Estados Unidos
San Francisco San Francisco
Al día siguiente partimos hacia San Francisco. Para llegar a la ciudad tuvimos que atravesar el Bay Bridge, mucho menos conocido que el Golden Gate, pero no por eso menos espectacular. Está compuesto de dos segmentos unidos en una isla, uno de los cuales es la plataforma de acero más larga del mundo. Nada más entrar en la ciudad nos topamos con la imagen típica que teníamos de esta urbe: calles con enormes desniveles y tranvías por el medio.
Lo primero que hicimos fue ir al motel que habíamos reservado, con la idea de aparcar el coche y no volver a cogerlo hasta que nos fuésemos de la ciudad. Estábamos un tanto cansados de conducir a diario y echábamos de menos un poco de transporte público. Comenzamos yendo a la oficina de turismo donde, además de hacernos con unos cuantos mapas, compramos el muni-pass, que nos permitiría subir y bajar de manera ilimitada en todo el transporte público de la ciudad durante nuestra estancia. Tras eso, dimos un pequeño paseo que venía en nuestra guía, consistente en ver pequeñas curiosidades por esa zona. El itinerario comenzaba en Union Square, que viene a ser el centro de la ciudad. La plaza no es nada del otro mundo, pero en un lado se encuentra el Westin St. Francis Hotel, que cuenta con unos ascensores panorámicos bastante impresionantes. Así que entramos en el hotel y cuando localizamos los ascensores, pusimos la mejor cara de póker que pudimos y nos subimos en uno con otra gente. Muy educadamente dejamos que todo el mundo apretara el botón de su piso, tras lo cual nosotros apretamos uno más alto, para quedarnos solos en el interior y llegar lo más arriba posible. El ascensor iba a una velocidad de vértigo, y conforme iba subiendo, las vistas de la plaza iban siendo mejores. Cuando se bajó toda la gente aprovechamos para hacer alguna foto e iniciamos el descenso. Continuamos entrando en el edificio Neiman Marcus, cuya claraboya es una cristalera muy espectacular.
Continuamos dando un paseo por Chinatown, que estaba un tanto apagado ya que era por la tarde, y adonde volveríamos alguna mañana para ver un poco más de ajetreo; de ahí bajamos al Distrito Financiero para admirar los rascacielos que lo pueblan. Comenzamos por el famoso Transamerica Pyramid, original edificio con forma piramidal, y continuamos viendo otros muchos, entrando en la planta baja para ver techos decorados, ascensores antiguos, originales buzones, suelos de mármol y otras cuantas cosas curiosas.
Para la cena teníamos previsto ir a una cevichería de unos afamados cocineros peruanos que tienen locales por todo el mundo, incluido España. En nuestro camino pasamos por el hotel Hyatt, donde pudimos admirar la enorme parte trasera de la recepción, aunque después de lo que vimos en algunos hoteles de Las Vegas, nos sorprendió un poco menos. La cevichería se encontraba al lado del Ferry Building, al que también teníamos pensado volver por la mañana para visitar el mercado.
Una vez terminamos la cena, que fue un tanto decepcionante, volvimos al hotel porque empezaba a hacer frío de verdad y no nos habíamos llevado ropa de suficiente abrigo. Ahí aprendimos la lección: no importa si en San Francisco hace sol y buena temperatura, hay que llevarse siempre jerséis y/o chaquetas, que como dijo un famoso escritor, “el peor invierno que he pasado en mi vida fue un verano en San Francisco”. Comenzamos las visitas del día siguiente atravesando la puerta de entrada a Chinatown. Esa mañana ya sí pudimos ver el barrio en todo su esplendor, lleno de orientales por todas partes, con los edificios y las banderitas y los letreros chinos y los farolillos rojos y el colorido que uno espera de un barrio como ese.
