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Cuando llegamos a la estación de tren de Kamakura tomamos una especie de tranvía que nos acercó a uno de los sitios más visitados de la ciudad: el Gran Buda, estatua de bronce de 13,5 metros que al parecer ha aguantado terremotos, incendios, tifones y demás avatares naturales y otros que no lo son tanto (como guerras, por ejemplo). Es la segunda estatua de Buda más grande de Japón (la primera la veríamos unos días más tarde). 
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La última visita de Kamakura que hicimos fue el Templo Hase-dera. En la subida hacia el Templo se pasa por una zona que está llena de pequeñas estatuillas. En un principio no sabíamos lo que eran, pero después leímos que se trataba de una especie de ofrenda por niños abortados o muertos.
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Una vez concluida la visita a este templo, volvimos a tomar el tranvía hasta la estación de tren y allí tomamos el primer tren que nos llevara a Yokohama, segunda visita del día.

Yokohama

No queremos ser injustos con esta ciudad, así que diremos que las circunstancias hicieron que no disfrutáramos de nuestra corta estancia en Yokohama. Esa mañana habíamos madrugado bastante porque queríamos hacer las dos visitas en el mismo día, ya llevábamos un trecho con nuestro recorrido por Kamakura, y llegamos a Yokohama a la hora de más calor (y ese día era mucho). Además hacía un sol de justicia, que hizo que cada paso que dábamos nos costase un poco más que el anterior, pero menos que el siguiente.

Comenzamos caminando por la calle Motomachi, una de las calles más concurridas de la ciudad ya que está llena de tiendas. Desde el final de la calle se llega enseguida al Harbour View Park, desde donde hay una bonita vista del puerto de la ciudad. De ahí fuimos a la colorida Chinatown, donde, para añadir a las circunstancias antes mencionadas, comimos bastante mal en un restaurante chino. En realidad, durante toda nuestra estancia en Japón comimos siempre bien o muy bien. De hecho, teníamos la idea preconcebida de que no íbamos a aguantar todo el viaje comiendo solamente a base de comida japonesa, y que en algún momento dado tendríamos que darnos un respiro con una pizza o una hamburguesa (en realidad, hamburguesa sí comimos, pero eso vendrá más tarde). Y sin embargo la comida japonesa es tan variada (hay vida más allá del sushi), de tan buena calidad, tan sana y saludable, que no echamos de menos en ningún momento otro tipo de comida. Y mira por donde, la peor comida del viaje fue la comida china de Yokohama. Nos está bien empleado por no ser fieles a la comida japonesa.
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Cuando volvimos a salir al exterior, la bofetada de calor fue tal que empezó a minar nuestros ánimos de manera considerable. A pesar de todo, llegamos hasta el parque Yamashita, desde donde también tuvimos una amplia vista del puerto y de la bahía.
En la visita de Yokohama nos quedaba la zona de Mianto Mirai, distrito futurista de la ciudad que habíamos observado a lo lejos desde el parque. Pero nuestras fuerzas flaquearon de mala manera y decidimos dar por finalizadas las visitas del día. Seguro que nos perdimos lo más interesante de la ciudad, pero aún así, Yokohama no nos pareció nada del otro mundo.
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Curiosidades