Japón
Okayama, Osaka, Nara y Hakone
Okayama
La visita a Okayama fue corta. Solo hay dos cosas que merecen la pena en esta ciudad: el Castillo y los jardines Korakuen. Y afortunadamente están juntos. La visita al Castillo nos llevó muy poco tiempo: decidimos no entrar, así que nos acercamos hasta su base, hicimos un par de fotos, y nos fuimos a los jardines, también considerados como uno de los tres jardines más bonitos de Japón (al igual que el que vimos en Kanazawa: el tercero en discordia está en Mito, donde no teníamos previsto ir). Lo más chocante de este jardín es que está lleno de césped y a veces parece más un campo de golf que un jardín. Hicimos el recorrido sugerido, pero nos gustaron más los de Hiroshima y Kanazawa. Una vez vistos los jardines, nos fuimos a Osaka. Osaka
En Osaka teníamos una cita para cenar con una pareja ruso-japonesa, afincada en Madrid desde hace ya unos años. Habíamos reservado en el mismo hotel para facilitar el encuentro y, aunque desde nuestra llegada a Japón no habíamos tenido contacto con ellos, nos los encontramos en el hall nada más llegar. Mientras nosotros nos dábamos una ducha y descansamos un poco, ellos se dedicaron a buscar algún sitio para cenar. Y es que, qué diferencia ir a cenar con una japonesa que entendía todos los carteles y que podía preguntar y pedir sin problema. Después de una entretenidísima cena, en la que probamos cosas por primera vez que jamás hubiésemos podido pedir por nuestra cuenta, y en la que terminamos con las existencias de cerveza del local, dimos una vuelta por la zona donde estábamos. Tuvimos ocasión de ver una pecera que había en un escaparate con varios peces fugu o peces globo, esos que están llenos de veneno mortal y que solamente pueden ser cocinados por un cocinero ducho en la materia. Después entramos en algunos sitios e hicimos algunas cosas que, sin la compañía de nuestra japonesa particular, no hubiéramos hecho, ni visto, ni conocido, como jugar a diversas máquinas, hacer fotos en un fotomatón muy curioso y original, beber unas bebidas que no hubiéramos conocido…, en fin, sin duda, gracias a Shoko y a Egor, vivimos la noche más auténtica, divertida y entretenida de todo el viaje. Arigato gozaimas y spasibo bolshoe.
A la mañana siguiente, aún con el buen
recuerdo de la noche anterior, decidimos hacer una pequeña visita a Osaka. De
todas las posibilidades que había, decidimos quedarnos con la visita al Umeda
Sky Building y subir a lo alto para ver la ciudad desde allí arriba. Y no nos
decepcionó. Nos costó un poco llegar hasta el edificio de marras, porque
nuestro hotel estaba al otro lado de la estación de tren, y eso equivale a
varios laberintos superpuestos. Después de mucho preguntar, conseguimos salir
por una salida desde la que teníamos contacto visual con el rascacielos, y eso
facilitó un poco las cosas. Una vez llegamos al edificio, subimos a lo alto.
Desde ahí pudimos observar la inmensidad de la ciudad, la multitud de vías y
estaciones de tren que pueblan Osaka, infinidad de puentes sobre el río, un
sinfín de aviones aterrizando en el aeropuerto, e incluso la vista nos llegó a
la bahía de Kobe, desde donde unos días antes habíamos visto Osaka a lo lejos.
De todas las torres a las que subimos durante nuestro viaje a Japón, ésta fue
la que nos pareció que ofrecía una mejor panorámica.
Al final, como dice el refrán, el que mucho abarca poco aprieta. Y nosotros apretamos poco en Osaka, pues tras bajar del Umeda Sky Building, dimos por concluida nuestra breve estancia en dicha ciudad, deshicimos el laberinto hasta el hotel donde recogimos las mochilas y pusimos rumbo a Nara.
Nara
Nara comparte con Miyajima la atracción de los ciervos merodeando por el centro de la ciudad, solo que los ciervos de Nara están mejor educados. Hay montones de puestos con galletas para ciervos por las zonas por donde éstos deambulan, y cada vez que alguien compra un paquete, se ve abordado por varios ciervos a la caza de la galleta. El pequeño detalle que les hace más educados que a sus familiares de Miyajima es que hacen una reverencia con la cabeza como pidiendo la galleta. Eso sí, la persona que tiene las galletas debe tener un cierto aplomo, porque en general la gente se abruma cuando se ve rodeado de tanto ciervo y tanta asta y se las suelen dar de cualquier manera.
En cuanto a nuestra visita, que estuvo
siempre rodeada de ciervos, comenzó por el Templo Kofuku‐ji, muchos de cuyos
edificios estaban en obras, pero no la Pagoda de cinco pisos.
De ahí fuimos al Templo Todaiji, sin duda el punto fuerte de Nara. Alberga la estatua de Buda en bronce más grande de Japón con 16,2 metros de altura y además, también es el edificio de madera más grande del mundo (¿eso no lo habíamos leído ya?). Desde luego, el edificio desde fuera es bastante impresionante, al igual que la estatua de su interior. No creemos andar muy desencaminados si decimos que todos los turistas que estábamos en Nara decidimos visitar este templo a la vez. Al menos esa fue la sensación que nos dio.