Continuamos por el barrio italiano, que se encuentra junto al chino. De repente todo eran pizzerías y trattorias y la gente hablaba en italiano por todas partes. Y los carteles con los nombres de las calles estaban en italiano en vez de en chino. De ahí fuimos a hacer un brunch a Mama’s on Washington Square, que a tenor de la cola que al parecer hay siempre, debe tratarse de un clásico en la ciudad. Aunque no somos amigos de hacer colas, porque no siempre merece la pena la espera, decidimos quedarnos porque los platos que servían y que veíamos a través de los cristales eran bastante suculentos. Una vez dentro nos pedimos dos platos diferentes de french toasts, tan típicamente americano, cubiertos de fruta troceada y con sus respectivas jarritas de sirope de arce y mermeladas caseras. Desde luego, cargamos pilas para un buen rato.
De ahí subimos a la Coit Tower, situada en la Telegraph Hill, desde donde pudimos ver una buena panorámica de San Francisco. La torre no es muy alta, pero como está en lo alto de una colina, permite tener una amplia vista.
Bajamos la colina en dirección al Distrito Financiero y la zona de Market Street, que a esas horas estaba atiborrada de gente. Estuvimos dando un paseo sin rumbo definido hasta que decidimos irnos al motel a dormir un rato la siesta.
Por la tarde fuimos directamente al Davis Symphony Hall, sede de la Orquesta Sinfónica de San Francisco y donde tendría lugar el concierto de Pink Martini para el que habíamos comprado entradas online. Lo primero que hicimos fue pasar a recoger las entradas, y después fuimos a tomar algo a un sitio cercano. Era un sitio bien puesto, donde mucha gente tomaba ostras y vino blanco. Nos quedamos en la barra y nos encontramos con un barman que nos resultó muy borde. La señora de al lado se puso a charlar con nosotros cuando se enteró que íbamos al concierto de Pink Martini, ya que ella también iba por ser una forofa del grupo. Cuando llegó la amiga que estaba esperando se pusieron a hablar entre ellas, y fue el turno del barman, que había escuchado que éramos extranjeros y se puso a charlar. Seguía siendo bastante borde con la gente, pero a nosotros terminó invitándonos a un cóctel. Al final fue un pre-concierto bastante divertido. El concierto también lo fue. Reconocimos a la acomodadora que nos guió hasta nuestras butacas como la señora que había estado sentada a nuestro lado en el autobús cuando íbamos hacia allá. Ella también nos reconoció y se puso a charlar con nosotros mientras se le acumulaba la gente que esperaba ser conducida a sus butacas. Y es que nos vinimos de nuestro viaje de un mes por Estados Unidos con la sensación de que el deporte nacional de los estadounidenses es charlar con desconocidos. Una vez terminó el concierto volvimos a subir al autobús (esa vez no coincidimos con la acomodadora) y nos fuimos a dormir. El día siguiente comenzamos yendo al Ferry Building para visitar el mercado. En el exterior tenían montones de puestos de verduras, frutas y comestibles, y en el interior la cosa era ya un poco más refinada, y tenían muchas tiendas de productos delicatessen. Entre otras, vimos una que solamente tenía setas de mil y un tipos que nos pareció espectacular. Aprovechamos para desayunar allí y dar una vuelta por el muelle, desde donde hay una buena vista del Bay Bridge, por el que entramos en la ciudad. En el muelle había más puestos todavía, pero estos eran en su mayoría de comida para llevar. De ahí buscamos la mejor combinación de transportes para llegar a Alamo Square. Se trata de una plaza en una de las partes altas de la ciudad, en la que en un lateral de la plaza hay seis edificios victorianos típicos y detrás se vislumbra el Distrito Financiero, haciendo de la vista una de las postales más famosas de San Francisco.
Después nos acercamos al barrio Haight & Asbhury, el barrio hippy de la ciudad, llamado así por encontrarse en la zona de confluencia de las calles del mismo nombre. Fue una de las zonas que más nos gustó de San Francisco.
