los viajes de juanma y carol
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Estados Unidos

Death Valley-Yosemite

Death Valley National Park

La siguiente parada de nuestro viaje sería el Valle de la Muerte. Madrugamos bastante en Las Vegas porque teníamos un buen trecho hasta el Death Valley National Park, ya en el estado de California, y queríamos evitar, en la medida de lo posible, estar allí a las horas de más calor.
Al llegar a la entrada del parque encontramos una diferencia con respecto a los que ya habíamos visitado, que a esas alturas de viaje eran unos cuantos: en la garita de entrada no había nadie. Había un cartel indicando las tarifas, unos sobres para introducir en ellos el dinero, y un buzón para depositar dichos sobres. No sabemos si mucha gente pagaría, el caso es que como nosotros llevábamos el Annual Pass, no tuvimos que hacerlo. Pero era indicativo que en esa garita no hubiese nadie: debe ser inhumano pasarse el día entero ahí, dado el calor que hace por esas latitudes.
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Comenzamos la visita al parque parando en Dantes View, punto elevado desde donde se obtiene una gran panorámica de Badwater Basin, zona más famosa de Death Valley por encontrarse a 86 metros por debajo del nivel del mar. Allí pudimos comprobar que el calor era sencillamente abrasador.
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Continuamos hasta Zabriskie Point, donde pudimos ver las curiosas formas y colores de las montañas.
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De ahí fuimos hasta Badwater Basin. Dejamos el coche en el aparcamiento, hicimos una foto al letrero con el nombre y caminamos hasta una enorme zona donde el agua se ha evaporado y solamente ha dejado la sal. El paisaje es, cuando menos, original: un enorme manto blanco.
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De allí marchamos hasta la Artists Drive, carretera de una sola dirección en la que se puede observar el llamado Artists Palette, que es una ladera de una montaña en la que la tierra tiene multitud de colores, asemejando una paleta de un pintor.
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Durante todo el trayecto de la Artists Drive se ven elementos parecidos, pero es en el Artists Palette donde es más marcado.
Con eso dimos por concluida nuestra corta y calurosa visita a Death Valley.
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Continuamos conduciendo un buen trecho en dirección al parque Yosemite, y cuando estuvimos hartos de tanto coche decidimos parar. El azar hizo que el sitio elegido fuese Mammoth Lakes. La zona era bonita, pero el pueblo no tiene nada, y a las nueve estaba todo cerrado.

A la mañana siguiente nos acercamos a Bodie, pueblo fantasma cercano a la entrada del parque Yosemite, que era nuestro siguiente destino. Bodie es un antiguo pueblo minero que fue abandonado hace ya tiempo porque pasaron unos inviernos seguidos de órdago. Nosotros estuvimos en junio y hacía un viento helador, así que no queremos pensar cómo debe ser eso en invierno. Los edificios se encuentran tal y como quedaron abandonados, y aunque algunos incendios han destruido unos cuantos, todavía quedan los suficientes para hacerse una idea de lo que era aquello. Como curiosidad diremos que durante nuestra visita a Bodie coincidimos con una familia de Amish, con abuelos y niños incluidos, lo que le dio al sitio un toque de autenticidad aún mayor.
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Yosemite National Park