Cuando finalizamos la visita a este
templo, nos encaminamos al Santuario de Kasuga Taisha atravesando el agradable
Parque de Nara, todo él repleto de ciervos, por supuesto. Cuando llegamos al santuario
estaba ya cerrado, así que tuvimos que conformarnos con hacer una foto a la
fuente con forma de ciervo o ciervo-fuente que había en la entrada. Tras eso,
estuvimos deambulando un rato sin saber qué rumbo tomar cuando la lluvia tomó
la decisión por nosotros: comenzó a caer el diluvio universal y en cuanto vimos
un taxi libre, nos subimos y pusimos rumbo al hotel. Fue el único taxi que
tomamos en todo el viaje y tenemos que decir que aquello de lo que habíamos
oído hablar era cierto: la puerta la abre y la cierra automáticamente el
conductor, y son carísimos. Solo la bajada de bandera equivalía casi a seis
euros. Esa tarde no paró de llover, así que solamente salimos a cenar al sitio
más cercano, un lugar de ramen, la sopa con fideos que se come sorbiendo. Una
vez en su interior nos dio la sensación de que los comensales estaban haciendo
una competición por ver (o escuchar) quién era el que hacía más ruido.
La mañana siguiente amaneció, como suele suceder en estos casos, con un sol radiante. Lo cual seguía implicando un calor y un bochorno enormes. Pero nuestro viaje estaba llegando a su fin, así que nada nos iba a impedir terminar las visitas. Al menos eso pensábamos nosotros. Comenzamos la mañana visitando el estanque Sarusawano-ike, conocido porque en él se refleja la Pagoda de cinco pisos antes mencionada. Pero pudimos ver una estampa bastante curiosa y simpática: había unos cuantos troncos en el centro repletos de tortugas aparentemente tomando el sol. Cada vez que alguna se movía empujaba a otra, e irremediablemente esa acción terminaba con alguna tortuga cayendo al agua. Parecíamos dos críos viendo a las tortuguitas. Tras un paseo por las principales calles de Nara, viendo tiendas de todo tipo, tomamos el tren con dirección al último destino del viaje.
Hakone
Desde Nara fuimos en tren hasta Odawara, donde compramos el Hakone Free Pass para poder hacer todo el recorrido de la zona de Hakone: se trata de una ruta circular que comienza en Hakone-Yumoto (donde teníamos reservado el segundo y último ryokan del viaje), donde se toma un tren en zigzag, después un funicular, se continúa con un teleférico, después una travesía en barco por un lago, para terminar con un autobús que lleva de vuelta al punto de partida. Y todos esos medios de transporte están cubiertos por el Pass. Como llegamos a Hakone después de comer, dejamos la ruta para el día siguiente porque ese día ya no nos daba tiempo. Tuvimos ciertos problemas en encontrar el ryokan, y entramos en algo que parecía un hotel a preguntar. El señor de la recepción, que curiosamente hablaba inglés, decidió acompañarnos hasta el sitio para que no tuviéramos dudas. Una vez llegamos al sitio, nos encontramos a la entrada con un panel con varios nombres, la mayoría en japonés, entre los que estaba el nuestro. Así que sí, ese parecía ser el sitio. Cuando nos acomodaron en nuestra habitación, una amable señora entró para explicarnos diversas cosas: tanto la cena como el desayuno eran en la habitación, la hora a la que las servirían, cómo funcionaba el onsen, etc. Cómo comprendimos lo que nos dijo es para nosotros, todavía hoy, un misterio, porque apenas dijo un par de palabras en inglés. Existe la posibilidad de que comprendiéramos mucho menos de lo que creemos, lo cual es lo más probable, aunque tuvimos un nivel de aciertos muy grande con lo que supusimos que nos dijo. Sea como fuere, la cena llegó a la hora que pensábamos, y el onsen de después funcionó como habíamos supuesto. Comenzamos nuestra penúltima mañana en el país dejando las mochilas en recepción y nos fuimos a hacer la ruta de los distintos transportes. Comenzamos con el tren en zigzag, y según íbamos ascendiendo la ladera del monte, la lluvia y el viento que en Hakone era suave, se fue haciendo cada vez más patente. Tal fue así, que cuando llegamos al destino y fuimos a subir en el funicular, nos dijeron que el teleférico y el barco estaban fuera de servicio porque se acercaba un tifón, y que con toda probabilidad estaría todo el día cerrado. Con todo el dolor de nuestro corazón, volvimos a subir al tren y volvimos a zigzaguear la ladera, estaba vez hacia abajo. Con lo bien que nos había tratado el clima en Japón (exceptuando el insoportable calor húmedo), no nos dejó disfrutar de nuestro último día. Al llegar a la estación de Hakone-Yumoto, un hombre muy simpático nos informó de que si no habíamos subido al teleférico ni al barco, podíamos pedir que nos reembolsaran una parte del precio del Hakone Free Pass. Así que fuimos a la ventanilla que nos indicó, donde nos dieron no pocos yenes de vuelta, recogimos nuestras mochilas y pusimos rumbo de vuelta a Tokio, donde todo había empezado.
Por supuesto, a nuestra llegada al hotel de Tokio teníamos la maleta esperando en nuestra habitación, pero a esas alturas del viaje lo tomamos como la cosa más normal del mundo. |
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