Había una densidad importante de colgados por metro cuadrado, pero que estaban completamente a su rollo. Estuvimos callejeando por la zona, teniendo siempre como referencia la calle Haight, en la que vimos un mayor número de edificios originales.
Continuamos por el parque Buena Vista, donde había unas mansiones muy curiosas también, y volvimos a la calle Haight en dirección al Golden Gate Park, donde encontramos una enorme y maravillosa tienda que vendía todo tipo de discos (CD, DVD y LP) nuevos y usados desde 2 dólares.
Desgraciadamente ese tipo de tiendas está desapareciendo, al menos aquí, y nos pasamos un buen rato buceando entre la gran cantidad de stands que había. Por supuesto, salimos con un buen surtido de CDs; de allí nos fuimos en dirección al Golden Gate Park. Estuvimos dando una pequeña vuelta por el parque pero decidimos volver al motel a descansar un rato.
Nuestro motel se encontraba en la calle Lombard, famosa por su pequeño tramo de curvas; así que por la tarde, cuando ya habíamos descansado, fuimos hacía las curvas. Dada la cercanía fuimos caminando, y el tramo final tenía realmente un desnivel de escándalo. Había un tráfico del demonio, ya que miles de coches hacían cola pacientemente para bajar la zona de las curvas. Nosotros lo hicimos caminando, rodeado de una marabunta de turistas que a esas horas andábamos por ahí. El sitio es curioso, está muy bien pavimentado, hay muchos jardines muy bien cuidados, igual que los edificios. Nos dio la sensación de que debe ser una tanto incómodo para la gente vivir en ese tramo de la calle, siempre con tanto tráfico y tanto turista merodeando por allí.
Continuamos hacia la zona de Market Street, donde fuimos a cenar a un sitio en el que el día anterior habíamos reservado porque habíamos leído que lo ponían muy bien. Estábamos cansados de hamburguesas, ensaladas césar, sándwiches y similares, y queríamos algún plato un poco más elaborado. Pero el sitio no cumplió nuestras expectativas. Y es que hemos de decir que en general comimos bastante mal durante nuestra estancia en Estados Unidos. En algunos sitios comimos una carne excelente y alguna que otra hamburguesa con una carne deliciosa, pero en general fue todo sota, caballo y rey; y eso para nosotros, que somos unos pequeños gourmets, fue un poco tortuoso, sobre todo durante un mes.
El día siguiente lo comenzamos haciendo la colada, que las provisiones de ropa limpia se nos habían agotado, y continuamos visitando algún pequeño rincón que nos faltaba de la ciudad y que no fue muy relevante. Más tarde fuimos al Festival de Jazz de la calle Fillmore, que habíamos visto anunciado por todas partes, y que resultó ser un poco fiasco. Después de comer nos acercamos al Fisherman’s Wharf, pero antes pasamos por la chocolatería Ghirardelli, en la plaza del miso nombre, donde degustamos sendos batidos de chocolate sencillamente espectaculares. Después estuvimos caminando por el Wharf, que estaba completamente abarrotado de gente, hasta llegar al Pier 39, donde no encontramos más que unos pocos despistados leones marinos, ya que al parecer en la época en la que estuvimos están en México: no sabemos si de vacaciones o porque sea momento de desove y lo hagan allí. Una vez dimos una vuelta por ahí, fuimos hasta el Pier desde el que salía la excursión a Alcatraz. Habíamos comprado dos entradas para la última visita del día. Una vez allí vimos un cartel que decía que no había entradas disponibles hasta una semana más tarde, con lo que nos congratulamos de haberlas comprado con antelación.
El trayecto en transbordador hasta la isla se hizo bastante ameno. Había unas bonitas vistas de la ciudad y, a medida que nos acercábamos, de la propia isla; no así del Golden Gate, que estaba cubierto por una neblina. Además, una simpática chica iba explicando por megafonía diversas curiosidades de la isla y de su prisión.