Continuamos nuestro viaje entrando en el parque Yosemite por la entrada este, conocida como el Tioga Pass. Es una carretera de alta montaña muy espectacular, el problema es que está llena de nieve y no suelen abrir el paso hasta mediados o finales de junio. De hecho, cuando salimos de España estaba todavía cerrado. Durante nuestros primeros días en Estados Unidos, cada vez que teníamos wifi mirábamos a ver si ya lo habían abierto, porque si no, nos tocaba dar una vuelta de casi 700 kilómetros para entrar por otra entrada. Afortunadamente, para cuando llegamos allí, el dichoso paso estaba abierto y pudimos disfrutar de sus espectaculares vistas. 
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Había muchos lagos pequeños que estaban todavía congelados y bastante nieve acumulada en los arcenes (como nos pasó en Yellowstone), pero por lo demás pudimos transitar sin ningún problema.
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Teníamos reservado alojamiento para dos noches en el interior del parque, pero decidimos comenzar visitándolo antes de ir a por la habitación. Después de parar numerosas veces en el arcén o en los miradores para admirar el grandioso paisaje del parque, nuestra primera visita fue las Bridalveil Falls. Dejamos el coche en el aparcamiento y mientras nos acercábamos a las cataratas vimos que la gente volvía de verlas completamente empapada, así que cuando nos acercamos lo suficiente para empezar a mojarnos dimos media vuelta.
Continuamos por la Glacier Point Road hasta llegar a Glacier Point. La vista desde ese punto nos pareció la más espectacular de todo el parque. 
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Se ve perfectamente el Yosemite Valley, el Half Dome (mole de granito que parece cortado por la mitad y que es visible desde casi todos los sitios del parque), las Lower y Upper Yosemite Falls… Todo lo que abarcaba la vista desde allí era un paisaje sencillamente impresionante.
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Como ya comenzaba a atardecer, fuimos hacia el alojamiento, que resultó ser la gran decepción del viaje. Sabíamos que, a pesar de la pasta que nos había costado, no era lujoso en absoluto, pero no pensamos que fuera a ser tan cutre. Era una tienda con dos camas y un calentador que no funcionaba. Afortunadamente había cinco mantas, porque tuvimos que usarlas todas. A la entrada de la tienda había un cofre metálico en el que debíamos dejar todos los elementos susceptibles de causar olor que llevásemos, para evitar que los osos intentaran entrar en el interior. Según nos comentaron, todos los años se cargaban algún coche en busca de comida. Sin embargo, durante los dos días que estuvimos en Yosemite no tuvimos ocasión de ver ningún oso.
Esa noche estuvo diluviando, y cuando nos levantamos al día siguiente todavía llovía. Aún así, decidimos seguir con nuestras visitas, porque cualquier cosa era mejor que quedarse en el interior de la tienda.
Fuimos a Mariposa Grove, la zona del parque en la que se encuentran las secuoyas. A mitad de la carretera nos dijeron que el aparcamiento de Mariposa Grove estaba completo, así que debíamos aparcar allí y tomar el bus que nos llevaba hasta la zona. Cogimos nuestros magníficos plásticos para protegernos de la lluvia y nos subimos al autobús. Como era lógico, estaba todo bastante embarrado, y todavía llovía aunque sin mucha intensidad, pero nosotros comenzamos la ruta en busca de las secuoyas. Hicimos una ruta que nos duró casi cuatro horas, y que nos condujo por algunas de las secuoyas más conocidas del parque. Realmente son unos árboles espectaculares.
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Vimos dos que estaban caídos (Fallen Monarch y Fallen Tunnel Tree), vimos dos que compartían tronco (el Faithful Couple), vimos otro con unas ramas que eran árboles por sí mismos (Grizzly Giant), otro por el que se podía pasar por debajo (California Tunnel Tree), y otros muchos de cuyo nombre no nos acordamos.
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Afortunadamente, a mitad de camino de nuestras andanzas por Mariposa Grove dejó de llover y pudimos quitarnos los plásticos. Incluso llegó a asomar el sol tímidamente. A pesar del barro y la lluvia fue una caminata increíble, en la que casi acabamos con tortícolis de tanto mirar para arriba.
Volvimos al inicio, donde tomamos el autobús que nos llevó hasta nuestro coche, y de ahí fuimos al Yosemite Valley para comer. Después estuvimos dando un gran paseo por el mismo valle, donde vimos las Lower y Upper Yosemite Falls, y el Capitán, formación rocosa vertical de más de 2000 metros que según parece es todo un desafío para los amantes de la escalada. Aunque ese día no nos pareció ver a ninguno colgando por allí.
El parque Yosemite nos decepcionó por los pocos animales que tuvimos ocasión de ver, aunque eso también fue producto seguramente de mala suerte, pero nos encantó por los paisajes que tiene.
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