Según íbamos desembarcando nos iban juntando con un guía hasta que consideraban que el grupo era suficientemente numeroso y pasaban a otro guía. Estaba bastante bien organizado. Subimos la cuesta para entrar en la prisión y una vez dentro nos fueron entregando una audio-guía, que iba incluida en el precio de la entrada, para hacer la visita al interior de la prisión.
Así, siguiendo una serie de números y de carteles, cada cual realizaba el itinerario a su ritmo. El interior era bastante impresionante y fuimos viendo diversas celdas y zonas comunes. Desde el exterior había una magnífica (aunque un tanto lejana) vista de la ciudad de San Francisco. Nos pareció una visita histórico-cultural muy interesante.
Cuando subimos al ferry de vuelta ya estaba anocheciendo, y hacía un viento y un fresquete bastante grande. Afortunadamente habíamos sido muy previsores y nos pusimos toda la ropa que nos habíamos llevado. Algún valiente que había ido en pantalón corto y manga corta lo pasó un poco mal.
Esa noche cenamos en un japonés que encontramos en nuestro camino que estuvo fenomenal. Al día siguiente abandonábamos San Francisco, pero antes teníamos que visitar un par de sitios, el primero de ellos era obligado: el Golden Gate Bridge. En los días que habíamos estado en la ciudad, casi siempre lo habíamos visto medio envuelto en nubes, o envuelto del todo. Pero justo ese día amaneció despejado. Condujimos hasta la zona de Marina, donde aparcamos el coche y fuimos caminando hasta el puente. Comenzamos paseando por la playa, hasta que llegó un punto en que nos fuimos hacia el interior porque queríamos subir hasta el mismo puente. Nos detuvimos antes en un espolón que hay, donde había mucha gente pescando, y desde donde se veía fenomenalmente bien el puente; después comenzamos la subida. En esas estábamos cuando de repente unas nubes comenzaron a cubrir el puente a toda velocidad. Aunque no llegaron a cubrirlo del todo, fue algo increíble ver cómo lo atrapaban.
Una vez en el mismo puente comenzamos a atravesarlo, pero desistimos en el intento porque había muchos ciclistas y peatones que habían tenido la misma idea, y estaba más atascada nuestra zona que la de los coches. Llegamos hasta el primer pilar, donde encontramos el teléfono de la esperanza. No quisimos comprobar si estaba en funcionamiento, pero cuando está ahí será por algo.
Tranquilamente dimos media vuelta y fuimos poco a poco volviendo sobre nuestros pasos hasta llegar al coche. Al final resultó que habíamos caminado bastante más de lo que pensábamos.
Una vez subidos al coche, fuimos a comer a la zona de la calle Columbus porque no queríamos irnos sin probar un italiano. Entramos en una pequeña osteria que tenía pinta de ser muy auténtica. Resultó que la camarera era austriaca y el camarero francés, y en la cocina todos eran negros. Pero la comida italiana que nos sirvieron estaba muy apetitosa y no fue nada caro. Cosas de la globalización.
Nuestra penúltima visita en San Francisco fue Twin Peaks, dos pequeñas colinas desde donde hay una vista sencillamente magnífica de la ciudad. La carretera hasta la cima está bastante llena de curvas y nos costó un poco encontrarla, pero finalmente llegamos y disfrutamos de la panorámica. Hacía un viento endemoniado, así que cuando hicimos las fotos de rigor, bajamos hasta el barrio de Castro, la mítica zona gay de la ciudad, y de ahí fuimos a la Misión Dolores, que es el edificio más antiguo de San Francisco. La Misión estaba cerrada, por lo que solamente pudimos verla por fuera. Y con eso terminó nuestra visita a la ciudad.
Habíamos decidido ir de San Francisco hasta Los Ángeles bordeando la costa por la Highway 1, también llamada “El Camino Real”. Nuestra primera parada fue Monterey. |